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El Juego De "La Lucha"

zamlvTrabajo20 de Septiembre de 2012

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posible, pero el resultado será, invariablemente, un disfraz de nuestro verdadero potencial de

comportamiento.

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Capítulo 5

Lucha

Si queremos comprender la naturaleza de nuestros impulsos agresivos, tendremos que

estudiarlos bajo el prisma de nuestro origen animal. Como especie, nos preocupa tanto la violencia

de masas y destructora de masas de los tiempos actuales, que al discutir este tema nos exponemos

a perder nuestra objetividad. Está comprobado que los intelectuales más equilibrados se tornan,

con frecuencia, terriblemente agresivos al propugnar la urgente necesidad de suprimir la agresión.

Esto no es sorprendente. Por decirlo en términos corrientes, nos hemos metido en un lío, y hay

muchas probabilidades de que, antes de terminar el siglo, nos hayamos exterminado nosotros

mismos. Nuestro único consuelo será que, como especie, habremos tenido un final emocionante.

No muy largo, tal como van las cosas, pero sí asombroso. Sin embargo, antes de estudiar nuestro

propio y singular perfeccionamiento de los sistemas de ataque y de defensa, conviene que

examinemos la naturaleza básica de la violencia en el mundo desarmado de los animales.

Los animales luchan entre sí por una de dos razones: para establecer su dominio en una

jerarquía social, o para hacer valer sus derechos territoriales sobre un pedazo determinado de

suelo. Algunas especies son puramente territoriales, sin problemas de jerarquía. Otras, tienen

jerarquías en sus territorios y han de enfrentarse con ambas formas de agresión. Nosotros

pertenecemos al últimos grupo: las dos cosas nos atañen. Como primates, heredamos la carga del

sistema jerárquico. Este es un elemento básico de la vida de los primates. El grupo se mueve

continuamente y raras veces permanece en un sitio el tiempo suficiente para fijarse en un

territorio. Pueden surgir ocasionales conflictos entre grupos, pero son conflictos débilmente

organizados, espasmódicos y relativamente poco importantes en la vida del mono corriente. El

«orden del picotazo» (llamado así, porque se estudió por vez primera en relación con los

polluelos) tiene, por otra parte, una significación vital en su vida cotidiana, e incluso en todos sus

momentos. En casi todas las especies de cuadrumanos, existe una jerarquía social rígidamente

establecida, con un macho dominante encargado de gobernar el grupo, y con todos los demás

sometidos a él, en diversos grados de subordinación. Cuando se hace demasiado viejo o achacoso

para mantener su dominio, es derrocado por otro macho más joven y vigoroso, el cual asume el

mando de jefe de la colonia. (En algunos casos, el usurpador asume literalmente el mando, en

forma de capa de largos pelos.) Como sus huestes se mantienen siempre unidas, su papel de tirano

del grupo resulta absolutamente eficaz. Pero, aparte de esto, es invariablemente el mono más

pulcro, más bien educado y más sexual de la comunidad.

No todas las especies de primates son violentamente dictatoriales en su organización social.

Casi siempre hay un tirano, pero éste es a veces benigno y tolerante, como en el caso del poderoso

gorila. Comparte las hembras con los machos inferiores, se muestra generoso a la hora de comer, y

sólo impone su autoridad cuando surge algo que no puede ser compartido, o cuando hay señales de

rebelión, o cuando se producen reyertas entre los miembros más débiles.

Naturalmente, este sistema básico tenía que cambiar cuando el mono desnudo se convirtió en

cazador cooperativo y con una residencia base. Lo mismo que ocurrió con el comportamiento

sexual, el típico sistema primate tenía que modificarse para adaptarse a su nuevo papel de

carnívoro. El grupo tenía que hacerse territorial. Tenía que defender la región de su base estable.

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Debido al carácter cooperativo de la caza, eso tenía que hacerse, más que individualmente, sobre

una base de grupo. Dentro del grupo, el sistema de jerarquía tiránica de la colonia corriente de

primates tenía que modificarse considerablemente, con objeto de asegurarse la plena colaboración

de los miembros más débiles cuando se salía de caza. Pero no podía abolirse completamente. Si

había que tomar alguna decisión enérgica, tenía que haber alguna jerarquía, compuesta de

miembros más fuertes y un jefe supremo, aunque éste se viese obligado a tomar en consideración

los sentimientos de sus inferiores, mucho más de lo que lo habían hecho sus velludos parientes de

los bosques.

