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Honrarás A Tu Padre Y A Tu Madre

GABY05258 de Octubre de 2014

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6a. sesión. Cuarto: "Honrarás a tu padre y a tu madre"

Este, mandamiento obliga no sólo a los hijos con los padres, sino también a los padres con los hijos.

6a. sesión. Cuarto: "Honrarás a tu padre y a tu madre"

Comenzamos ahora los mandamientos relacionados con el prójimo. Los tres primeros se referían a la relación con Dios. Los siete restantes, al prójimo. ¡Qué desprendido es nuestro Dios que sólo quiere para sí tres mandamientos!

Dios podía habernos dado sólo los tres primeros, y así tenía asegurados sus propios derechos, su dignidad. Pero no. También quería poner las obligaciones de los hombres entre sí. Estos siete restantes hacen posible la convivencia humana, la armonía, la estabilidad, la paz, la fidelidad.

Y dado que los más cercanos y próximos a nosotros son los padres y hermanos, por eso Dios reservó el cuarto mandamiento a la relación con nuestra familia: padres y hermanos.

Dice Dios en el libro del Éxodo 20, 12: “Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar”.

Este, mandamiento obliga no sólo a los hijos con los padres, sino también a los padres con los hijos. Es más, también a los alumnos con respecto a sus maestros y profesores, y a éstos respecto a sus alumnos; al obrero y al patrono, a los súbditos y a los superiores.

Te hablaré en este mandamiento de estos puntos:

I. La familia debe ser el rostro viviente de Dios en el mundo.

II. El valor sagrado de la autoridad.

III. ¿Cómo has de honrar a tus padres y cómo deben ellos quererte?

I. VIENES DE UNA HERMOSA FAMILIA

Quiero valorar lo que es la familia, de donde tú y yo venimos.

La familia debe ser el rostro de Dios, el rostro viviente de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. La familia es una gran maravilla que Dios te regaló. Por eso, atacar y destruir la familia es hacer añicos la imagen de Dios en la tierra. Cada familia está llamada a reflejar el rostro de Dios.

Lo esencial de cada familia es el amor. El amor es el rostro de Dios. La familia, en la vivencia de un profundo clima de amor, transparenta el único y verdadero rostro de Dios. En el amor familiar, te repito, se palpa o se debería palpar el rostro de Dios.

El rostro de Dios, contemplado en una familia, motiva a que otras, que aún no viven esta hermosa realidad, busquen imitar. Familias en las que no falta el pan ni el bienestar familiar, pero sí la concordia, alegría y paz del corazón; familias cargadas de un sufrimiento escondido por mil razones; familias sumergidas en la pobreza extrema de muchos campesinos, indígenas y emigrantes. ¡Que en estas familias comience a brillar el rostro de Dios!

¿En tu familia se transparenta el rostro de Dios? Cuando tú formes tu propia familia, ¿se palpará en ella el rostro de Dios?

Dado que la familia es el marco natural donde se realiza el amor, la auténtica vida de la familia debe estar presidida por las características del amor: la entrega o donación incondicional, el diálogo, la atención al otro y a sus intereses por encima de los míos. Sólo sobre esta base se podrá construir un matrimonio y una familia. Además, para que el amor familiar sea auténtico, debe ponerse a Dios como centro de esa relación, porque Dios es el Amor.

Si tú has recibido esa llamada de Dios a formar una familia a través de los signos que Él usa para manifestar su voluntad, puedes considerarte privilegiado, pues Él ha depositado en ti todo su amor y confianza. A ti te toca entonces respetar responsablemente la voluntad de Dios sobre el matrimonio y la familia, tratar de conocer en profundidad los planes de Dios sobre ella, sus designios de amor, y ponerlos en práctica.

Un matrimonio y una familia que viven siempre cerca de Dios, porque rezan y se nutren de los sacramentos, no sólo no envejecen en su amor, sino que renuevan cada día la frescura de su amor joven.

El matrimonio está de acuerdo a la naturaleza humana, ha sido concebido por Dios para dar un marco apropiado y noble a la procreación humana. Los animales se guían por instintos y no conocen lo que es el amor, pero el hombre necesita un ambiente estable de cariño, una institución que asegure y guíe su desarrollo; esto es el matrimonio.

Por eso, cuando en la educación del joven o del niño falta la familia o hay problemas dentro de ella, se producen grandes traumas emocionales, psicológicos, afectivos, educacionales, que marcarán para siempre la vida de ese hombre o de esa mujer.

