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Hora Santa Para Jueves Santo


Enviado por   •  9 de Octubre de 2013  •  2.157 Palabras (9 Páginas)  •  476 Visitas

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HORA SANTA PARA EL DIA DE JUEVES SANTO

Monición de Entrada

Queridos hermanos: De nuevo estamos reunidos en comunidad de fe y de oración. Hemos venido aquí, porque deseamos estar con Nuestro Señor y agradecerle todos los misterios que El instituyó en el primer Jueves Santo de la Historia: la Eucaristía, el sacerdocio y el amor fraterno. Podemos estar seguros que al Señor le agrada profundamente nuestra actitud y premiará el sacrificio que supone pasar por encima de nuestro cansancio y, quizás, de nuestro sueño, para acompañarle en esta hora sublime.

De la mano de nuestra Madre, la Virgen Santísima, y bien unidos al Papa, a nuestros obispos y a todos los cristianos del mundo entero, dispongámonos a participar con fruto en esta Hora Santa.

Vamos a dividirla en tres partes: una por cada misterio de los que celebra la Sagrada Liturgia. Comenzaremos por la Sagrada Eucaristía, porque los otros dos nacen de ella y a ella se orientan.

En cada una de las partes seguiremos el mismo orden. Primero haremos una proclamación de la Palabra de Dios; después el sacerdote que nos preside actualizará el mensaje de esa Palabra, para ayudarnos a responder a sus exigencias; por último, expresaremos nuestros sentimientos por medio de un canto.

PRIMERA PARTE: INSTITUCIÓN DE LA S. EUCARISTÍA

Lecturas: 1ª: 1Cor 11,23-26 (y/o) 2ª: Lc 22,14-23.

1. Los tres misterios e importancia de la Eucaristía.

Como nos decían al principio, hoy celebramos tres misterios: las institución de la Eucaristía, la institución del sacerdocio y el amor fraterno. De ellos, el más importante es el de la Eucaristía, porque el sacerdocio fue instituido para perpetuarla a lo largo de los siglos y el amor fraterno brota de ese misterio inefable de amor y en él encuentra su más profunda razón de ser, su orientación y su medida.

La Eucaristía es, además, la fuente de donde mana toda la gracia salvadora de la Iglesia y la cumbre hacia la que tiende toda su actividad y la de todos y cada. uno de sus miembros. "De la Eucaristía mana hacia nosotros la gracia como de su fuente y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin" (SC 10). "Los trabajos apostólicos se ordenan a que una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, participen del sacrificio y coman la Cena del Señor" (Ibidem). "En la Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan vivo por su carne, que da la vida a los hombres vivificada y vivificante por el Espíritu Santo" (PO S). La Eucaristía es "fuente y cumbre de toda la vida cristiana" (LG 11).

2. La Eucaristía, reactualización del sacrificio de la Cruz.

Cada vez que participamos en la celebración eucarística escuchamos estas sobrecogedoras palabras: A) "Esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros". B) "Este es el cáliz de mi Sangre... que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados". C) "Haced esto en memoria mía".

Por tanto la Eucaristía es, ante todo y sobre todo, el sacrificio que Jesucristo ofrece al Padre en favor nuestro. El mismo que ofreció en el altar de la Cruz.

Esto es así porque el sacerdote que ofrecía allí y ofrece aquí es el mismo; la misma es también la Víctima ofrecida; sólo hay, una diferencia: allí el sacrificio se realizaba en el mismo cuerpo pasible de Jesucristo que sufría física y espiritualmente y entregaba su vida por nosotros; en la Eucaristía, en cambio, el sacrificio se realiza de modo sacramental, a saber: bajo las especies de pan y vino.

Quiere esto decir que cada vez que se celebra el sacrificio eucarístico "se realiza. la obra de nuestra salvación", "Dios es perfectamente glorificado y el hombre plenamente salvado", la SS. Trinidad recibe un himno espiritual de acción de gracias, adoración y glorificación de valor infinito y hasta la misma creación es reconciliada con su Señor. Por eso, siempre que se celebra la Eucaristía, el sacerdote dice con voz solemne y majestuosa el Prefacio (acción de gracias), varias doxologías (al foral de las oraciones presidenciales, al concluir la plegaria eucarística, etc.) y nosotros cantamos al santo. Nunca, por otra parte, deja de pronunciar las palabras de la consagración, palabras que no repite como si estuviera contando lo que ocurrió en la Última Cena, sino en presente indicando así que está repitiendo lo mismo que Jesucristo hizo sacramentalmente en dicha Cena y corporalmente en la Cruz.

El hombre no puede hacer nada más agradable a Dios ni más provechoso espiritualmente para él, que participar activa y fructuosamente en la Eucaristía. De allí la importancia de tomar parte en ella diariamente si es posible y no faltar nunca los domingos y demás días festivos.

3. La Eucaristía, sacrificio de la Iglesia.

Cristo ha querido asociar consigo a la Iglesia siempre que realizara su sacrificio redentor. Por eso, en la Eucaristía se ofrece el sacrificio del Cristo total, es decir: la Cabeza y los miembros (somos todos y cada uno de nosotros).

Nosotros, por tanto, no hemos de asistir solamente, sino participar, siendo verdaderos protagonistas. Además, no podemos contentarnos con una participación meramente externa sino que, a través de los ritos y oraciones de la liturgia, hemos de sintonizar con el misterio que se celebra. Y, una vez concluida la celebración, prolongar durante el día lo que allí hemos vivido, es decir: permanecer en una ininterrumpida acción de gracias

(agradeciendo a Dios todo los que nos va dando, especialmente la conservación de la vida y de la fe), de glorificación (tratando de trabajar para la gloria de Dios), de petición (pidiendo por todas las necesidades que vayamos descubriendo en nosotros, en los que nos rodean, en los acontecimientos de la Iglesia y del mundo), y entrega a todos los hombres que se entrecrucen en el camino de nuestra vida. En una palabra: convirtiendo nuestra vida y nuestro corazón en un altar donde ofrecemos ininterrumpidamente el sacrificio de nuestra vida, en íntima unión con el sacrifico de Cristo.

4. La Eucaristía, Comunión.

Cristo instituyó la Eucaristía bajo la forma de un banquete de pan y vino, que se lo dio a los apóstoles y se lo da a cuantos quieren recibirlo. Sólo exige tener las debidas disposiciones de alma (estar en gracia santificante, recuperada, si es preciso, por el

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