Ensayo Sobre El Misticismo
cadelcampo24 de Febrero de 2014
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Ensayo sobre el misticismo
Una propuesta de salvación para el siglo XXI
Por
Pedro Luis Llera Vázquez
Octubre de 2013
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Advertencia
Antes de seguir adelante, quiero advertir a mis potenciales lectores que no soy
teólogo ni pretendo con este ensayo proponerme como maestro de espiritualidad. Yo no
soy mejor ni más santo que nadie: más bien al contrario. Soy un pobre pecador, lleno de
cicatrices de tantas caídas. Seguro que cualquiera que se ponga con paciencia a leer este
escrito será mucho más santo que yo: al menos, haciendo el esfuerzo de leer mi torpe
redacción, se está ganando el cielo. Lo poco bueno que tengo no es mérito mío, sino del
Señor que ha sido siempre generoso y bueno conmigo. Dios me ha mimado mucho a lo
largo de mi vida. Y también ha sido en ocasiones duro y me ha enseñado a base de
penurias y humillaciones. Todo se lo agradezco.
En cualquier caso, si algo bueno encontráis, agradecérselo a Dios. Y si hay algo
malo, atribuídmelo a mí y a mi torpeza.
Pido perdón si en algún momento alguien encuentra algo en lo que pudiera
apartarme un solo milímetro de la sana doctrina de la Iglesia. Desde este momento
declaro que estoy dispuesto a rectificar y a pedir humildemente perdón ante cualquier
aspecto, por pequeño que sea, en el que me pudiera separar del magisterio de la Santa
Madre Iglesia.
Yo sólo soy un pobre profesor de literatura y un católico de a pie, de los que van
a misa los domingos y poco más. Así que solicito antes de empezar la indulgencia del
lector. Si a alguien le puede proporcionar alguna luz, bendito sea Dios. Y si no, os pido
perdón por el tiempo que hayáis perdido.
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El siglo XXI o será místico o no será.
André Malraux
Ser un místico, hoy en día, puede entenderse como sinónimo de andar por las
nubes, de no pisar la realidad; y en el peor de los casos, de ser un “meapilas”. No está
de moda hablar de la mística porque en una sociedad materialista y pagana no hay sitio
para Dios.
En todo caso, el misticismo sólo se asocia con algo positivo para este mundo
cuando se trata de ese pseudo-budismo, con música de Enya de fondo, que nos evoca el
Tíbet o la India, con su exotismo; o con los rastafaris y su flipe, ciegos de porros: muy
New Age. El misticismo que está de moda es el que predican los gurús en sus clases de
yoga o de meditación transcendental: una mierda de misticismo que evade de la realidad
hacia un nirvana en el que uno ni siente ni padece. No es de este tipo de misticismo del
que me propongo escribir, sino sobre el auténtico misticismo cristiano.
Cuando escribo estas líneas, los católicos celebramos la fiesta de una de nuestras
más insignes santas: Santa Teresa de Jesús. Teresa de Ávila es una de las cumbres del
misticismo en España y en el orbe católico y doctora de la Iglesia para más señas. En
marzo de 2015, la Iglesia celebrará el quinto centenario de su nacimiento. Por eso me
parece un buen momento para reivindicar la mística: la de la santa de Ávila y la de san
Juan de la Cruz, especialmente.
Lo que pretendo plantear en este ensayo es la necesidad de recuperar una
auténtica mística católica como camino para regenerar la sociedad española y occidental
en este siglo XXI que nos ha tocado vivir. “El siglo XXI será místico o no será”. Pero,
¿qué es y por qué es importante la mística para el siglo XXI? ¿Hay sitio para Dios en
nuestro tiempo? Sólo Dios nos salva.
Principio y fundamento
"El hombre es criado para alabar, hacer
reverencia y servir a Dios nuestro Señor”
Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola
El punto de partida es la fe. Sin fe en Jesucristo, obviamente, no hay mística
cristiana. La fe es un don de Dios que recibimos a través de la Iglesia por el bautismo y
por la palabra y el testimonio de vida de quienes nos precedieron en la Historia de la
Salvación. Por el bautismo, nos incorporamos al cuerpo místico de Cristo: la Iglesia. La
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familia y los catequistas te van enseñando lo que significa ser seguidor de Cristo. Y los
sacramentos van alimentando y fortaleciendo esa fe.
Pero una fe madura y auténtica implica una experiencia personal de encuentro
con Nuestro Señor, porque Cristo vive: es contemporáneo nuestro y no un personaje
histórico más entre tantos otros. Jesús murió en la cruz, pero resucitó y podemos
encontrarnos con Él a través de la oración, de los sacramentos y del servicio a los más
pobres: en la humillación, la soledad y las llagas de los desheredados podemos seguir
viendo y tocando la humillación, la soledad y las llagas de Cristo.
