Las Parabolas
udkd22 de Enero de 2013
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PARÁBOLA DE LA CIZAÑA
“El Reino de Dios es semejante a un hombre que sembró buena semilla en un campo. Mientras sus hombres dormían, vino su enemigo, esparció cizaña en medio del trigo y se fue. Pero cuando creció la hierba y llevó fruto, apareció también la cizaña. Los criados fueron a decir a su amo: ¿No sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña? Él les dijo: Un hombre enemigo hizo esto. Los criados dijeron: ¿Quieres que vayamos a recogerla? Les contestó: ¡No! No sea que, al recoger la cizaña, arranquéis con ella el trigo. Dejad crecer juntas las dos cosas hasta la siega; en el tiempo de la siega diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en haces para quemarla, pero el trigo recogedlo en mi granero.”
(Mateo, XIII, 24-30)
El hombre ha sido, en todos los tiempos, el eterno enemigo de la Verdad. A todos los rayos de su luz, opone una sombra para oscurecerla o desnaturalizarla. La cizaña está para el trigo, así como el juicio humano está para las manifestaciones superiores. Una doctrina, por más clara y pura que sea, en el mismo momento en que es concedida al hombre, suscita enemigos que la destrozan, codiciosos e interesados en mantener la ignorancia que la desvirtúan, revistiéndola de falsas interpretaciones y desnaturalizando completamente su esencia purísima. Son como la cizaña, que humilla, transforma, envenena y hasta mata al trigo. La Doctrina de Jesús, aunque es de una nitidez incomparable, de una lógica y claridad sin igual, no podía dejar de sufrir esa maliciosa “transformación”, que la hizo olvidada, ignorada e incomprendida de las gentes.
Aunque la Religión de Cristo se resuma en el amor a Dios y al prójimo, en el merecimiento por el trabajo, por la abnegación, por las virtudes activas, los sacerdotes hicieron de ella un principio de discordia; la degeneraron en partidos religiosos que se disputan en una lucha tremenda de desamor, de odio, de orgullo, de egoísmo, destruyendo todos los principios de fraternidad establecidos por Cristo. En vez de la Religión Inmaculada del Hijo de María, aparecen las religiones aparatosas de sacerdotes preconizando y manteniendo cultos paganos, exterioridades grotescas, dogmas, misterios, milagros, exaltando lo sobrenatural, esclavizando la razón y la conciencia de las gentes. Esta cizaña, desde hace milenios, y que comenzó a surgir por ocasión de la siembra del buen trigo, nació, creció, sofocó la bendita simiente porque, según dice la parábola, cuando Cristo habló, los hombres no pusieron atención, sino que dormían, dejando de prestar el necesario raciocinio a sus palabras redentoras. Y luego después, por la mezcla de la Palabra de Cristo con las exterioridades con que la revistieron, se hizo una confusión idéntica a la de la cizaña y del trigo, después de nacer, el Señor decidió esperar hasta la siega, es decir, el fin de los tiempos, que debería presentar el producto de su Palabra y los resultados de las religiones sacerdotales, con sus pompas, para q ue los segadores se encargasen de quemar la “cizaña” y recoger el “trigo” en el granero. Es lo que estamos haciendo, y estos escritos elucidativos no tienen el fin esclarecer la Doctrina de Cristo, que es toda Luz, sino quemar con la llama sagrada de la Verdad, la cizaña nociva, reducirla a cenizas, con el fin de que el Cristianismo domine, estableciendo en el corazón humano el amor a Dios y haciendo prevalecer el espíritu de Fraternidad, único capaz de resolver las cuestiones sociales y establecer la paz en el mundo.
PARÁBOLA DEL GRANO DE MOSTAZA
“El Reino de Dios es semejante a un grano de mostaza, que toma un hombre, lo echa en su huerto y crece hasta llegar a ser como un árbol, en cuyas ramas anidan las aves.”
(Mateo, VIII, 31-32 – Marcos, IV, 30-32 – Lucas, XIII, 18-19).
Consideremos aquí, el Reino de los Cielos como todo lo que está por encima y por debajo, a la derecha y a la izquierda de nosotros, todo ese inmenso espacio, infinito, inconmensurable, donde se mecen los astros y brillan las estrellas; todo ese Éter que nos parece vacío, pero que en verdad, encierra multitudes de seres y de mundos, donde se exhiben maravillas del Arte y de la Ciencia de Dios. Para quien lo ve desde la Tierra, con los ojos del cuerpo, su conocimiento parece insignificante, como lo es un grano de mostaza. Pero, después de estudiarlo, así como después que se planta la simiente, nuestra inteligencia se dilata, como se dilata la simiente cuando germina; se transforma nuestro modo de pensar, como le suele suceder a la simiente ya modificada en hierba; y el conocimiento del Reino de los Cielos crece en nosotros como crece la mostaza, hasta el punto de volvernos un centro de apoyo alrededor del cual revolotean los Espíritus, así como los hombres que sienten la necesidad de ese apoyo moral y espiritual, de la misma forma que los pájaros, para su descanso, buscan los árboles más exuberantes para gozar de la sombra benéfica de sus ramajes.
