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Surgimiento Del Islam

Fran180218 de Abril de 2013

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Surgimiento del Islam

Arabia antes de Mahoma

Cuando hablamos de civilización árabe comúnmente solemos asociar inmediatamente esta idea con el Islam. Sin embargo, dicha civilización es anterior incluso a la religión que considera a Mahoma como el último profeta. Es durante esta etapa, anterior a la aparición de la última de las tres grandes religiones, cuando se forman algunas de las bases de la posterior cultura islámica. Dicho periodo es conocido como Yahiliya o “Edad de la ignorancia “Hasta el momento en el que apareció el Islam Arabia fue una región marginada sistemáticamente por la historiografía de las grandes potencias de la época. Ni persas, ni romanos prestaron gran atención a esta región periférica. Poco antes de la violenta irrupción de los árabes en la Historia de estos grandes imperios parece ser que la región poseía un aspecto más acogedor que el de hoy en día: los oasis eran más numerosos y la aridez del territorio era menor. Es cierto, sin embargo, que existían amplias regiones tan áridas que eran peligrosas, incluso, para ser atravesadas por las numerosas tribus beduinas existentes en la península (el desierto de Rub' al Jali es claro ejemplo de ello). En el sudeste, zona bastante fértil, observamos cómo se desarrolló una agricultura de riego que podía alimentar a una población bastante numerosa. En esta zona, conocida como Arabia feliz se habían erigido varios reinos sedentarios. Tanta prosperidad atrajo la mirada de potencias vecinas, los posteriores conflictos por el control de la misma acabaron por arruinarla. En el Norte las luchas entre el Imperio Persa y los bizantinos se dejó sentir poderosamente. De esta forma vemos como los lajmíes se aliaron con los primeros mientras que los gassaníes lo hicieron con los segundos. Es a través de estos grupos como penetraron en el interior de Arabia movimientos como el monofisismo o el nestorianismo. La región más interesante, no obstante, es la de Hiyaz. Esta zona de oasis situada en la fachada occidental de la Arabia central era escenario del paso de caravanas y un floreciente comercio. El declive de la zona Sur y los conflictos que azotaban el Norte llevaron al desarrollo de un territorio dentro del cual sobresalía la plaza de La Meca, que se encontraba bajo el control de la tribu de los Quraisíes, en el seno de la cual nacerá posteriormente el Profeta.La presencia de grupos beduinos es fundamental en la sociedad de este período. Junto con ellos vemos como colectivos como los asentados en La Meca también se encuentran dentro de una estructura tribal y presentan las particularidades culturales propias de este tipo de organizaciones sociales. Dentro de este tipo de grupos es fundamental el concepto de asabiyya o “solidaridad tribal” que, a su vez, estaba profundamente ligada al principio de venganza o “sangre por sangre” (ta'r). Esta idea pasará luego al mundo islámico y será un elemento fundamental para comprender el desarrollo social y político de los primeros tiempos del Islam. Era común la presencia de una clientela ligada a la tribu, dentro de la cual la familia patriarcal era la célula básica. La cabeza del grupo tribal era un jefe electo, normalmente un anciano que contaba con un peso específico dentro del grupo.