El principio y fundamento de la fe es reconocer que he sido creado por Dios por
amor. Soy importante para Dios. Él me quiere porque soy yo y no hay otro como yo:
soy único e insustituible para Dios. Él me quiso desde antes de que naciera, desde antes
incluso de estar en el seno materno y me dio la vida para que, con ella, le diera gloria y
alabanza. Se lo dice Dios a Jeremías con palabras que nos podemos aplicar a cada uno
de nosotros:
Entonces me dirigió Yahvé la palabra en estos términos: Antes de haberte formado yo
en el vientre, te conocía; y antes que nacieses, te tenía consagrado. (Jer. 1).
Y es la experiencia del salmista:
Tú creaste mis entrañas,
me plasmaste en el seno de mi madre:
te doy gracias porque fui formado
de manera tan admirable.
¡Qué maravillosas son tus obras!
Tú conocías hasta el fondo de mi alma
y nada de mi ser se te ocultaba,
cuando yo era formado en lo secreto,
cuando era tejido en lo profundo de la tierra.
Salmo 139 (138)
¿Qué hace Dios para acabar con los males y las calamidades de este mundo?
¿Por qué Dios no hace nada para terminar con tanto sufrimiento, con tanto pecado, con
tanto dolor como hay en este mundo? La respuesta a estas preguntas resulta
relativamente sencilla desde la fe: Dios nos ha dado la vida a nosotros para que seamos
santos y pongamos belleza, bien y verdad allí donde abunda el horror, el mal y la
mentira; para que seamos cauces del amor y de la misericordia de Dios para quienes
más lo necesiten. Cada uno de nosotros somos la respuesta de Dios a las necesidades de
este mundo y formamos parte de su proyecto. El Señor me dio unas capacidades, unos
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talentos, para que yo los desarrolle y los ponga al servicio de los demás. Dios Padre me
hizo a su imagen y semejanza: libre y con capacidad de amar, de crear, de buscar la
Verdad, de hacer el bien. Cada uno de nosotros somos como un regalo que Dios hace a
este mundo para que el mundo sea mejor y más bello. Sí, tú eres importante para Dios.
Estás bien hecho tal y como eres: acéptate y quiérete. No hace falta que seas más guapo
ni más listo; ni más alto ni más bajo; ni más gordo ni más flaco: Dios te quiere como
eres y has sido obra de sus manos: ¿te crees más listo que Dios para cuestionar la
bondad de su creación? Eso es soberbia: el origen de todos los males; el pecado de
nuestros primeros padres: querer ser como Dios, enmendarle la plana al Creador, creer
que tú lo habrías hecho todo mejor que nuestro Padre Celestial; ponerte a ti en el lugar
de Dios para decidir por tu cuenta lo que está bien y lo que está más (he ahí el origen
del relativismo moral y del subjetivismo y el individualismo liberal). ¡Cuantas personas
son infelices por no aceptarse ni quererse! Están ciegos porque no son capaces de ver
que somos criatura divinas. Nuestra dignidad proviene de ser obra de sus manos.
Es verdad que tenemos nuestra naturaleza herida por el pecado original (como
un defecto de fábrica) que hace que tendamos a meter la pata y hacer el mal: a ser
egoístas, vagos, violentos, lujuriosos, injustos, maledicentes… Pero el Padre siempre
está dispuesto a perdonarnos y a concedernos su gracia para seguir adelante. Tanto nos
amó Dios, que envió a su Hijo y con su muerte y su resurrección, Cristo nos alcanzó la
salvación y con su sangre pagó el precio que nosotros deberíamos pagar por nuestros
pecados.
Este es el “principio y fundamento” de nuestra fe: Dios nos ama y quiere que
seamos felices y para llegar a serlo y vivir una vida plena nos enseñó el camino: amar
hasta el extremo, derrotar al pecado y a la muerte con una sobredosis de amor. Esta es la
Verdad. La fe en Jesucristo, la única verdadera, no consiste en cumplir una rígida lista
de prohibiciones. La fe es una historia de amor: es amar a Dios y amar a cuantos nos
rodean. “Ama y haz lo que quieras”, porque si el amor rige tu vida, si te dejas llenar y
transformar por Cristo – que es el Amor – serás feliz. El que ama no roba ni miente ni
comete adulterio ni mata. La fe nos empuja a comportarnos con los demás como
quisiéramos que los demás se comportaran con nosotros: en esto se resume todo.
Los momentos más felices de mi vida siempre han tenido que ver con el amor: la
boda
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