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Entrevista Al Papa Francisco

19 de Noviembre de 2014

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Entrevista exclusiva.Papa Francisco: “Busquemos ser una Iglesia que encuentra caminos nuevos”

P. Antonio Spadaro, S.J.1

Director de La Civiltà Cattolica

Es el lunes 19 de agosto. El papa Francisco me ha dado una cita para

las diez de la mañana en Santa Marta. Yo, sin embargo, quizá por herencia

paterna, siento la necesidad de llegar siempre con alguna anticipación. Las

personas que me acogen me hacen esperar en una salita. La espera es breve

y, tras un momento, alguien me acompaña a subir al ascensor. En dos minutos

me ha venido a la memoria la propuesta que surgió en Lisboa, durante una

reunión de directores de algunas revistas de la Compañía de Jesús. Allí surgió

la idea de publicar todos a la vez una entrevista al Papa. Hablando con los

demás directores, formulamos algunas preguntas que pudiesen expresar

intereses comunes. Salgo del ascensor y veo al Papa, que me espera ya junto

a la puerta. En realidad tengo la curiosa impresión de no haber atravesado

puerta alguna.

Cuando entro a su habitación, el Papa ofrece que me siente en una

butaca. Sus problemas de espalda hacen que él deba ocupar una silla más alta

y rígida que la mía. El ambiente es simple y austero. Sobre el escritorio, el

espacio de trabajo es pequeño. Me impresiona lo esencial de los muebles y las

demás cosas. Los libros son pocos, son pocos los papeles, pocos los objetos.

Entre estos, una imagen de san Francisco, una estatua de Nuestra Señora de

Luján,

patrona de Argentina, un crucifijo y una estatua de san José sorprendido

en el sueño, muy parecida a la que vi en su despacho de rector y superior

provincial en el Colegio Máximo de San Miguel. La espiritualidad de Bergoglio

no está hecha de “energías en armonía”, como las llamaría él, sino de rostros

humanos: Cristo, san Francisco, san José, María.

El Papa me acoge con esa sonrisa que a estas alturas ha dado la vuelta

al mundo y que ensancha los corazones. Empezamos a hablar de muchas

cosas, pero sobre todo de su viaje a Brasil. El Papa lo considera una verdadera

gracia. Le pregunto si ha descansado ya. Me responde que sí, que se

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Traducción: Luis López-Yarto, S.J.

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encuentra bien, pero, sobre todo, que la Jornada Mundial de la Juventud ha

supuesto para él un “misterio”. Me dice que no estaba acostumbrado a hablar a

tanta gente: “Yo suelo dirigir la vista a las personas concretas, una a una, y

ponerme en contacto de forma personal con quien tengo delante. No estoy

hecho a las masas”. Le digo que es verdad, que eso se ve, y que a todos nos

impresiona. Se ve que, cuando se encuentra en medio de la gente, en realidad

posa sus ojos sobre personas concretas. Como luego las cámaras proyectarán

las imágenes y todos podrán contemplarle, queda libre para ponerse en

contacto directo, por lo menos ocular, con el que tiene delante. Tengo la

impresión de que esto le satisface, es decir, poder ser el que es, no sentirse

obligado a cambiar

su modo normal de comunicarse con los demás, ni siquiera

cuando tiene delante a millones de personas, como fue el caso en la playa de

Copacabana.

Antes de que pueda encender mi grabadora hablamos todavía de otra

cosa. Comentando una publicación mía, me dice que los dos pensadores

franceses contemporáneos que más le gustan son Henri de Lubac y Michel de

Certeau. Le confieso también yo algo más personal. Y él comienza a hablarme

de sí y de su elección al pontificado. Me dice que cuando comenzó a darse

cuenta de que podría llegar a ser elegido –era el miércoles 13 de marzo

durante la comida– sintió que le envolvía una inexplicable y profunda paz y

consolación interior, junto con una oscuridad total que dejaba en sombras el

resto de las cosas. Y que estos sentimientos le acompañaron hasta su

elección.

Sinceramente hubiera continuado hablando en este tono familiar por

mucho tiempo, pero tomo las páginas con las preguntas que llevo anotadas y

enciendo la grabadora. Antes de nada, le doy las gracias en nombre de todos

los directores de las revistas de la Compañía de Jesús que publicarán esta

entrevista.

El Papa, poco antes de la audiencia que concedió a los jesuitas de La

Civiltà Cattolica, me había mencionado su gran renuencia a conceder

entrevistas. Me había confesado que prefiere pensarse las cosas más que

improvisar respuestas sobre la marcha en una entrevista. Siente que las

respuestas precisas le surgen cuando ya ha formulado la

primera: “No me

reconocía a mí mismo cuando comencé a responder a los periodistas que me

lanzaban sus preguntas durante el vuelo de vuelta de Río de Janeiro”, me dice.

