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Martirio De Monseñor Romero


Enviado por   •  24 de Mayo de 2015  •  3.313 Palabras (14 Páginas)  •  203 Visitas

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Martirio de Monseñor Oscar Arnulfo Romero

El caso de Monseñor Romero ocupa un lugar especial en el informe de la Comisión de la Verdad. No sólo es un hecho individual que conmovió a la sociedad salvadoreña y a la sociedad internacional, según afirmación del propio informe, sino que está seleccionado como el caso que ejemplifica "el patrón sistemático de violencia" de los escuadrones de la muerte.

La Comisión comienza su descripción del caso diciendo que "Monseñor Romero se había convertido en un reconocido crítico de la violencia y la injusticia y, como tal, se le percibía en los círculos civiles y militares de derecha como enemigo peligroso. Sus homilías irritaban profundamente a estos círculos por cuanto incluían recuentos de hechos de violaciones de derechos humanos".

Antes de su asesinato hubo agresivas campañas de prensa contra su persona, especialmente publicadas en El Diario de Hoy. Se le llamaba "Arzobispo demagogo y violento... (Que) estimuló desde la catedral la adopción del terrorismo". O, incluso, un mes antes de su muerte se decía, teniéndole a él en cuenta, que "será conveniente que la Fuerza Armada empiece a aceitar sus fusiles".

Antes de su muerte recibió numerosas advertencias y amenazas de muerte "y en virtud de esa situación prefirió que sus colaboradores no lo acompañasen en sus salidas, para evitar riesgos innecesarios". Pocos días antes de su muerte, cerca del altar mayor, se encontró una bomba. Y, finalmente, el 24 de marzo de 1980 fue asesinado mientras celebraba Misa en la Capilla del Hospital de la Divina Providencia. El tirador disparó una sola bala desde fuera de la Capilla, sin salir del automóvil.

Tras la exposición de pruebas, el informe termina asegurando que "existe plena evidencia de que el Mayor Roberto D'Aubuisson dio la orden de asesinar al Arzobispo y dio instrucciones precisas a miembros de su entorno de seguridad, actuando como escuadrón de la muerte, de organizar y supervisar la ejecución del asesinato". Participan también en el asesinato dos capitanes. La Corte Suprema, posteriormente, asume un rol activo impidiendo la extradición de uno de ellos desde Estados Unidos a El Salvador con el fin, o al menos el resultado, de encubrir el asesinato de Monseñor Romero.

El pensamiento de Monseñor Romero

La realidad nacional

A Monseñor Romero le tocó vivir una época de creciente y enfrentada violencia en El Salvador. Con el Poder Ejecutivo y el resto de las instituciones estatales controladas por un partido aliado al Ejército, con dos elecciones fraudulentas en 1972 y 1976, con un país con varios años de crecimiento económico ininterrumpido que no hacía sino dejar más patentes las diferencias sociales y con unas organizaciones populares revolucionarias en auge, Monseñor Romero comienza su pastoreo de la arquidiócesis de San Salvador en tiempos recios y difíciles. Poco después de su toma de posesión fue asesinado el primer sacerdote de una larga lista, el P. Rutilio Grande, por su apoyo a los campesinos de la parroquia rural en la que trabajaba.

Ante la violencia institucionalizada, Monseñor Romero tenía que hablar, analizar y proponer. Para él los conflictos tenían una triple base. La idolatría de la riqueza sumía a las mayorías salvadoreñas en una pobreza injusta, violenta en sí misma y fuente de otras violencias. La idolatría de la seguridad nacional, además de que "institucionaliza la inseguridad de los individuos", impedía la participación popular en los mecanismos democráticos que podrían ofrecer posibilidades de cambio social. Y la idolatría de la organización supeditaba valores de personas a valores grupales hasta extremos contrarios a la dignidad de la persona humana. Sobre este último punto añadía que si bien la organización de los pobres es buena, deben evitarse estilos organizativos que no tengan en cuenta los valores personales o procedan despóticamente contra sus miembros.

Frente a esta realidad, Monseñor Romero proponía justicia, diálogo, participación, reparto de la riqueza, escuchar los justos clamores del pueblo... Y todo desde un diáfano pacifismo. La única violencia que admitía era "la violencia del amor, la de la fraternidad, la que quiere convertir las armas en hoces para el trabajo". De hecho, no hubo familia, estuviera en el bando que estuviera, que solicitara ayuda y no recibiera una palabra de apoyo o de mediación, si ésta última era posible, de parte de Monseñor Romero. Desde los sectores populares que pedían libertad de expresión y manifestación, hasta miembros de familias poderosas que acudían al obispo cuando sus parientes eran secuestrados.

El problema de la violencia

Aunque Monseñor Romero se ocupó especialmente del problema de la justicia y de los derechos de los pobres, nosotros nos fijaremos más en otra serie de temas, también tratados por él, que tienen relación directa con su interpretación del compromiso cristiano con la justicia en medio de una situación difícil. El primero de estos problemas era la violencia.

Frente a la violencia de la injusticia institucionalizada surgía, cada vez más fuerte, la posibilidad y la doctrina de la necesidad de un cambio violento y revolucionario.

Monseñor Romero se desmarcó sistemáticamente de esta posición. "La única violencia que admite el Evangelio -decía- es la que uno se hace a sí mismo. Cuando Cristo se deja matar, esa es la violencia: dejarse matar. La violencia en uno es más eficaz que la violencia en otros.

Es muy fácil matar, sobre todo cuando se tienen armas, pero qué difícil es dejarse matar por amor al pueblo". Y repitiendo lo mismo, en una referencia directa a las partes involucradas en el entonces preludio de la guerra civil, insinuaba al mismo tiempo caminos de reconciliación: "Sepan que hay una violencia muy superior a la de las tanquetas y también a la de las guerrillas.

Es la violencia de Cristo: Padre, perdónales, que no saben lo que hacen". Y ligando el tema de la violencia con el martirio: "La violencia de la no violencia... Decían que los mártires no era que les faltara valor cuando se dejaban matar, sino que desde su situación de víctimas eran más fuertes y ganaban la victoria de los perseguidos".

La persecución

En una situación de pecado social estructural, si la Iglesia es fiel a su misión será

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