El grano de mostaza sirvió dos veces para las comparaciones de Jesús: una vez lo comparó al Reino de los Cielos; otra, a la Fe. El grano de mostaza tiene sustancia y un grano produce efecto revulsivo. Esa misma sustancia se transforma en árbol; después da muchas simientes y muchos árboles y hasta sus hojas sirven de alimento. Pero es necesaria la fertilidad de la tierra, para que trabaje la germinación, haya transformación, crecimiento y fructificación de lo que fue simiente; y es necesario, a su vez, el trabajo de la simiente y de la planta en el aprovechamiento de ese elemento que le fue dado. Así ocurre con el Reino de los Cielos en el alma humana; sin el trabajo de esa “simiente”, que es hecho por los Espíritus del Señor; sin el concurso de la buena voluntad, que es la mejor fertilidad que le podemos proporcionar; sin el esfuerzo de la investigación, del estudio, no puede aumentar y engrandecerse en nosotros, no se nos puede mostrar tal como es, así como la mostaza no se transforma en hortaliza sin el empleo de los requisitos necesarios para esa modificación. La Fe es la misma cosa: se parece a un grano de mostaza cuando ya es capaz de “transportar montañas”, pero su tendencia es siempre para el crecimiento, a fin de operar cambio para un campo más extenso, más abierto, de más dilatados horizontes. La Fe verdadera estudia, examina, investiga, sin espíritu preconcebido, y crece siempre en el conocimiento y en la vivencia del Evangelio de Jesús. El Espiritismo, con sus hechos positivos, viene a dar un gran impulso a la Fe, descubriendo para todos el Reino de los Cielos. Así como el Reinado Celeste abarca el infinito, la Fe es todo y de ella todos necesitan para crecer en el conocimiento de la Vida Eterna.
PARÁBOLA DEL SEMBRADOR
En aquél mismo día, saliendo Jesús de casa, se sentó a la orilla del mar; y se reunió a su alrededor una gran multitud de gente, por eso, subió a una barca, en donde se sentó, estando el pueblo en la ribera; y les dijo muchas cosas por parábolas, hablando de esta manera: “El sembrador, salió a sembrar, y mientras sembraba, una parte de las semillas cayó junto al camino, y vinieron las aves del cielo y las comieron. Otra cayó en lugares pedregosos, en donde no había mucha tierra; y luego nació porque la tierra donde estaba no tenía profundidad. Mas el sol, habiéndose elevado enseguida, la quemó y como no tenía raíz, secó. Otra cayó en el espinar y las espinas, cuando crecieron, la ahogaron. Otra, en fin, cayó en tierra buena y dio fruto, algunos granos rindiendo ciento por uno, otros sesenta y otros treinta. El que tenga oídos para oír, oiga. Sus discípulos le preguntaron qué significaba esta parábola. Jesús les respondió: a vosotros os es dado conocer los misterios del Reino de Dios, pero a los otros se les habla en parábolas, para que mirando no vean; y oyendo no entiendan.” El sentido de la parábola es este: “Todo aquél que escucha la palabra del reino y no le da importancia, viene el espíritu maligno y le arrebata lo que había sembrado en su corazón; es aquél que recibió la semilla junto al camino. Aquél que recibió la semilla en medio de las piedras, es el que oye la palabra y por lo pronto la recibe con gozo; pero no tiene en sí raíz, antes es de poca duración; y cuando sobrevienen los obstáculos y las persecuciones, por causa de la palabra, la toma pronto por objeto de escándalo y de caída. Aquél que recibe la semilla entre espinas, es el que oye la palabra; pero pronto los cuidados de este siglo y la ilusión de las riquezas ahogan en él esa palabra y la vuelven sin fruto. Mas aquél que recibe la semilla en una buena tierra, es aquél que escucha la palabra, que presta atención y da fruto rindiendo ciento, sesenta o treinta por uno.”
(Mateo, XIII, 1-9 – Marcos, IV, 1-9 – Lucas, VIII, 4-15).
La Parábola del Sembrador es la parábola de las parábolas: resume los caracteres predominantes en todas las almas, al mismo tiempo que nos enseña a distinguirlas por la buena o mala voluntad con que reciben las nuevas espirituales.
Por el argumento del discurso vemos a aquellos que, ante la Palabra de Dios, son “orillas del camino” por donde pasan todas las ideas grandiosas como gentes por los caminos, sin grabar ninguna de ellas; son “piedras” impenetrables a las nuevas ideas, a los conocimientos liberales; son “espinas” que sofocan el crecimiento de todas las verdades, como esas plantas espinosas que debilitan y matan a los vegetales que intentan crecer en sus proximidades. Pero si así ocurre con el común de los hombres, como para la gran parte de la tierra improductiva, que forma parte de nuestro mundo, también se distingue, de entre todos, una pléyade de espíritus de buena
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