La Espiral De La Preocupación O La Tristeza
1234genie21 de Febrero de 2014
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La espiral de la preocupación o la tristeza es el núcleo fundamental de la ansiedad. No es que la preocupación sea negativa de por sí. Como han señalado Lizabeth Roemer y Thomas Borkovec, la preocupación es esencial para la supervivencia y la dignidad del hombre, pues resulta imprescindible para la reflexión constructiva, y sirve para alertar ante un peligro emocional no permisible y facilitarnos la búsqueda de soluciones hasta para salirle al paso a la perdida de seres amados.
Es cierto que puede haber momentos en que la tristeza sea la reacción más natural y adecuada: por ejemplo, ante el fallecimiento de un ser querido, o ante alguna otra importante pérdida irreparable. En esos casos, la tristeza proporciona una especie de refugio reflexivo, de duelo necesario para asumir esa pérdida y ponderar su significado.
Uno de los principales motivos de la duración e intensidad de un estado de tristeza es el grado de obsesión que se tenga ante la causa que ha producido la tristeza. Preocuparse más de lo debido por esa causa, sólo hace que la tristeza se agudice y se prolongue más aún. Aislarse, dar vueltas y vueltas a lo mal que nos sentimos, o a los nuevos males que nos pueden sobrevenir, son excelentes modos de prolongar ese estado.
La vida es algo más que un libro de reclamaciones.
Y aunque a algunas personas les parezca una prueba de agudeza y de madurez mostrar una actitud de constante denuncia de los males que padecen ellos, o la sociedad en general, es mucho más práctico dedicar esas energías –o al menos una buena parte de ellas– a descubrir buenos ejemplos en quienes nos rodean, y procurar seguirlos. No es que haya que ignorar o esconder lo que está mal, pero es importante aprender a centrarse en tareas que siempre sean constructivas.
También la distracción es una buena forma de alejar esas ideas recurrentes, sobre todo cuando esos pensamientos más o menos deprimentes tienen un carácter bastante automático, e irrumpen en la mente de modo inesperado, sin una causa directa clara. De todas formas, es preciso hacer esto con medida, pues el recurso inmoderado a la distracción suele ser perjudicial: por ejemplo, los telespectadores empedernidos suelen concluir sus maratonianas sesiones con un mayor sentimiento de tristeza y de frustración que al comenzar.
Hay otras muchas formas de abordar la tristeza. Por ejemplo, esforzarnos por ver las cosas desde una óptica diferente, más positiva; eludir los pensamientos autocompasivos o victimistas; vislumbrar lo positivo que –poco o mucho– puede haber detrás de lo que en ese momento nos parece tan negativo; pensar que muchas otras personas saben sobrellevar bien situaciones que son objetivamente mucho peores; buscar el desahogo en alguien que, al no estar atrapado por esa espiral de la tristeza, pueda más fácilmente ofrecernos alternativas o remedios; etc.
Unas veces, la solución será descansar. En otras, embeberse en alguna ocupación, aunque no sea estrictamente de descanso: por ejemplo, acometer pequeñas tareas pendientes (trabajos domésticos, por ejemplo) que nos hagan centrar la atención en otra cosa y además nos hagan gozar de la gratificante satisfacción del deber cumplido.
Cabría insistir, por último, en que pensar en los demás es una excelente terapia contra la tristeza, pues ésta suele alimentarse de preocupaciones que giran en torno a uno mismo, y el hecho de ayudar a los demás –algo siempre recomendable para cualquier persona, esté triste o alegre– tiene el benéfico efecto, entre otros muchos, de contribuir a que nos desembaracemos un poco de nuestro egoísmo.
De modo análogo a lo que decíamos al hablar sobre la espiral de la preocupación, la mejor terapia contra la tristeza es reflexionar sobre sus causas, para así buscar remedio en la medida que podamos.
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