Por todo ello podemos deducir que la familia es un magnífico camino de santidad y de formación integral que necesita del esfuerzo personal de todos sus miembros para cumplir su cometido, pero que cuenta también con una privilegiada asistencia de Dios a través de gracias muy especiales.

¿Qué no debe faltar en la relación entre los esposos para que esa familia transparente el rostro de Dios?

El matrimonio es la unión de un hombre y una mujer, en vistas a la unión mutua y a la procreación y educación de los hijos. Es la institución concebida por Dios en la que el hombre y la mujer viven una íntima unión indisoluble, se apoyan y ayudan, crecen en el amor y colaboran con Dios para hacer crecer la humanidad con nuevos hijos.

Para realizar este designio maravilloso de Dios para estos esposos es necesario que se den estas cualidades entre ellos: diálogo, donación incondicional al otro, ayuda mutua, procreación y educación de los hijos.

Primero, diálogo. En el diálogo debe entrar toda tu personalidad: voluntad, afectividad, los sentidos, la inteligencia, la fuerza de las pasiones, las emociones, etc. El diálogo te brinda la ocasión de ser escuchado y de escuchar, de comunicar lo que piensas y crees, y de acoger al otro como es. El diálogo se construye con la humildad y la caridad.

Por la humildad, escuchas al otro, aceptas sus puntos de vista, cedes, buscas un punto de acuerdo. Por la caridad, acoges al otro tal y como es, con sus defectos y virtudes, le consideras como alguien que merece todo tu respeto, buscas hacerle todo lo que te gustaría que te hicieran a ti.

No es fácil el diálogo. Es un arte. ¡Cuántos problemas matrimoniales nacen de una pequeña grieta en el diálogo! La receta para el diálogo, ¿cuál crees que es? Buscar la verdad por encima de cualquier interés personal y atender siempre al bien del otro. En el diálogo no se trata de buscar “mi” verdad sino “nuestra” verdad; la de los dos, que es una verdad compuesta por la verdad de uno y la verdad del otro.

En segundo lugar, donación incondicional al otro. La donación es la forma auténtica de expresar el amor siguiendo el ejemplo de Cristo que nos manifestó su amor entregándose por nosotros. Esta donación no es fruto sólo del afecto sensible. Tampoco se puede reducir a la dimensión sexual. La donación incondicional es la entrega al otro sin buscar compensaciones, aunque cueste.

La sexualidad –dice el Papa Juan Pablo II-, mediante la cual el hombre y la mujer se dan uno a otro con los actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de la persona humana en cuanto tal. Ella se realiza de modo verdaderamente humano, solamente cuando es parte integral del amor con el que el hombre y la mujer se comprometen totalmente entre sí hasta la muerte. La donación física total sería un engaño, si no fuese signo y fruto de una donación en la que está presente toda la persona, incluso en su dimensión temporal; si la persona se reservase algo o la posibilidad de decidir de otra manera en orden al futuro, ya no se donaría totalmente...

Esta totalidad, exigida por el amor conyugal, corresponde también con las exigencias de una fecundidad responsable, la cual, orientada a engendrar una persona humana, supera por su naturaleza el orden puramente biológico y toca una serie de valores personales, para cuyo crecimiento armonioso es necesaria la contribución perdurable y concorde de los padres. El único lugar que hace posible esta donación total es el matrimonio, es decir, el pacto de amor conyugal o elección consciente y libre, con la que el hombre y la mujer aceptan la comunidad íntima de vida y amor, querida por Dios mismo, que sólo bajo esta luz manifiesta su verdadero significado (Juan Pablo II, Exhortación apostólica “Familiaris Consortio”, n. 11)

Ayuda mutua, en tercer lugar. Ayuda mutua en todos los campos: en el campo espiritual y material, en la educación de los hijos, en la repartición de papeles dentro de casa, en la colaboración en la unión sexual donde los dos cónyuges colaboran entre sí y colaboran con Dios para dar la vida a nuevos seres humanos, sus propios hijos. Con la ayuda mutua se sostienen el uno al otro, y siempre estarán fuertes y en pie.

Finalmente, procreación y educación de los hijos. La fecundidad es una de las características del amor conyugal. Esto no significa que no se pueda dar el amor en un matrimonio sin hijos. El matrimonio es la institución humana donde se acoge la vida. Por eso, el matrimonio que vive guiado por el amor a Dios y el respeto a su voluntad, siempre se caracterizará por la apertura al misterio de la vida. Será necesariamente generoso con ese don de Dios.

El hijo es un don que brota del centro mismo

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