UNA ESTACIÓN LLAMADA CREENCIA

UNA ESTACIÓN LLAMADA CREENCIA

Cuando tenía 7 años, mi mamá me llevaba a misa los domingos. Era una pequeña capilla, ubicada dentro de un ancianato. En ese momento, asocié la idea de que la gente religiosa era siempre gente mayor. Luego, a los 11, mi clase de religión era dictada por un padre. Nunca entendí cuál era la diferencia de rango entre sacerdote, padre, arzobispo y cura, pero entendía que mi profesor de religión era de alta jerarquía, puesto que también oficiaba las misas el primer viernes de cada mes para nuestro colegio en la iglesia principal de nuestro municipio. Siempre me pareció una persona arrogante y prepotente, y me molestaba la idea de que al frente mío hubiera alguien diciéndome que era bueno y que era malo, cuando ya le conocía de otra faceta: la de hombre enzarzador en un salón de clases. Cuando tuve 16, iba a misa todos los domingos, ya sin la compañía de mamá. Cuando entraba a la iglesia, me molestaba estar en una religión donde lo único que hacían las personas era hablar y contar chismes en los bancos, luego se arrodillaban para mostrarle a Dios lo mucho que lo alababan. A los 18 decidí que podía buscar a Dios fuera de las paredes estéticas; ya no vería a San Antonio alzando al niño Dios, ni sufriría al ver al Cristo sangrando en la cruz, por cuanto mejores recursos tenía la iglesia de turno, mas grotesca y dantesca era la imagen. Entiendo el propósito de esto, pero no me juzguen: no todas las personas son igual de sensibles.

Me encontré en el limbo, buscando el propósito de mi vida espiritual. No había definido que eran Dios y la Iglesia para mí. No sabía que representaban las escrituras, ni tenía claro que moral iba a ser la moral de mi vida. Era una situación peligrosa, con tantas sectas, cultos y dogmas afuera, todos tratando de convencerte (por que tratan) que todas son la correcta para llegar a Dios, lo cual de por si es algo ilógico.

Durante su vida, las personas se encuentran en esta misma intersección, entre lo que venían siendo y lo que van a ser. A veces se sigue el camino que trazaron los anteriores a nosotros. Otras ocasiones, pasan experiencias devastadoras que nos indican que debemos doblar a la vía perpendicular. En todo caso, todos los caminos nos llevan invariablemente a un punto llamado creencia.

¿Cuál de esos puntos es la meta que Dios trazo para que llegáramos? Tema álgido de definir, porque todos tenemos derecho a escoger cualquiera. En este punto es donde quisiera tomarme un café con Dios y preguntarle cual es la correcta.

He tenido una relación estrecha, a la vez que variante, con la religión católica. El padre Hugo Albarracín me dijo: “La biblia representa para mi vida las sagradas escrituras de la ley de Dios, es el libro más completo y lleno de verdades para el hombre1.” Mauricio, mi amigo filosofo me dice: “La biblia es el libro de las leyes de Dios, para mí no tiene gran significación.” Siento el peso de la espada de Damocles balanceándose en mi cabeza cuando decido alejarme de la Biblia. Tal vez son las leyes de Dios, pero escritas por el hombre. ¿Y si Dios dictó bien, pero El Hombre copió mal? Nos pasa a los docentes desde primero de primaria. Y si por ejemplo, alguien cumple las escrituras fuera de la religión católica ¿no es su religión correcta? Quiero pensar que todos podemos ser buenos cristianos sin ser católicos o cristianos.

En cuanto a Dios, para mi Él es como la suerte. Él está en todas las acciones que ocurren en el universo. A veces te sonríe, a veces no. Pero siempre aparecerá cuando más lo necesitas.

Teniendo estas incógnitas definidas, procedo a resolver la ecuación:

Creencia + Dios + Biblia = Religión correcta

Ni siquiera Arquímedes se atrevería a resolver esta operación, pero yo lo haré con sutil delicadeza: Dios existe, todos hemos sentido su presencia

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