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Superar La Visión Patriarcal De Dios Pasa Por Reencarnarnos Con La Diosa.


Enviado por   •  28 de Junio de 2013  •  3.600 Palabras (15 Páginas)  •  371 Visitas

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Superar la visión patriarcal de Dios pasa por reencarnarnos con la Diosa.

“No tenemos que perder o repudiar el pasado para reclamar el derecho a construir un nuevo futuro, en el cual lo divino se experimenta desde la perspectiva de las mujeres de una forma que antes no se permitía o al menos no es recordada por al tradición religiosa influenciada por el patriarcado”.

Rosemary Radford Reuther

Dios padre, Dios hijo, Dios espíritu, así tal cual la imagen tradicional que se muestra de la trinidad en la iglesia o en ese cuadro que por años ha permanecido colgado en la casa de la abuela, que tiene una veladora encendida día y noche; esa trinidad es lo que en este ensayo nos lleva a un replanteamiento de esa visión tradicionalmente patriarcal de relacionarnos con Dios y a intentar en pocas líneas demostrar que no encaja mas con nuestras sociedades compuestas por mujeres y hombres, que desencantados del rompimiento del mundo conocido y apropiado por el logos; hoy buscan respuestas a ese cuestionamiento sobre la identidad polar de Dios, que cogiéndonos de la mano nos lleva a ese reencuentro con la Divinidad que aun siendo masculina puede también ser femenina.

La visión patriarcal de Dios ha llenado nuestra historia de mucho dolor, marginación y exclusión, sobre todo a más de la mitad de la población mundial: las mujeres y que aun siendo la mayoría hemos sido silenciadas, negadas de tener nuestra propia mirada de Dios, aun del mismo dios masculino; ya no se diga de promover a Dios desde lo femenino afirmando que es Diosa. Saltaran por doquier las miradas de desaprobación, los murmullos de incomodidad ante tal desfachatez. Y es que esa percepción de la Diosa que es tan antigua como la vida misma fue poco a poco consumiéndose en los anales de la historia, en la encarnecida lucha por la subsistencia, en la primera división de clases y de género que se desarrollo hace miles de años atrás cuando dejamos de ser

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comunidades primitivas para ser comunidades esclavas, productoras de los bienes del mercado. Y así, el ser humano se fue “evolucionando” hasta perder el sentido humano de la vida, y solo en unas pocas y unos pocos fue quedando grabado el legado de esta Diosa que aún persiste y nos sobrevive desde diferentes imaginarios dentro de la sociedad.

La humanidad se concreta en lo masculino y lo femenino; y esa es la mayor evidencia, de que, sí somos hechos a imagen y semejanza de ese Dios (Gen 1:26), es solamente porque su energía es polar: Logos y Sofía; como lo enuncia Rosemary Radford Ruether en Imágenes Masculinas y Femeninas de lo Divino (1983): “nos cuesta reconocer lo curioso de imaginar a un Dios de un solo género”. Y por ende la humanidad entera, ha intentado desde mucho tiempo atrás reconciliarse con la idea que Dios también es Diosa.

Este ensayo quiere centrar su atención en algunos puntos a reflexionar desde aquellas primeras piedras angulares que en el principio de los tiempos representaba el culto a la Diosa, pasando por el Androcentrismo validado a través del miedo a lo femenino y concluyendo con la liberación desde la encarnación de lo sagrado femenino; para llevar un poco de esperanza de un tiempo nuevo, ante una nueva humanidad.

I. Culto a la Diosa: bienestar y seguridad.

Ocuparíamos todas las páginas de este ensayo en querer describir toda la evidencia antropológica y que sobre el culto a la Diosa persistieron a lo largo de la historia humana; harían falta páginas aun para contar todas las mitologías que cada una de sus manifestaciones encierran. Ahí ha estado, desperdigada en todas sus formas y cualidades, sobreviviendo a la dura batalla que le planto el patriarcado cuando la arrojo de aquel hermoso paraíso terrenal en donde sus fieles místicas se preocupaban por mantener encendido el fuego de su amor creador y maternal. Y es que siempre se ha asociado a lo femenino de la Diosa

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por su configuración fisiológica: la matriz primaria donde se representa el “Fundamento del Ser”, el asocio con la fuente de la vida, una vida que no está por los aires sino situada y datada en los ciclos estacionarios, en la renovación constante de la naturaleza, en la vida y la muerte, donde ninguno guarda superioridad sobre el otro, sino que conjuntamente va danzando por la rueda de la vida y el espíritu, afirmando que todo cuanto se encuentra en La Tierra es sagrado y esta interconectado. Así lo describe Starhawk en su libro “La Danza en Espiral, amor infinito (2002)”:

“La Diosa se muestra como inherente a los ciclos de nacimiento, crecimiento, muerte, pudrición y regeneración de la Tierra; que surge de un compromiso profundo y espiritual con la Tierra, con la sanación y con la vinculación de la magia a la acción política.”

Ese es el espíritu con el que las antiguas civilizaciones concebían esa energía femenina de la Divinidad, como versa en la leyenda de los Anazazi-Pueblo, que la mujer araña una expresión de la Diosa es la Creadora que tejía su hilo en cuatro direcciones norte, sur, este y oeste; así creaba los cuatro puntos cardinales a partir de un vacío primordial. Ella fabrico el sol y la luna usando elementos de la Tierra, después los coloco en el vasto firmamento iluminando las tinieblas, a partir de ahí creo todo tipo de seres vivientes y cuando creo a la mujer y al hombre les bendijo entregándoles el regalo de su telaraña como símbolo de la sabiduría.”

Asi como esta leyenda existen también representaciones de hace miles de años en las que la Madre, la Gran Diosa, aparece como una figura antropomórfica, de grandes pechos, con un cuerpo que testimonia su capacidad fecundadora, nutricia y receptiva. Reconocer que ante la crisis existencial y espiritual que atraviesa el mundo y la humanidad, se ha vuelto una esperanza dar esa mirada ya sea antropológica o teológica a este Arquetipo de la Gran Madre, que es la que nos impulsa a la búsqueda de la armonía, el autocuido, la nutrición, el buen vivir, las que nos motiva a una nueva concepción del mundo; porque es como una amiga que nos refleja nuestra propia verdad y nos evoca a esa vida en comunidad y hermandad.

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Hoy en día reconocemos que ese ser Divino, viene a crear un simbolismo a nuestras vidas a través de dos arquetipos: Madre y Padre; tal y como hace referencia de ello Leonardo Boff en su libro “El Rostro Materno de Dios”.

Esa imagen de la Diosa que aun nos sobrevive, nos recuerda a cada momento nuestro sentido de superar el victimismo del Edén, para abrazar misericordiosamente la propuesta libertadora del pecado, que encuentra asidero en una sociedad que endemoniza lo femenino, pero al mismo tiempo

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