Además de la defensa colectiva del territorio, y de la organización jerárquica, la prolongada

dependencia de los jóvenes, que nos obligó a adoptar las unidades familiares por parejas, exigía

otra forma de autoafirmación. Cada macho, como cabeza de familia, se vio obligado a defender su

propio hogar individual, dentro de la base común de la colonia. Por esto existen, para nosotros,

tres formar fundamentales de agresión, en vez de las uno o dos acostumbradas. Como sabemos

bien, para nuestro dolor, se manifiestan aún en la actualidad, a pesar de la complejidad de nuestras

sociedades.

¿Cómo funciona la agresión? ¿Cuáles son las normas de comportamiento inherentes a ella?

¿Cómo nos intimidamos recíprocamente? Una vez más, hemos de fijarnos en los otros animales.

Cuando un mamífero experimenta una excitación agresiva, se producen en su cuerpo una serie de

cambios fisiológicos básicos. Toda la máquina tiene que apercibirse para la acción por medio del

sistema nervioso automático. Este sistema se compone de dos subsistemas opuestos y

compensatorios: el simpático y el parasimpático. El primero es el encargado de preparar el cuerpo

para la actividad violenta. Al segundo, le incumbe la tarea de conservar y restaurar las reservas

corporales. El primero dice: «Estás listo para la acción; ponte en marcha.» El segundo dice:

«Tranquilízate, descansa y conserva tus fuerzas.» En circunstancias normales, el cuerpo escucha

las dos voces y mantiene un feliz equilibrio entre ellas; pero cuando se produce un fuerte impulso

agresivo escucha únicamente al sistema simpático. Al activarse éste, la sangre recibe adrenalina y

todo el sistema circulatorio se ve profundamente afectado. El corazón late más de prisa y la sangre

es transferida desde la piel y las vísceras a los músculos y al cerebro. Aumenta la presión

sanguínea. El nivel de producción de glóbulos rojos asciende a gran velocidad. El tiempo de

coagulación de la sangre experimenta una reducción. Además, se interrumpe el proceso de

digestión y de almacenamiento de alimentos. Se restringe la segregación de saliva. Cesan los

movimientos del estómago, la secreción de jugos gástricos y los movimientos peristálticos del

intestino. El recto y la vejiga de la orina no se vacían con la misma facilidad que en condiciones

normales. Los hidratos de carbono almacenados son expulsados del hígado y llenan la sangre de

azúcar. Hay un aumento masivo de la actividad respiratoria. La respiración se hace más rápida y

más profunda. Se activan los mecanismos de regulación de la temperatura. Los pelos se erizan y el

sudor mana copiosamente.

Todos estos cambios sirven para preparar al animal para el combate. Como por arte de

magia, eliminan instantáneamente la fatiga y suministran grandes cantidades de energía para la

prevista lucha física por la supervivencia. La sangre es vigorosamente impulsada a los sitios donde

es más necesaria: al cerebro, para activar el pensamiento, y a los músculos, para la acción violenta.

El incremento de azúcar en la sangre aumenta la eficacia muscular. La aceleración de los procesos

de coagulación significa que, si se produce una herida, la sangre se coagulará más rápidamente, y

en consecuencia, será menor la pérdida de ella. El suministro acelerado de glóbulos rojos por el

bazo, en combinación con la creciente velocidad de la circulación sanguínea, ayuda al sistema

respiratorio a incrementar la absorción de oxígeno y la expulsión de anhídrido carbónico. El

erizamiento de los pelos pone la piel al aire y contribuye a refrescar el cuerpo, lo mismo que el

sudor segregado por las glándulas sudoríparas. Así se reducen los peligros de un calentamiento

desmedido, debido al exceso de actividad.

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Una vez activados todos los sistemas vitales, el animal está dispuesto para lanzarse al

ataque; pero existe una pega. La lucha puede llevar a una magnífica victoria, pero puede también

acarrear graves daños al vencedor. Invariablemente, el enemigo que provoca la agresión es

también causa de miedo. El impulso agresivo empuja al animal; el miedo lo retiene. Y surge un

intenso conflicto interior. En general, el animal que es provocado a luchar no se lanza

directamente a un ataque total. Empieza amenazando con atacar. Su conflicto interior produce un

efecto suspensivo: el animal está tenso para el combate, pero todavía no dispuesto a empezarlo. Si,

en este estado, ofrece un aspecto lo bastante intimidatorio para su rival, y éste se echa atrás, todo

esto habrá salido ganando. La

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