Mahoma y el nacimiento del Islam

En una época en la que el mundo considerado civilizado pertenecía a dos imperios y dos reinos menores, nació en el seno de una familia acomodada de La Meca quién posteriormente sería conocido como El Profeta. La vida y enseñanzas de Mahoma, posteriormente, originarían el Islam e inspirarían a sus fieles para conquistar territorios e imponerse como un nuevo imperio, unido por su devoción a Alá. Pero la vida de El Profeta y la exactitud de El Corán, como la de sus equivalentes cristianos, están cuestionados por los historiadores. En el siglo IV, el poder ostentado por el Imperio Romano (27 a. C. – 476 d. C.) fue desplazándose hacia el este, hasta que finalmente Constatinopla se convirtió en la capital, y el emperador en el símbolo de cohesión del imperio, dejando Roma libre para el ascenso del Papa al poder. Mientras que la mayoría de los territorios europeos habían sido conquistados por los bárbaros, el gobierno de Constantinopla todavía ostentaba el poder en el norte de África, Grecia, Egipto, Anatolia, Sicilia y el sur de Italia, que se convertirían en el Imperio Bizantino. Se impuso la religión cristiana ortodoxa, unificada tras el Concilio de Calcedonia (451 d. C), que conviviría con otras religiones como el judaísmo, la Iglesia Copta de Egipto, los jacobitas sirios, los nestorianos, la Iglesia Armenia de Anatolia, y posteriormente, el cristianismo occidental (Apostólico Romano). Las principales diferencias que separaban las distintas religiones e Iglesias era la interpretación de la naturaleza de Cristo: humana, divina o dual, aunque entre la Iglesia Ortodoxa y la Apostólica Romana la controversia se encontraba en si debía considerarse jefe del clero al Papa de Roma o a los patriarcas locales. El otro imperio que se repartía el mundo con el bizantino era el Imperio Sasánida (Segundo Imperio Persa), situado al otro lado del río Éufrates, extendiéndose desde los territorios de Irán e Iraq hasta Asia central, y que había sobrevivido gracias a sus grandes y poderosas dinastías. Los persas retomaron la religión iniciada por el maestro Zoroastro, también conocido como Zaratustra: el zoroastrismo o mazdeísmo. La capital persa, Ctesifonte, se encontraba entre los ríos Tigris y Éufrates, en Iraq, y las lenguas más utilizadas eran las variantes del persa y el arameo. A lo largo del siglo VI, el Imperio Sasánida consiguió conquistar las ciudades de Antioquía y Alejandría, tras largas guerras contra los bizantinos. También conquistaron Jerusalén, que permaneció en su poder hasta que en el 620 d. C fueron expulsados por el emperador bizantino Heraclio. A parte de estos dos imperios, el mundo civilizado se repartía también con los llamados Reinos del Mar Rojo, que basaban su economía en la agricultura y el comercio entre el Índico y el Mediterráneo. Por un lado estaba Etiopía, fundamentado en la religión copta, y por el otro Yemen, que continuaba con una religión politeísta y en donde se hablaba una lengua propia utilizada también en otros lugares de Arabia. A lo largo del siglo VI, ambos reinos se enzarzaron en conflictos bélicos, y tras varias invasiones etíopes del territorio yemení, este quedó debilitado y servido en bandeja al Imperio Sasánida. Las rutas de comercio necesarias para unir los imperios y reinos se mantenían gracias a las tribus nómadas de pastores de cabras, ovejas y camellos, los habitantes del desierto que hoy en día se conocen como beduinos, y que habitaban zonas de los imperios en las que el gobierno central de estos tenía poco poder. Pronto, los gobernadores imperiales comenzaron a utilizar a jefes de tribus beduinas para mantener a otros nómadas alejados de las zonas pobladas, fue entonces cuando estos se asentaron permanentemente en los oasis del desierto. Los beduinos tenían una firme identidad cultural, que expresaban mediante la poesía oral, aunque ya conocían la escritura, necesaria para el comercio. En este contexto internacional nace Mahoma en la ciudad de La Meca (Arabia occidental) sobre el año 570 d. C, descendiente de la tribu de los Quraish, aunque no de su rama más poderosa. Los Quraish eran comerciantes estrechamente relacionados con las tribus beduinas asentadas alrededor de su ciudad. Mahoma se casó con la viuda de un comerciante, Jadiya, y se dedicó a regentar los negocios de su esposa. Tradicionalmente, se cuenta que los rabinos judíos, los adivinos árabes y los monjes cristianos habían predicho la venida de un profeta. Durante uno de sus viajes comerciales a Siria, según la biografía escrita por A. Guillaume en 1955, El Profeta conoció a un monje que “contempló la espalda de Mahoma y vio el sello de la profecía entre sus omóplatos”. A partir de entonces, se convirtió en un nómada, hasta que a sus cuarenta años entró en contacto con lo sobrenatural: una noche, un ángel se le apareció para ordenarle que se convirtiera en el mensajero de Dios. Este momento es conocido como La noche del Poder o La Noche del Destino. Desde ese momento Mahoma regresó a La Meca y comenzó a predicar la voluntad de Alá. Aunque Alá es la palabra utilizada en el Islam para referirse al único Dios, y entonces era el nombre de una deidad local, los cristianos y judíos que se expresan en lengua árabe utilizan la misma palabra para referirse a sus respectivos dioses. Entre las revelaciones que Mahoma hizo llegar a sus seguidores se encontraban que el mundo acabaría, que Alá juzgará a la humanidad llegado ese momento, pero que si todos se sometían a su voluntad podrían confiar en que Dios sería benevolente a la hora del juicio, siempre que demostrasen su gratitud mediante la plegaria regular, aceptasen los preceptos revelados por el ángel a Mahoma y basasen su vida en la benevolencia y la moderación sexual. A medida que el grupo de seguidores de Mahoma crecía este fue acercándose más al prototipo de profeta judeocristiano: atacó ídolos y falsos dioses, adoptó nuevas formas de culto y de beneficencia… Cuando su esposa y su tío, Abú Talib, fallecieron en el mismo año, la situación social de Mahoma y la relación con su tribu empeoraron, hasta que finalmente emigró al oasis de Yazrib, que posteriormente adoptaría el nombre de Medina, a trescientos kilómetros de La Meca, en donde tenía contactos con el jefe de una de las dos tribus que lo habitaban debido a sus relaciones comerciales. El oasis necesitaba un juez que mediase entre la tribu autóctona y los judíos, y resolviese sus disputas. Como los miembros de la tribu convivían con los judíos estaban preparados

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