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Fe De Erratas


Enviado por   •  10 de Marzo de 2014  •  567 Palabras (3 Páginas)  •  247 Visitas

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Fe de erratas

Por Leysi Rubio

¿Sabe usted, lector, quién sacó los enterramientos de las iglesias hacia los cementerios en Cuba? ¿Quién fue el primero en incorporar las arduas clases de Física o Química en nuestros programas educativos? ¿Quién apadrinó al Padre Félix Varela, el que enseñó a pensar nuestra nación desde la ética y el conocimiento? Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa, ese el responsable de tamaña virtud.

El Obispo de Espada, como es reconocido, entre quienes lo conocen, llegó a Cuba en 1802, vistiendo una sotana impráctica para el clima caribeño. Luego de recorrer en visita pastoral la Isla hasta Camagüey, asumió Cuba como segunda patria e hizo cuanto pudo por darle a la sociedad criolla su condición de “cubanidad”.

Utilizó de probeta el Seminario San Carlos, donde imprimiría su sello personal en la renovación de la enseñanza escolástica eliminando gradualmente el método memorístico. «Aprender de memoria es el mayor de los absurdos, pues si falla la memoria falla todo lo estudiado, por ello la constancia en el estudio consolida los conocimientos» .

Apadrinó una nueva intelectualidad que, desde la dialéctica de la razón, encontraría nuevos caminos de formación ética y moral para la conformación de la nación cubana. Nombres como José Antonio Saco, José de la Luz y Caballero, Domingo del Monte vendrían a conformar, desde sus estudios filosóficos o sociales, una alternativa a la sacarocracia esclavista hegemónica de la época.

Desenredar los hilos que entretejieron a ciegas los colonos esclavistas es el inicio de la comprensión de procesos culturales asidos al acervo colectivo histórico de nuestra nación. Desafiar el polvo de los muros, y luego retornar a la plaza del sueño y la posibilidad de ser: Cuba, caribeña, libre.

El Obispo de Espada no solo acompañó a Tomás Romay en su campaña a favor de la vacunación contra la viruela, sino que además, devolvió mediante la enseñanza la moral y la virtud de la utilidad a aquellos que vivían en lugares de acogida, e incluso la cárcel. Esta destacada figura es, lamentablemente, poco conocida.

Desapareció en la premura de la impresión del libro de Historia, o limitó su existencia a un par de líneas. Para los historiadores que omitieron su nombre de los libros de texto, el beneficio de la duda.

La ignorancia, como fruto de la des-memoria colectiva, nos dificulta el análisis profundo en tiempos donde “el tiempo” encarece el valor de recordar. Mas está en el camino precedente a nuestros pasos la posibilidad de llegar a tierra firme sanos y a salvo de nuestros pasados y “cíclicos” errores.

Recuerdo ahora la dicotomía de Piñera entre lo universal y lo vernáculo, esa confrontación de donde nace lo verdaderamente autóctono. Me persigue, y me obliga

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