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Elbert Hubbard: Un mensaje a García

mari26529 de Abril de 2014

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UN MENSAJE A GARCÍA

“Es todo este asunto de Cuba hay un hombre que sobresale en el horizonte de mi memoria como el planeta Marte en su perihielo”. Cuando se declaró la guerra entre España y los Estados Unidos era muy necesario comunicarse prontamente con el jefe de los insurrectos. Encontrábase García, allá en la Manigua de Cuba, sin que nadie supiera su paradero. Era imposible toda comunicación con él por teléfono o por correo. El Presidente tenía que contar con su cooperación, sin pérdida de tiempo. ¿Qué hacer?

Alguien dijo al Presidente: “Hay un hombre llamado Rowan que puede encontrar a García, si es que se le puede encontrar”.

Se trajo a Rowan y se le entregó una carta para que a su vez le entregara a García. De cómo fue que este hombre, Rowan tomó la carta, la selló en una cartera de hule, se la amarro en el pecho, hizo un viaje de cuatro días y desembarco de noche en las costas de cuba en un bote sin cubierta; de como fue que se internó en las montañas, y en tres semanas salió al otro lado de la isla, sabiendo atravesado a pie un país hostil, y entregado la Carta a García, son cosas que no tengo deseo especial de narrar detalle. Pero si quiero que coste que Mac – Kinley, Presidente de los Estados Unidos, puso una carta en manos de Rowan para que se la entregara a García. Rowan tomó la carta y no preguntó “¿Dónde esta García?”.

Loado sea Dios! He aquí un hombre cuya figura debe ser vaciada en imperecedero bronce y puesta su estatua en todos los colegios del

País. No es la enseñanza de Libros lo que los jóvenes necesitan, ni la instrucción de esto o aquello, sino el endurecimiento de las vértebras para que sean fieles a sus cargos, para que actúen en diligencia, para que hagan la cosa “llevar un mensaje a García”.

El General García ya no existe, pero hay otros Garcías.

No hay hombre que haya tratado de administrar una empresa que requiera mucho personal, que a veces, no se haya quedado atónito al notar la imbecilidad del promedio de los hombres, inhabilidad o la falta de voluntad de concentrar sus inteligencias en una cosa dada y hacerla.

La asistencia irregular, la desatención ridícula, la indiferencia vulgar y el trabajo mal hecho parece ser la regla general. No hay hombre alguno que salga airoso de su empresa a menos que, quieras o no, o por la fuerza, obligue o soborne a otros para que ayuden, o a menos que, tal vez, Dios Todopoderoso, en su bondad, haga un milagro y le envié al Ángel de la Luz para que le sirva de auxiliar.

Tú, lector, puedes hacer la prueba. Te encuentras en estos momentos sentado en tu oficina. A tu alrededor tienes seis empleados. Llama a uno de ellos y pídele lo siguiente: “Tenga la bondad de buscar en la Enciclopedia y hágame un memorándum corto de la vida de Correggio”.

Crees tu que el empleado contesta: “¿Sí, señor y se marcha a hacer lo que tu dijiste?”

Nada de eso. Te mirará de soslayo y te hará una o más de las siguientes preguntas: ¿Quien era Correggio? En cuál Enciclopedia? Donde está la Enciclopedia? Acaso fui empleado yo para hacer eso? No querrá usted decir Rismarck? Porqué no lo hace Carlos? Murió? Hay una prisa para eso? No sería mujer que le trajera el libro y usted mismo lo buscara? Para que quiere usted saberlo?.

Y me atrevería apostar diez contra uno que después que hayas contestado el interrogatorio y explicado la manera de buscar la información que necesitas y por qué la necesita, tu empleado se retira y obliga a otro compañero que le ayude a encontrar a García, regresando poco después diciéndote que no existe tal hombre. Desde luego puede darse el caso en que yo pierda la apuesta, pero según la Ley de promedios no debo perder.

Ahora bien; si tú sabes lo que tienes entre manos, tú no debes molestarte en explicar

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