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Los 10 Mandamientos


Enviado por   •  25 de Noviembre de 2013  •  2.876 Palabras (12 Páginas)  •  454 Visitas

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AMOR PELIGROSO

El primer mandamiento

No tendrás dioses ajenos delante de mí

(Éxodo 20:3).

arece que no entiendes, Arlín. Lo que está en jue-go es tu futuro, tu vida.

—No, papá, tú eres el que no entiende. Hace tan-tos años que dejaste atrás la juventud que ya no sabes lo que se siente, lo que se vive. Yo amo a Dany y se ve que no eres capaz de entenderlo.

Por un largo rato Mariano Silva se quedó mirando a su hija. Entonces suspiró y sacudió la cabeza, como si quisiera despertar de la pesadilla que estaba viviendo.

—Por favor, hija, tienes que escucharme.

—¡No, no, no! No necesito escuchar a nadie. La decisión ya está tomada. El próximo jueves el juez nos va a casar. Y no hay nada más que decir.

Otro silencio. Finalmente, Mariano habló con voz pausada.

—Está bien, Comprendo que es un hecho. Has tomado tu decisión y nadie te la va a cambiar. Solo quiero preguntarte una cosa.

Esta vez Arlín, calmada, tal vez porque sentía que su padre estaba cediendo, no lo interrumpió.

—P

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—El jueves pasado te pusiste una blusa blanca cuando Da-niel quería que usaras otra. ¿Te acuerdas cómo reaccionó?

—Es que la que él quería estaba manchada. Creo que le había caído algo.

—Pero, mi pregunta es, ¿cuál fue la reacción de tu novio?

—Ah, bueno, sí... No le gustó mucho.

¿Que no le gustó mucho? Se enojó demasiado; gritó y te di-jo de todo. Y esa misma noche, cuando lo invitamos a cenar aquí en casa, ¿qué sucedió?

—Papá!, ¿por qué quieres recordar eso?

—Porque al hombre no le importó avergonzarte delante de toda tu familia cuando dijiste algo que no le pareció. Si así te trata ahora, ¿cómo crees que será cuando...?

—¡Ya basta, papá! —gritó Arlín, tapándose los oídos—. Tú no sabes ni entiendes. Estoy enamorada de Dany. Lo quiero. El es mi vida. Lo demás, todo eso que tú dices, no importa, porque lo amo mucho. Es más, lo adoro. Eso es todo.

—Lo adoras, hija? ¿Lo adoras? Entonces... ¿qué es Dany para ti? ¿Es un dios?

—Sí, papá, es como tú dices. Dany es mi dios.

Suspendemos aquí este relato para hacer una pregunta. ¿Por qué cree que el padre de Arlín sintió esas palabras como una estocada en el corazón? ¿Por qué sintió tanto dolor al es-cucharlas?

Tal vez le sorprenda la respuesta que voy a dar. Mariano temblaba ante las palabras de su hija, porque conocía el poder del amor cuando se convierte en instrumento del mal. El amor desbarata nuestras defensas y nos deja expuestos y vulnera-bles como no lo puede hacer ninguna otra fuerza en la tierra.

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Considere el caso de unos padres que se encuentran espe-rando fuera de una unidad de cuidados intensivos de un hos-pital moderno, porque uno de sus hijos está grave. ¿Por qué es tan grande su dolor y angustia? Es por el amor. Y esos mismos padres pueden experimentar un dolor igual o peor unos pocos años después cuando este hijo llega a la casa alte-rado por las drogas.

¡Qué duro fue para el padre de Arlín, unos meses después, cuando su hija, con muchas lágrimas, le confesó que ya había empezado a cosechar las terribles consecuencias de su deci-sión! Desaparecida la neblina de su infamación, había desper-tado para descubrir que su esposo era un hombre intensamen-te celoso, que no estaba satisfecho nunca con sus mejores es-fuerzos, que aplastaba constantemente su espíritu con sar-casmos y desprecio y, a menudo, con golpes. Por eso se había estremecido el espíritu de Mariano Silva ante la actitud de su hija. Sentía pavor ante la perspectiva de que ella se colocara en manos de alguien que, tan evidentemente, la iba a perjudi-car.

Y por eso Dios nos ha dado el primer mandamiento. Es una advertencia, motivada por una profunda preocupación. Su mensaje es: No entregues tu lealtad, no rindas tu devoción a otros “dioses” que no lo son, en realidad, No te comprome-tas en el servicio de quienes, después de todo, te van a de-fraudar y lastimar.

Dioses que devoran

El antiguo pueblo de Israel estaba rodeado de naciones que adoraban a “otros dioses”. Dagón, con un cuerpo mitad pez y mitad hombre, era la deidad preferida de los filisteos, una na-

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ción que colindaba con Israel por el lado oeste. Ellos espera-ban de él buenas cosechas y abundantes pescas, que significa-ban prosperidad. Los fenicios, vecinos de Israel por el norte, preferían a Astoret, diosa de la fertilidad. Su culto era espe-cialmente popular porque se celebraba con borracheras y org-ías. A] oriente de Israel los moabitas adoraban a Quemoz y los amonitas a Moloc. Ambas eran deidades implacables que exigían sacrificios humanos, pero la gente las adoraba con to-do fervor, entregando hasta sus propios hijos para ser que-mados en sus altares, Estaban dispuestos a hacer esto porque pensaban así asegurarse el poder de estos dioses para resolver sus problemas.

Hoy en día las cosas han cambiado. La cultura popular ya no presta atención a figurillas de barro, pero el dinero, el sexo y el poder siguen ocupando el lugar supremo en los afectos de millones. La próxima vez que pase por un puesto de revis-tas, observe cuáles son los temas más populares. Fíjese tam-bién cómo vive la gente, cómo viste, qué escucha, de qué con-versa, a qué dedica su tiempo y su energía. Fácilmente podrá comprobar la verdad de lo que digo.

Entonces, pregúntese cuál ha sido el resultado, hasta la fe-cha, de la adoración de estos “dioses ajenos”. Como los de an-taño, son deidades que se vuelven contra sus adoradores y los devoran.

Hoy el ferviente culto rendido al dios Sexo ha dado como fruto el SIDA. ¿Por qué será que nadie menciona la solución más sencilla y más obvia? No es que sea tan difícil descubrir-la. La decisión más clara y efectiva es que demos la espalda a este dios asesino y una vez más respetemos la integridad de la familia y el carácter sagrado de los votos matrimoniales.

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Pero

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