El Principio De La Puerza Sexual (Randy Alcorn)
josekl7412 de Enero de 2014
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CAPITULO 1
OLVIDAR LO QUE HABRIA PODIDO SER
Eric entro como un torbellino en mi oficina y se desplomo sobre una silla.
- Estoy verdaderamente enojado con Dios.
Se había criado en una leal familia de la iglesia, había conocido a una joven cristiana y se había casado con ella. Ahora era la imagen de la misma desdicha.
- Vamos a ver…¿Por qué estas enojado con Dios?
- Porque la semana pasada cometí adulterio – fue su respuesta.
Un largo silencio. Por fin le dije:
- Lo que veo es que Dios tiene razones para estar enojado contigo. Pero ¿Por qué estas enojado tú con Él?
Eric me explico que durante varios meses había sentido una fuerte atracción por una mujer de su oficina, y ella también la había sentido. Había orado con fervor para que Dios lo apartara de la inmoralidad.
-¿Le pediste a tu esposa que orara por ti? – le dije-. Te mantuviste alejado de esa mujer?
-Bueno…no. Salíamos a almorzar juntos casi todos los días.
Lentamente, comencé a empujar un gran libro a lo largo de mi escritorio. Eric me observaba sin entender, mientras el libro se iba acercando cada vez mas al borde. Yo ore en voz alta:
- ¡Señor, no peritas que este libro se caiga!
Seguí empujando y orando. Dios no suspendió la ley de la gravedad. Al llegar al borde, el libro cayó y dio un golpe contra el suelo.
- Estoy enojado con Dios – le dije a Eric -. Le pedí que no dejara que cayera mi libro…¡pero El me fallo!
LAS DECISIONES QUE NOS DESTRUYEN
Hoy puedo oír todavía el ruido de aquel libro cuando golpeo el suelo. Era una imagen de la vida de Eric. Joven, bien dotado y bendecido con una esposa y una hija pequeña, Eric rebosaba de potencial.
Su historia no termino aquel día. Termino convirtiéndose en un depredador sexual, y llego a violar a su propia hija. Lleva varios años en prisión, arrepentido, pero sufriendo las consecuencias de haber ido empujando poco a poco su vida hacia el borde, hasta que la gravedad se hizo cargo de la situación.
Somos muchos los cristianos que tenemos la esperanza de que Dios nos va a guardar de la calamidad y de la desdicha, y al mismo tiempo cada día tomamos unas decisiones inmorales pequeñas, que nos van llevando lentamente hacia inmoralidades mayores. (Una encuesta hecha en una reunión de los Cumplidores de Promesas donde había mil quinientos hombres revelo que la mitad de ellos habían estado viendo pornografía la semana anterior.)
Tiffany y Kyle también crecieron en la iglesia. Cuando el pastor de jóvenes hablaba contra las relaciones sexuales antes del matrimonio, les costaba tomarlo en serio. Sus películas, la televisión y la música se centraba en el sexo. Una noche, después de la reunión del grupo de jóvenes, Tiffany cedió ante los avances de Kyle. Fue algo doloroso, nauseabundo… no se parecía en nada a lo que pasa en las películas. Después se sentía horriblemente. Kyle estaba enojado con ella, porque se suponía que no debió permitir que aquello sucediera.
Tiffany comenzó a dormir con cualquiera, en busca de un hombre que la amara. Nunca lo encontró; la usaban y seguían su camino. Dejo de ir a la iglesia. Un dia descubrió que estaba embarazada. Una amiga la llevo en su auto hasta una clínica de abortos. Ahora la persiguen los sueños acerca del niño que mató.
Habría podido acudir a Cristo. El la habría perdonado. Pero tiene ya el corazón tan quebrantado y encallecido, que no lo cree. Se ha tratado de suicidar. Esta usando drogas y anda de prostituta por las calles. La han violado. Hace poco se hizo otro aborto. Los ojos se le ven muertos. Y su esperanza también esta muerta.
¿Kyle? Perdió el interés en las cosas espirituales. Ahora esta en el colegio universitario, y se proclama ateo. Ha tenido relaciones sexuales con varias muchachas. Se siente vacío, pero experimenta con todo lo que parezca que le puede traer felicidad.
Lucinda, una mujer cristiana, decidió que su esposo no era lo suficientemente romántico. Era un hombre decente, trabajador y fiel a la iglesia, pero no estaba a la altura de las imágenes de Príncipe Encantado que presenta Hollywood. Se enredó con otro hombre y termino casándose con el. Años mas tarde, después de causarle unos sufrimientos indecibles a su familia ella misma volvió a Cristo. “Como quisiera volver a estar con mi primer esposo”, admitió, “pero ahora es demasiado tarde”. Si, Dios ha perdonado a Lucinda, y sigue teniendo planes para ella. Con todo…ha pagado un precio terrible.
El profeta Jonás, en el sistema digestivo de un gran pez en las profundidades del Mar Mediterráneo, hizo esta observación: “Los que confían en dioses falsos, que son vanidades ilusorias, han dado la espalda a todas las misericordias que de parte del Señor les esperaban”. (Jonás 2:8, Biblia al Día).
