El Problema Del Mal
voyagercam22 de Octubre de 2014
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Decíamos entonces que la pregunta por el sentido de la vida surge de la experiencia del mal y el sufrimiento, y que el camino para responderla se encontraba en la filosofía y la religión. Es por eso que ahora debemos reflexionar sobre el problema del mal y el sufrimiento, y el papel de Dios frente a esta realidad.
1. La pregunta por el mal.
Definir el mal es una tarea difícil. El Diccionario de la Real Academia Española define al mal como: “Lo contrario al bien, lo que se aparta de lo lícito y honesto. Daño u ofensa que alguien recibe en su persona o hacienda”. Por otro lado, San Agustín define al mal como “carencia de bondad que debe tener un ente según su naturaleza o destino”.
Pero ambas definiciones se quedan cortas. El mal abarca una multitud de situaciones negativas, que tienen en común producir dolor y sufrimiento. De hecho, ¿Basta una explicación racional para superar la angustia de la muerte o la tragedia? Sin duda, cualquier definición, por exacta que sea, no logra quitar del mal su realidad hiriente y angustiante.
Y es que el mal es en el fondo un misterio, una especie de contradicción lógica que angustia y oprime, algo que no debiera estar ahí, pero está. De ahí que nuestro camino no sea encontrar la más impecable de las definiciones, sino buscar el mejor camino para enfrentar el mal como realidad objetiva, y para esto, el problema de Dios surge como elemento imprescindible, si es que se quiere de verdad que la fe tenga algún sentido en la vida cotidiana y real del ser humano.
2. El mal como negación de Dios (antiteodicea)
Es la forma más común de enfrentar el problema. Se trata de la consabida pregunta: ¿Si Dios es bueno, por qué existe el mal en el mundo? ¿Y si es todopoderoso, por qué no hace nada? Frente a la realidad del mal y su crudeza no cabría creer en un Dios bueno y todopoderoso ni tampoco en que la existencia tenga algún sentido. Los ejemplos abundan y citaremos a continuación alguna de estas reflexiones.
Epicuro (341 a.C.-270 a.C.), filósofo griego nacido en la isla de Samos, plantea el dilema en los siguientes términos: “¿Dios está dispuesto a prevenir la maldad pero no puede? Entonces no es omnipotente. ¿No está dispuesto a prevenir la maldad, aunque podría hacerlo? Entonces es perverso. ¿Está dispuesto a prevenirla y además puede hacerlo? Si es así, ¿por qué hay maldad en el mundo? ¿No será que no está dispuesto a prevenirla ni tampoco puede hacerlo? Entonces, ¿para qué lo llamamos dios?”. La llamada “paradoja de Epicuro” es sin duda la formulación más lógica del dilema y su conclusión parece lapidaria: si el mal existe, entonces Dios no existe.
Podemos sintetizar el problema de la siguiente manera:
• Dios quiere quitar el mal del mundo, pero no puede, en este caso sería impotente.
• Dios puede quitarlo, pero no quiere, en ese caso sería un canalla.
• Dios no puede ni quiere, por lo tanto no es bueno ni omnipotente.
• Dios puede y quiere, que es lo único que encaja con Dios, pero entonces, ¿De dónde viene el mal real y porqué no lo elimina?
La antiteodicea es entonces la base del ateísmo existencial, una rebeldía frente a la idea de un Dios bueno y omnipotente que da sentido y orden al mundo. Pero podemos avanzar un paso más a partir de la idea del mal como negación de Dios, llegando al antiteísmo, es decir, a afirmar que Dios es un canalla y que no puede ser bueno. De ahí llegaremos a negar todo sentido y coherencia a la existencia, llegando al nihilismo de Nietzsche. Este mundo sería entonces una broma de mal gusto, el peor de los mundos posibles y no hay sentido que lo justifique.
3. El mal como afirmación de Dios (proteodicea)
Pero el misterio del mal puede ser abordado desde otra perspectiva, no desde la negación de Dios o del sentido, sino
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