Pero es cierto: a lo largo de esta entrevista el Papa se ha sentido libre de

interrumpir lo que estaba diciendo en su respuesta a una pregunta, para añadir

algo a una respuesta anterior. Hablar con el papa Francisco es una especie de

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flujo volcánico de ideas que se engarzan unas con otras. Incluso el acto de

tomar apuntes me produce la desagradable sensación de estar interrumpiendo

un diálogo espontáneo. Es obvio que el papa Francisco está más

acostumbrado a la conversación que a la cátedra.

¿QUIÉN ES JORGE MARIO BERGOGLIO?

Tengo una pregunta preparada, pero decido no seguir el esquema

prefijado y la formulo un poco a quemarropa: “¿Quién es Jorge Mario

Bergoglio?”. Se me queda mirando en silencio. Le pregunto si es lícito hacerle

esta pregunta… Hace un gesto de aceptación y me dice: “No sé cuál puede ser

la respuesta exacta… Yo soy un pecador. Esta es la definición más exacta. Y

no se trata de un modo de hablar o un género literario. Soy un pecador”.

El Papa sigue reflexionando, concentrado, como si no se hubiese

esperado esta pregunta, como si fuese necesario pensarla más.

“Bueno, quizá podría decir que soy despierto, que sé moverme, pero

que, al mismo tiempo, soy bastante ingenuo. Pero la síntesis mejor, la que me

sale más desde dentro y siento más verdadera

es esta: “Soy un pecador en

quien el Señor ha puesto los ojos”. Y repite: “Soy alguien que ha sido mirado

por el Señor. Mi lema, ‘Miserando atque eligendo’, es algo que, en mi caso, he

sentido siempre muy verdadero”.

El papa Francisco ha tomado este lema de las homilías de san Beda el

Venerable que, comentando el pasaje evangélico de la vocación de san Mateo,

escribe: “Jesús vio un publicano y, mirándolo con amor y eligiéndolo, le dijo:

Sígueme”.

Añade: “El gerundio latino miserando me parece intraducible tanto en

italiano como en español. A mí me gusta traducirlo con otro gerundio que no

existe: misericordiando”.

El papa Francisco, siguiendo el hilo de su reflexión, me dice, dando un

salto cuyo sentido no acabo de comprender: “Yo no conozco Roma. Son pocas

las cosas que conozco. Entre estas está Santa María la Mayor: solía ir

siempre”. Riendo, le digo: “¡Lo hemos entendido todos muy bien, Santo

Padre!”. “Bueno, sí –prosigue el Papa–, conozco Santa María la Mayor, San

Pedro… pero cuando venía a Roma vivía siempre en Vía della Scrofa. Desde

allí me acercaba con frecuencia a visitar la iglesia de San Luis de los

Franceses y a contemplar el cuadro de la vocación de san Mateo de

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Caravaggio”. Empiezo a intuir qué me quiere decir el Papa.

“Ese dedo de Jesús, apuntando así… a Mateo. Así estoy yo. Así me

siento. Como Mateo”. Y en este momento el Papa se decide, como si hubiese

captado la imagen de sí mismo que andaba buscando: “Me

impresiona el gesto

de Mateo. Se aferra a su dinero, como diciendo: ‘¡No, no a mí! No, ¡este dinero

es mío!’. Esto es lo que yo soy: un pecador al que el Señor ha dirigido su

mirada… Y esto es lo que dije cuando me preguntaron si aceptaba la elección

de Pontífice”. Y murmura: “Peccator sum, sed super misericordia et infinita

patientia Domini nostri Jesu Christi confisus et in spiritu penitentiae accepto”.

¿POR QUÉ SE HIZO JESUITA?

Me hago cargo de que esta fórmula de aceptación es para el papa

Francisco una tarjeta de identidad. Nada más que añadir. Y continúo con la que

llevaba preparada como primera pregunta: “Santo Padre, ¿qué le movió a

tomar la decisión de entrar en la Compañía de Jesús? ¿Qué le llamaba la

atención en la Orden de los jesuitas?”.

“Quería algo más. Pero no sabía qué era. Había entrado en el seminario.

Me atraían los dominicos y tenía amigos dominicos. Pero al fin he elegido la

Compañía, que llegué a conocer bien, al estar nuestro seminario confiado a los

jesuitas. De la Compañía me impresionaron tres cosas: su carácter misionero,

la comunidad y la disciplina. Y esto es curioso, porque yo soy un indisciplinado

nato, nato, nato. Pero su disciplina, su modo de ordenar el tiempo, me ha

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