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Teologia De Barth

ameroo17 de Diciembre de 2013

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IX. Karl Barth (1886-1968)

Mientras vemos en Kierkegaard una crítica importante de la teología de su tiempo, la verdadera protesta no se da sino en el siglo XX después de la primera guerra mundial. El portavoz de esa oportunidad es Karl Barth.

Barth nació en suiza, hijo de un ministro de la iglesia reformada de Suiza quien era profesor de teología. Todavía bajo la influencia de un ambiente teológico conservador inicia estudios en la universidad de Berne en 1904. Se encuentra con el pensamiento de Kant y de Schleiermacher y Experimenta a través de ellos una liberación intelectual. Estudia después en Berlín, Tuoingen y Marburg, recibiendo la influencia de Harnac (Berlín) y de Herrmann (Marrburg). En 1909 es ordenado al ministerio en la iglesia reformada en Suiza. En 1911 entra al pastoreado de la iglesia de Safenwil en el norte de Suiza donde ejerce el pastoreado por diez años (hasta 1921). Barth siempre tenía un sentido profundo de la necesidad de una expresión social del cristianismo. Causa cierto escándalo cuando se hace miembro del partido social demócrata en 1915. También ayuda a la formación de sindicatos obreros en Safenwil.

Pero más que todo el pastoreado le confronta con la Biblia. Ve el desafío real de tener que predicar/exponer esta biblia domingo tras domingo en su iglesia. Es así que surge por primera vez su descontento con la teología liberal que no es capaz de dar las herramientas para la predicación de la palabra. Más tarde expresa su apreciación entre el concepto liberal y el concepto bíblico de la palabra de la siguiente manera: “La biblia no nos dice como hablar de Dios, sino lo que Dios nos habla a nosotros; no como encontrar el camino hacia Dios, sino encontrar como él ha buscado el camino hacia nosotros; no cual es la relación correcta que debemos tener con El, sino cual es el pacto que ha hecho El con los hijos espirituales de Abraham y que ha sellado una vez por todas en Jesucristo”.

Este cuestionamiento de la teología que se le había enseñando se refuerza en la primera guerra mundial cuando al principio de la guerra 93 intelectuales alemanes, entre ellos muchos de sus profesores de universidad declaran públicamente su apoyo al emperador de Alemania, diciendo que su política (de hacer la guerra) era necesaria para la defensa de la civilización cristiana. Esto convenció a Barth que ni las presuposiciones ideológicas, ni la teología de sus antiguos profesores tenían futuro. Durante este periodo experimenta la influencia de Kierkegaard y del ruso Dostoievski, que en ambos contrastaron la tiranía del poder y la arrogancia de la iglesia establecida con la profundidad de la experiencia y de la necesidad humanas y la infinitud de Dios. También del filósofo suizo Overbeck quien también había atacado al cristianismo domesticado de su tiempo y había afirmado que un verdadero cristiano tenía que descansar sobre una revelación sobre natural que venía más allá de la historia.

Estas otras influencias, llevaron a Barth a leer más cuidadosamente la biblia y especialmente al apóstol Pablo. Más tarde describió su experiencia de encontrar que el tema de la Biblia es la deidad de Dios, la naturaleza distintiva de Dios frente al mundo natural y espiritual, la existencia absolutamente única de Dios su poder y su iniciativa especialmente en su relación con el hombre.

Dios es Dios, no es el hombre con mayúscula; no podemos hablar de Dios sencillamente por hablar de nosotros mismos en voz alta. No lo podemos dar por sentado como parte de nuestra conciencia religiosa, de nuestra profundidad espiritual, de nuestra conciencia moral, por que trasciende a todas estas. Lo encontramos cuando a nosotros, criaturas finitas de tiempo y espacio nos confronta el que es y el que sigue siendo el infinito y eterno, el totalmente otro. En términos bíblicos Dios se da a conocer siempre y solamente como el señor que nos reclama para sí. En términos de Kierkegaard, Dios es el sujeto que nunca se puede reducir a un objeto: siempre es el sujeto que nos desafía a través del abismo de la diferencia cualitativa infinita y así despierta en nosotros la pasión infinita de la fe.

Esto implica que la teología solo se puede dar cuando Dios se comunica con su propia palabra. Esta palabra sigue siendo suya, nunca llega a ser nuestra. No la podemos cautivar en las redes de nuestros pensamientos humanos. Es como el relámpago que viene verticalmente desde arriba hacia nosotros y solamente deja huellas de su pasar.

