Reforma y contrarreforma

REFORMA Y CONTRARREFORMA

Juan Carlos Valdivia Cano

Un pueblo es como un individuo viviente y viceversa. Ambos tienen su historia. Es decir, viven como los demás seres vivos, pero además saben que viven... y que algún día morirán. Mientras el humano Milan Kundera confiesa la angustia que le produce escuchar los latidos de su corazón, porque le recuerdan que sus días están contados, a los animales la muerte los sorprende en la “inocencia” absoluta.

Y como todo individuo, como toda individualidad, un pueblo puede autoconocerse y autocanalizarse mucho, poco, más, menos, nada o casi nada.

Lamentablemente esta capacidad de autoanálisis o de autoconocimiento no se ha desarrollado casi nada entre nosotros. Y, siguiendo a Octavio Paz, creo que esto tiene que ver con la Reforma que no tuvimos y la Contrarreforma que sí tuvimos y que tenemos hasta ahora, porque esta ha sido internalizada por los pueblos hispanoamericanos hasta su última célula. “Somos hijos de la Contrarreforma”, decía Paz.

Y la Reforma es parte de la modernidad. O por lo menos es uno de los hechos decisivos que inauguran la modernidad, como el Renacimiento italiano, el descubrimiento de América o la física de Galileo, etc. Y su aporte es haber desarrollado la capacidad crítica y autocrítica que el poeta mexicano tenía como criterio esencial de modernidad, incluso antes que el criterio de desarrollo industrial.

La Reforma es un movimiento religioso cristiano liderado por Martín Lutero. Al separarse de la Iglesia católica le dirigió duras críticas, debido a lo escandalosas y poca cristina vida de esta institución en ese tiempo. Lutero predica la vuelta a los valores originales del cristianismo y provoca el cisma^[a] que dividió la cristiandad europea en dos partes: protestantes y católicos.

Para quienes hemos vivido un siglo de psicoanálisis y otras poderosas herramientas cognoscitivas, no podemos dejar de pensar en el profundo efecto psicológico y el enorme significado que puede tener la cita de ese curita campesino alemán, al haberse atrevido a criticar hasta la ruptura a la máxima autoridad ideológica y terrenal en el occidente de esa época: el Papa, que es un símbolo absoluto de paternidad, un arquetipo de autoridad.

Es que la capacidad crítica moderna se desarrolla criticando. Y criticando a la autoridad en primer lugar, o sea al poder, como hizo Lutero. Y por eso en este siglo el concepto de democracia ha dejado de lado su sentido etimológico para concentrarse en la posibilidad de control del poder y su necesaria división y equilibrio. De allí viene la modernidad política.

Pero el protestantismo no solo desarrolló la crítica (el examen concienzudo, el conocimiento desprejuiciado del mundo exterior). Si hay crítica es porque hay autocrítica. Y hay autocrítica porque hay ruptura e independencia de la autoridad que antes nos decía lo que es bueno o malo moralmente. La confesión católica es reemplazada por el autoexamen, el desarrollo de la autoconciencia y el sentido de la individualidad, típicamente moderno.

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