UN TESORO EN VASOS DE BARRO
jeffzap20 de Mayo de 2014
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UN TESORO EN VASOS DE BARRO
El título de este escrito está tomado de la segunda epístola a
los Corintios, donde Pablo nos enseña acerca de la vida de
Cristo en nosotros como algo glorioso, pero al mismo tiempo
señala la paradójica realidad de nuestras limitaciones
humanas.
La ilustración nos recuerda el tiempo en que la gente
guardaba sus monedas de oro en un puchero de barro cocido,
más o menos grande y después sellaban la boca con más
barro. El tesoro quedaba encerrado en el barro y solo
rompiéndolo se podía ver y disfrutar de su contenido. Veamos
el pasaje:
“Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la
luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para
iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de
Jesucristo. Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para
que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” 2ª
Corintios 4:6-7
Cuando nos predicaron el evangelio hablándonos de
Jesucristo como el Salvador del mundo, y su amor nos
enterneció, y arrepentidos abrimos nuestro corazón para que
Él entrara, Dios hizo de nosotros una nueva creación. Igual
que “al Principio Él mandó que de las tinieblas resplandeciese
la luz” así su presencia en nosotros es nada menos que “el
resplandor de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” que
alumbra las tinieblas de nuestros corazones. Este resplandor
ilumina el conocimiento de la realidad de la potencia de
Cristo viviendo en nuestras vidas. ¡Cristo vive en mí! Esto es
una realidad desde ese momento que nadie puede quitar ni
cambiar, ¡Él es el tesoro! y nosotros somos los recipientes, el
vaso de barro.
Este es un contraste y fuerte con el que hemos de saber
convivir y tratar, aunque no es fácil ¿Cuál es el valor del
barro? Si encontráramos un puchero con un tesoro dentro
¿Qué valor daríamos al recipiente? ¿No lo haríamos pedazos
para recoger el oro? En nosotros vemos el valor del tesoro que
llevamos dentro y el poco valor del recipiente que lo contiene.
Hasta el punto que muchas veces quedamos desorientados y
dudamos si de verdad tenemos tal tesoro dentro de nosotros
obsesionados por el poco valor del barro que somos.
El barro es figura de Adán y sus descendientes, nos dice la
Palabra que “Dios hizo al hombre del polvo de la tierra”
Génesis 2:7. Así que la Gloria del Cielo está envuelta en
nosotros por la naturaleza humana con todas sus
limitaciones y complicaciones, con sus debilidades y miserias.
Aunque ya hemos oído que Dios ha tratado con nuestra vieja
naturaleza (el barro) en la cruz, de tal manera que cuando
Cristo murió, nosotros morimos con El, para librarnos del
dominio del pecado; lo cual describe el apóstol
ordenadamente en los capítulos 5 al 8 de Romanos. En este
pasaje que estamos considerando, Pablo trata otros aspectos
del barro que no tienen que ver con el pecado en sí, sino con
nuestra limitaciones humanas, que se hacen patentes
cuando enfrentamos situaciones que nos desbordan como
son las tribulaciones, amarguras, sinsabores, los apuros, las
persecuciones, los agotamientos, las enfermedades, etc.
Leamos los versículos 8 y 9:
“Que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en
apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no
desamparados; Derribados, pero no destruidos;” 2ª Corintios
4:8-9
¿Quién no pasa por estas cosas? ¿Quién no las experimenta?
¡Cuánto presumimos cuando somos jóvenes! Nos parece que
podemos comernos el mundo, pero la vida nos va enseñando
que no somos tan fuertes como creemos, y así nos pasa en la
vida cristiana, inevitablemente llegan los momentos de
debilidad, nos damos cuenta que nuestras fuerzas son
insuficientes, que no llegamos a las metas que nos
proponemos, nos desbordan los retos que la vida nos plantea.
Estamos experimentando la incapacidad del barro que
somos, ¿Qué hacemos entonces? ¿Nos desanimamos? ¿Nos
damos por vencidos? ¿Nos rendimos? ¿Tiramos la toalla?