Estas ideas las expreso Barth en la primera y segunda edición de su comentario de Romanos (1919, 2a Ed. 1921).Allí también expresa el concepto de que la palabra Dios es al mismo tiempo palabra de juicio y palabra de misericordia. Contradice y condena nuestro orgullo, nuestra auto suficiencia, nuestra ética, nuestra política y nuestra religión (que no es nuestro medio para llegar a Dios sino el edificio que nos hemos construido para escondernos de él). La cruz de Cristo es “no” de Dios a todo esto, no nos deja nada en que poner nuestra confianza en él, para que escuchemos detrás y mas allá de este “no” el “si” de la promesa de Dios. Solamente por medio de la cruz, por medio del no del juicio y de la destrucción podemos escuchar el deseo de Dios de afirmarnos como sus hijos. La afirmación es el verdadero propósito de la negación. Es lo que hace posible una fe real y radical, una fe que no depende de nada en si mismo sino solamente de la promesa y de la invitación de Dios. Fe no es una conciencia de dependencia absoluta, sino la respuesta del momento a la palabra de Dios, palabra que continuamente crea y renueva la posibilidad de fe.

El impacto de este comentario de romanos en la teología era tremendo. Alguien dijo que cayó como una bomba en el patio de recreo de los teólogos. El libro llevo al nuevo movimiento que recibió el nombre de “teología dialéctica” y atrajo teólogos como Brunner, Bultmann y Gogarten quienes se identificaron con la misma.

El Termino dialéctico no ha de entenderse como dialéctica hegeliana sino como la dialéctica de Kierkegaard: la dialéctica del contraste absoluto entre Dios y el hombre, entre el no y el si de la palabra de Dios; y además, el hecho de que el hablar del ser humano no es capaz de expresar inmediatamente la verdad acerca de Dios. En la teología es necesario proceder por afirmación y negación “sabemos que somos incapaces de comprender excepto mediante el dualismo dialéctico en el que es necesario que uno sea dos, para poder ser realmente uno”. Esta es la consecuencia inevitable de introducir lo infinito dentro del campo de conceptos que se ajusta solo a la aprehensión de lo finito.

Así por ejemplo “los hombres pueden comprender su condición no redimida solo porque se hallan dentro de la revelación; se saben pecadores solo porque ya son justos”.

En la teología cristiana, la paradoja no es simple accidente, sino que es parte de la fibra misma del pensamiento doctrinal. Como dice Lutero, Dios en su revelación se esconde. “sub contraria specie” (bajo una noción o apariencia normal). Tenemos que pronunciar tales proposiciones internamente contradictorias como “el Dios eterno penetra en el tiempo; el pecador es declarado justo; la vida eterna es una posesión presente; es el Dios revelado quien se da a conocer como escondido e insondable”.

Dice Barth “si me preguntáis acerca de Dios, y si yo he de hablaros verdaderamente de él, la dialéctica es todo lo que puede esperarse de mi. Ni mi afirmación ni mi negación, pretenden ser la verdad de Dios. Ni la una ni la otra son más que un testimonio de la verdad que se halla en el centro, entre todo si y todo no”. El pensamiento dialéctico se sigue de la noción fundamental que ya notamos, que Dios es el sujeto que nunca se deja reducir a un objeto. Esto quiere decir que Dios no es una unidad más en el mundo de los objetos. El es el infinito y soberano a quien solo conocemos cuando nos habla. Es imposible explicarlo como podemos explicar un objeto; solo podemos hablarle, y esto porque él nos habla primero. Es por esto que la teología necesariamente cae en dialéctica, en afirmaciones aparentemente contradictorias. Podemos notar que esta teología también recibió el nombre de teología de la crisis. En parte se explica esto por referencia a la crisis en que la misma teología en forma general se encontraba. En parte se explica por el significado básico del término que quiere decir “juicio”. La teología de la crisis enfatizó el juicio de Dios sobre el hombre.

Este nuevo rápidamente llegó a prominencia en Suiza y en Alemania. Criticó fuertemente la teología liberal y su interés en “la religión”. Schleiermacher y Ritschl son rechazados como inadecuados hasta como traidores del cristianismo. Se rechaza la idea de que el énfasis en la interioridad o en la historia puede llevarnos al significado del evangelio. Los teólogos “dialécticos” unen su voz a los reformadores al decir que toda religión que el hombre elabora para sí mismo es, en última instancia, idolatría, porque su objeto verdadero no es el Dios vivo sino la divinidad secreta del hombre mismo. Ellos aceptan el juicio de Feuerbach y condenan a los teólogos del siglo XIX como tontos esfuerzos para poner al hombre en el lugar de Dios. Se basaban en un concepto equivocado de la palabra de Dios, cambiándole por un ideal espiritual, un ejemplo heroico, una serie de normas éticas. No reconocieron en Jesús el evento siempre contemporáneo entre tiempo y eternidad, la intersección de finito e infinito, por medio de quien todo lo que es humano y parte de la creación es contradicha en su introversión y abierta a la realidad

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