La sinceridad nos lleva a decir toda la verdad, a mostrarnos como somos

SINCERIDAD        NIVEL IV

        1. La sinceridad  nos lleva a decir  toda la verdad, a mostrarnos como somos. La verdad –aunque cueste– lleva a la alegría, a la sencillez, a la naturalidad y a la tranquilidad de concien-cia. Cuando se miente –aunque sólo sea en cosas pequeñas, o a medias– poco a poco una persona se va haciendo esclavo de la intranquilidad de conciencia: queda atada en la propia trampa.

La sinceridad tiene tres ámbitos muy importantes: la sinceridad con Dios (a Dios nadie le engaña; de Dios nadie se burla), la sinceridad con uno mismo (reconocer nuestra realidad personal, sin autoengañarnos) y sinceridad con los demás. Si uno no es sincero consigo mismo ni con Dios, no puede ser sincero con los demás.

2. ¿Sabes lo que pedía Jesús en muchos de sus milagros? Pedía fe, que creyeran en Él y, en segundo lugar, que le mostraran sin tapujos lo que les pasaba: “Soy leproso”, “Estoy ciego”, “He ido a muchos médicos a ver si me curo”, “Nadie me acerca a la piscina”... ¿Te imaginas a alguna de esas personas escondiéndole sus defectos al Señor por vergüenza? No se habría curado. Igual de absurda es la falta de sinceridad.

        3. ¿Qué pensarías de una persona que tiene un dolor de muelas insoportable y, destro-zado, va al médico y le dice: “Doctor, doctor, me duele muchísimo (véase la cara descom-puesta), no puedo dormir (véanse las ojeras)”. “¿Qué le duele?”, pregunta el médico. Después de dudar un poco, contesta: “La barriga; se me está poniendo morada”. Lo que habría que ponerle morados son los ojos, ¿no crees? Un poco loco sí parece, ¿verdad? Pues nosotros estamos igual de locos cuando vamos a la dirección espiritual, o a la preceptuación, y no decimos lo que no va del todo bien. Estamos mucho más locos, pues nos dedicamos a jugar con cosas mucho más serias, y no simplemente con un dolor de muelas.

        4. ¿Sabes la mejor receta para estar muy cerca del Señor? Ser muy sincero. Primero reconocer nuestros fallos (sin justificarnos ni buscar excusas), y luego comentarlos en la preceptuación y decirlos en la confesión, pues se te perdonarán los pecados y se te podrá ayudar. Estaremos muy cerca del Señor y muy, muy alegres.

 La sinceridad es clave en la preceptuación. El preceptor está a nuestro servicio, para ayudarnos. Hay que hablar con claridad, llegando al fondo, sin vergüenzas ni sonrojos de niño tonto. Lógicamente, habrá cosas que cuesten más, pero por eso habrá que decirlas, para que dejen de ser costosas y problemáticas. Determinados temas suelen dar más vergüenza: santa pureza, cosas del carácter que humillan, etc. Abrir el alma y pedir ayuda.

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