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Le Destronaron - Capítulo IV ¿Oprime La Ley A La Libertad?


Enviado por   •  9 de Junio de 2014  •  1.878 Palabras (8 Páginas)  •  160 Visitas

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“La libertad consiste: en que, por medio de las leyes civiles, pueda cada uno fácilmente vivir según los mandamientos de la ley eterna.”

León XIII, Libertas

No sabría resumir mejor los desastres producidos por el liberalismo en todos los ámbitos, más que citando un pasaje de una carta pastoral de obispos que data de hace cien años, pero que sigue todavía actual un siglo más tarde.

“Actualmente, el liberalismo es el error capital de las inteligencias y la pasión dominante de nuestro siglo. Forma una atmosfera infectada que envuelve por todas partes al mundo político y religioso, y es un peligro supremo para la sociedad y para el individuo. Enemigo tan gratuito como injusto y cruel de la Iglesia Católica, amontona en manojo, en un desorden insensato, todos los elementos de destrucción y de muerte, a fin de proscribirla de la tierra. Falsea las ideas, corrompe los juicios, adultera las conciencias, debilita los caracteres, enciende las pasiones, somete a los gobernantes, subleva a los gobernados, y, no contento de apagar (si eso le fuera posible) la llama de la Revelación, se lanza inconsciente y audaz para apagar la luz de la razón natural.”

Enunciado del principio liberal.

Pero en medio de tal caos de desordenes, en un error tan multiforme, ¿es posible descubrir el principio fundamental que explica todo? Ya lo dije, siguiendo al Padre Roussel: “El liberal es un fanático de independencia.” Es eso. Pero tratemos de precisar.

El Card. Billot, ha consagrado al liberalismo algunas páginas enérgicas y luminosas en su tratado sobre la Iglesia. Enuncia como sigue, el principio fundamental del liberalismo:

“La libertad es el bien fundamental del hombre, bien sagrado e inviolable, bien que no puede ser sometido a ningún tipo de coacción; en consecuencia, esta libertad sin límite debe ser la piedra inamovible sobre la cual se organizaran todos los elementos de las relaciones entre los hombres, la norma inmutable según la cual serán juzgadas todas las cosas desde el punto de vista del derecho; de allí que sea equitativo, justo y bueno, todo lo que en una sociedad tenga por base el principio de la libertad individual inviolada; inicuo y perverso lo demás. Ese fue el pensamiento de los autores de la Revolución de 1789, revolución cuyos frutos amargos el mundo entero sigue experimentando. Es el único objeto de la Declaración de los Derechos del Hombre, de la primera línea hasta la última. Eso fue, para los ideólogos, el punto de partida necesario para la reedificación completa de la sociedad en el orden político, en el orden económico, y sobre todo en el orden moral y religioso.”

Pero diréis, ¿la libertad no es lo propio de los seres inteligentes? ¿No es entonces justo que se haga de ella la base del orden social? ¡Ojo! os responderé: ¿De qué libertad me habláis? Pues esa palabra tiene varios sentidos que los liberales se ingenian en confundir, cuando en realidad es necesario distinguirlos.

Hay libertad y libertad...

Hagamos entonces un poco de filosofía. La reflexión más elemental nos muestra que hay tres clases de libertad.

1. Primero, la libertad psicológica, o libre albedrio, propia de los seres provistos de inteligencia y que es la facultad de determinarse hacia tal o cual cosa, independientemente de toda necesidad interior (reflejo, instinto, etc.). El libre albedrio constituye la dignidad radical de la persona humana, que es ser sui juris, es decir, depender de sí misma, y por lo tanto ser responsable, lo que no es el animal.

2. Después tenemos la libertad moral, que se refiere al uso del libre albedrio: uso bueno si los medios elegidos son buenos en sí mismos, conducen a la obtención de un buen fin, uso malo si no conducen a él. De ahí que la libertad moral es esencialmente relativa al bien. El Papa León XIII la definió magnificamente y de una manera muy simple: la libertad moral, dice, es la facultad de moverse en el bien. La libertad moral no es por lo tanto un absoluto, es totalmente relativa al Bien, es decir, finalmente, a la ley. Pues es la ley, primeramente la ley eterna que está en la inteligencia divina, y luego la ley natural que es la participación de la ley eterna en la criatura racional, la que determina el orden puesto por el Creador entre los fines que El asigna al hombre (sobrevivir, multiplicarse, organizarse en sociedad, llegar a su fin último, (el Summum Bonum que es Dios) y los medios aptos para alcanzar esos fines. La ley no es una antagonista de la libertad, al contrario, es una ayuda necesaria, lo cual vale también para las leyes civiles dignas de ese nombre. Sin la ley, la libertad degenera en libertinaje, que es hacer lo que me place. Precisamente algunos liberales, haciendo de esta libertad moral un absoluto, predican el libertinaje, es decir la libertad de hacer indiferentemente el bien o el mal, de adherir indiferentemente a lo verdadero o a lo falso. Pero, ¿quién no ve que la posibilidad de no hacer el bien, lejos de ser la esencia y la perfección de la libertad, es la marca de la imperfección del hombre caído? Más aún, como lo explica Santo Tomás, la facultad de pecar no es una libertad, sino una servidumbre: “Aquél que comete el pecado es esclavo del pecado” (Juan 8, 34).

Al contrario, bien guiada por la ley, encaminada entre valiosos topes, la libertad alcanza su fin. He aquí lo que expone el Papa León XIII a este respecto:

“Puesto que la libertad es en el hombre de tal condición, pedía ser

fortificada

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