¿Pensamos que no hay más? ¿Escondemos la cabeza? En los
versículos de arriba el apóstol también experimenta estas
facetas del barro, pero habla también de recursos que le
sostienen. ¡Sí! Atribulados en todo, mas no angustiados. ¡Sí!
No le faltaban los apuros, pero tampoco faltaba la esperanza.
Perseguidos, pero no sin amparo. Derribados, caídos, pero no
aniquilados ni destruidos.
No cabe duda que nos está hablando de recursos celestiales,
de la manifestación del tesoro que contiene el barro y ¡Es que
esa es la enseñanza que quiere comunicarnos! Tenemos
dentro de nosotros la vida de Cristo mismo, no solo para
darnos victoria sobre el pecado, sino también para darnos
poder en nuestra debilidad. ¿Pero cómo? De la misma
manera que nos consideramos muertos con Cristo en la
cuestión del pecado, así nos consideramos muertos con Él en
el aspecto de la debilidad humana, las limitaciones de cada
día y sus achaques. Leamos cómo lo expresa:
“llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de
Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en
nuestros cuerpos. Porque nosotros que vivimos, siempre
estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que
también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne
mortal. De manera que la muerte actúa en nosotros, y en
vosotros la vida.” 2ª Corintios 4:10-12
EL TESORO MANIFESTADO
¡La vida de Jesús manifestada en nuestros cuerpos! ¡En estos
vasos de barro! Pero para que eso sea posible es necesario
que el barro se rompa, ¿Y cómo se rompe? Con nuestra
muerte con Cristo. Pablo dice que para que la vida de Jesús
se manifieste en su cuerpo, lleva en ese mismo cuerpo la
muerte de Jesús. No hay vida sin muerte, Dios nos dice en su
palabra que cuando Cristo murió, nosotros morimos con Él, y
que cuando Él resucitó, nosotros también resucitamos
juntamente con Cristo.
“Llevando en el cuerpo” Pablo conocía muy bien esta doctrina,
la expone magistralmente en Romanos: La Santificación es
que Cristo sea formado en nuestros corazones, que Cristo sea
nuestra vida, y nos enseña también la necesidad de morir
para vivir. Pero sus palabras que comienzan este párrafo nos
hacen pensar que para él, esto es más que una doctrina, algo
más que pensamientos correctos bien colocados en alguna
parte de su cabeza, en algún rincón de su memoria. ¡Llevaba
la muerte de Cristo en su cuerpo! Había profundizado, había
crecido tanto en su identificación con el Cristo crucificado,
hasta el punto que todo su ser, incluido su cuerpo, llevaba
impreso la muerte de Jesús, sentía y experimentaba esa
muerte desde los pies a la cabeza. De esta manera la vida
celestial de Jesús se manifestaba también en su cuerpo.
Hemos hablado del puchero de barro que contiene un tesoro,
pero que mientras no se rompe no podemos ver ese tesoro, si
sólo lo rompemos un poquito, veremos algo del tesoro, pero
poco, en la medida que rompemos más el recipiente, más se
ve el contenido; así Pablo quiere llevar esa muerte de Cristo
en su cuerpo hasta el punto que sólo se le vea a Él, como
algunos hermanos han dicho comentando este pasaje: “A más
de nuestra muerte con Cristo, más de Su Vida en nosotros.”
“Llevando en el cuerpo siempre” He marcado la palabra
siempre porque quiero hacer notar que no era para el apóstol
algo que hacía en momentos puntuales, en reuniones
especiales cuando hay “que parecer espiritual” y dar buena
impresión a los que nos van a ver y a oír. Tampoco cuando
las cosas le iban bien y Dios había respondido a oraciones
que había hecho. O cuando las cosas le iban mal y no tenía
otra salida. Independientemente de la situación que viviera,
su prioridad era vivir unido a Cristo en su muerte y llevar esa
muerte siempre con él para que la vida de Cristo también
estuviera con él siempre.
“Llevando en el cuerpo siempre por todas partes” Tampoco
limitaba esta realidad a lugares concretos o especiales, como
el local de reuniones o comidas con hermanos, o
campamentos o retiros espirituales. Fuera por donde fuera y
estuviera donde
...