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Siete Principios Dinámicos Para El Crecimiento De La Iglesia


Enviado por   •  19 de Enero de 2015  •  3.679 Palabras (15 Páginas)  •  464 Visitas

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Siete principios dinámicos para el crecimiento de la Iglesia

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El pastor Julio ensayó muchos métodos procurando que la congregación que tenía a cargo hacía cinco años, con treinta y dos personas—la mayoría pasaban de cincuenta años–, experimentara crecimiento. Ensayó con células o grupos pequeños, y no salió bien. Luego con campañas evangelísticas en las calles, y tampoco, y por último, intentó con reuniones a las que invitaba a los jóvenes, pero al ver los muchachos que la concurrencia mayor era de adultos, se iban despavoridos.

Alguien le recomendó promover películas al aire libre, pero no llegaron interesados salvo la dueña de un puesto de fritanga que creyó que en ese evento haría su agosto. Un creyente de una iglesia capitalina le propuso difusión de volantes, estrategia que no dio mucho fruto salvo que el alcalde del pueblo se quejó por la “basura que andan regando por ahí”.

El pastor Julio estaba desesperado. Compró siete libros sobre crecimiento de la iglesia y se los leyó en mes y medio. ¡Nada pasó! Las cosas seguían igual. Cada vez estaba más frustrado. Los líderes lo miraban expectantes, como preguntándose: “¿Y ahora qué paso seguimos…?” Él mismo no tenía respuestas. Estaba desconcertado.

En los cursos a los que asistió—perdió la cuenta de cuántos—no aprendió más allá de cuanto había leído. Y su pregunta recurrente era: ¿Cómo lograr que nuestra congregación crezca?

¿Le suena familiar esa pregunta? Probablemente sí. Es el mismo interrogante que se formula hoy infinidad de ministros cristianos en todo el mundo.

El crecimiento de la Iglesia: el propósito de Dios

Desde el momento en el que se estableció la Iglesia, de la que usted y yo somos parte activa, el propósito de Dios ha sido su crecimiento. Es el medio a través del cual se extiende el Reino. El problema estriba en la existencia de congregaciones raquíticas, que se conforman con el paso de los años sin que ganen una nueva alma para el Evangelio. Y cuando eso ocurre, cuando una sola persona llega a los pies de Cristo, hacen fiesta como si fuera algo extraordinario.

Por el contrario, lo más natural es que a la congregación llegaran más y más hombres y mujeres anhelando la transformación que produce el mensaje de Jesucristo. ¿Por qué no ocurre?¿Cuál es la razón por la que existen iglesias en un estado de estancamiento permanente? Estos dos interrogantes deben llevarle a reflexionar qué está pasando con su vida y ministerio.

¿Desea un cambio? Sin duda que sí. Por ese motivo le invito a considerar Siete principios dinámicos para el crecimiento de la Iglesia que encontramos en los primeros tres capítulos del libro de los Hechos de los Apóstole

1. La unidad de los creyentes

¿Cuál es el propósito de una iglesia? No es mostrar las enormes potencialidades del pastor o el liderazgo, el completísimo currículo de formación para los nuevos creyentes, lo hermoso del templo ni las novedades en las celebraciones. Somos ustedes y yo, como ovejas, como ese conjunto de creyentes, quienes marcamos la diferencia, y uno de los principales distintivos, es la unidad.

Los primeros tres capítulos del libro de los Hechos de los Apóstoles arrojan una poderosa enseñanza respecto al profundo impacto que generaron los creyentes y de qué manera, la congregación se multiplicó rápidamente: “Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, más vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días. ” (Hechos 1:4)

La unidad es fundamental. Nadie es más importante que otro al interior de la congregación. Todos estamos enfocados a un solo propósito: alcanzar las Naciones para Cristo. Por ese motivo, no podemos decir que aquella denominación es más importante que la nuestra debido a que su membrecía es mayor. Todos—absolutamente todos—somos valiosos en el Reino, aun cuando nuestra congregación tenga unos cuantos hermanos en la fe reuniéndose (Cf. Romanos 12:4-13).

2. Obediencia a los mandatos de Dios

¿Cuándo una iglesia sienta las bases para su crecimiento? Cuando a la unidad de los creyentes, sumamos un segundo elemento de trascendencia: la obediencia a los mandatos de Dios. ¿La razón? Hoy día es fácil escuchar doctrinas sin fundamento bíblico, que atrae millares de personas pero –por falta de solidez—tales creyentes terminan yéndose.

Cuando se despidieron del amado Señor Jesús, regresaron a su punto de concentración, fieles al mandato del Señor: “Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo. Entonces volvieron a Jerusalén desde el monte que se llama del Olivar, el cual está cerca de Jerusalén, camino de un día de reposo. ” (Hechos 1:10-12)

Obediencia. Una sola palabra, pero ¡tan difícil de aplicar! ¿Por qué? Porque todos queremos hacer las cosas a nuestra manera. Gobernarnos solos. Eso lo puede apreciar en su relación de familia pero también en la Iglesia. Hay líderes que no se someten al pastor porque sienten que la “unción” sobre ellos y no deben seguir sus orientaciones. En una congregación así, jamás se producirá un avivamiento.

3. Búsqueda sincera en oración

Las actividades en la iglesia son muy importantes. Dinamizan la predicación de la Palabra, el discipulado y la consolidación de los cristianos; no obstante, el activismo sí es perjudicial. Es esencial que los creyentes tomen tiempo para una sincera búsqueda de Dios. Está por encima de todo lo demás.

¿Qué fue lo primero que hicieron los discípulos tras despedirse del Señor Jesús? Reunirse, como Él les instruyó—obediencia–, y volcar nuestros esfuerzos a buscar el rostro del Señor en oración, meditación de Su Palabra y escucha de Su voz:

“Y entrados, subieron al aposento alto, donde moraban Pedro y Jacobo, Juan, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, Jacobo hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas hermano de Jacobo. Todos éstos perseveraban

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