Un ídolo es algo que mas que una grotesca estatua de labios gruesos con un rubí en el ombligo. Es un sustituto de Dios. Es algo –cualquier cosa- que valoramos mas que Dios. Para podernos aferrar a un ídolo, tenemos que hacer un intercambio.
Nuestra conducta sexual revela quien o que gobierna nuestra vida (Romanos 1:18-29). El pecado sexual es idolatría, porque pone nuestros apetitos en el lugar de Dios.
Los que se apartan de Dios para aferrarse a un sustituto suyo, sufren unas perdidas terribles. ¿Por qué? Porque fueron hechos para hallar gozo en Dios, y no en el sustituto. Intercambian las bendiciones presentes y futuras de Dios por algo que inmediatamente pueden ver, probar o sentir. Y ese algo nunca satisface.
Yo lo he hecho. Y usted también. En uno u otro grado, todo pecador intercambia lo que tiene –y habría podido tener –por una mentira algunas veces, las mentiras crecen, y con ellas aumenta lo que esta en juego. Seguimos empujando nuestra vida poco a poco hacia la destrucción. Para satisfacer alguna subida de las hormonas, alguna fantasía secreta, intercambiamos voluntariamente nuestro futuro.
Es un negocio terrible. Un trato con el diablo, que nunca cumple lo que promete.
Todos los días hay hombres y mujeres cristianos que renuncian a su felicidad futura a favor de un estimulo sexual temporal. Como los adictos a las drogas, vamos de dosis en dosis, cambiando la satisfacción de una vida justa por el gusto de un instante, que nos deja vacíos y desenado mas. Eso es lo que hizo Eric.
Renuncio a una esposa que lo amaba… una hija que lo habría adorado… el respeto de su familia, sus amigos, sus compañeros de trabajo y su iglesia. Su caminar con Cristo.
Al final renuncio a su libertad.
Con cada pequeña mirada que alimenta nuestra lujuria, nos damos un nuevo empujón que nos acerca mas al borde, donde la gravedad va a tomar el control y va a hacer que nuestra vida se derrumbe estrepitosamente.
¿Qué vamos a perder? ¿A qué vamos a renunciar, que habría podido ser nuestro; que habría sido nuestro?
¿Dónde estaría ahora Tiffany, si se hubiera mantenido pura? En lugar de ser una prostituta perseguida por las violaciones y los abortos, podría ser una luz para que Jesús, tomando partido por El en el recinto de un colegio universitario, llena de gozo y esperanza para el futuro. Kyle también lo habría podido ser…solo si.
¿Y Lucinda? También renuncio a lo que era suyo, y lo que habría podido ser. ¿Quién sabe lo que la “gracia” de Dios habría podido incluir en si? ¿Una conciencia limpia y una valiosa sensación de paz? ¿Unos cálidos y satisfactorios años en compañía de su familia? ¿El respeto y el afecto de sus hijos y nietos? ¿Una influencia permanente en las jóvenes que vieran su ejemplo? ¿Un ministerio que llegaría hasta centenares de vidas? ¿Unas recompensas superiores a todo lo que se habría podido imaginar en la vida venidera?
Si. Dios la ha perdonado. Por completo. Pero siguen presentes las consecuencias de sus decisiones. No podemos estar viviendo en lo que “habría podido ser”; todo lo que podemos hacer es admitir su realidad y seguir adelante.
En El príncipe Caspián, de C.S. Lewis, después de hacer caso de la indicación que le dio Aslán para que lo siguiera, Lucy trata de preguntarle que habría sucedido si ella hubiera obedecido antes su voz, siguiéndolo en lugar de buscar excusas. El Gran León le contesto: “¿Saber lo que habría sucedido, niña...? No. A nadie se le dice eso nunca”.
CAPITULO II
Un interés inteligente en nosotros mismos
Esto es lo asombroso en los casos de Eric, Lucinda, Tiffany y Kyle. Todos pensaban que estaban actuando en busca de sus mejores intereses cuando siguieron su lujuria. Si hubiéramos podido conseguir una entrevista sincera con cualquiera de ellos inmediatamente antes de que tiraran a la basura su pureza, nos habrían dicho: “Esto lo hago por mí mismo. Lo hago por mi felicidad”.
Sin embargo, no era asi.
Ni por casualidad.
Nunca lo es.
En realidad, no se limitaron a herir a otras personas. Actuaron contra sus propios intereses personales.
Lo que hicieron no solo estaba mal, sino que era poco inteligente.
Desde que éramos adolescentes, muchos de nosotros hemos oído listas de razones por las cuales debemos caminar en la pureza sexual. Dios ordena que seamos puros, y prohíbe la impureza. La pureza es lo correcto. La impureza es incorrecta.
¿Cierto? Por completo. Pero es igualmente correcto decir que la pureza siempre es inteligente y la impureza es insensata.
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