El Poder Politico
alex_26615 de Febrero de 2015
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alta saber si todos pensamos lo mismo cuando hablamos de productividad, porque las palabras son complicadas. A veces creemos que estamos hablando de lo mismo porque la palabra coincide, pero el concepto detrás de ella puede ser totalmente diferente. Más complicado el asunto cuando se califica a la productividad como algo que se va a democratizar, que suena muy raro. Afortunadamente en este caso el mismo PND nos aclara que se trata de que todos tengamos las mismas oportunidades en México, aunque también dice desarrollo.
Permítame hacer notar la complejidad del lenguaje con esa frase que define la democratización de la productividad. Nos dice que se busca que las oportunidades y el desarrollo lleguen a todos, pero oportunidades y desarrollo son dos cosas muy diferentes. Oportunidades iguales para todos significa un piso parejo, en el que no haya diferencia por haber nacido en la ciudad de México o en una ranchería en la sierra Mixteca, ni sea distinto ser hijo de empresarios extranjeros o de indígenas. Ésta es una meta loable, que sin embargo no es fácil de cumplir. Hay que enfrentar, para lograrla, diferencias geográficas brutales, pero más aún, usos y costumbres deplorables de los mexicanos: nuestro duradero racismo, por ejemplo.
Pero si en el tema de las oportunidades no hay mucha duda, cuando de lo que se habla es de desarrollo la cosa cambia. ¿Como qué querrán decir con eso? Si lo que quieren decir es que no sólo deben ser las mismas oportunidades para todos, sino también los mismos resultados, pues eso significa algo totalmente diferente. Y algo que no sólo es imposible, sino indeseable, en mi opinión.
Estas complejidades del lenguaje, que nos pueden meter en discusiones inútiles, o nos pueden generar grandes confusiones, no son cosa menor. La política depende del lenguaje para alcanzar sus resultados, y si por productividad cada quien entiende algo diferente, pues la base elemental de la política, que es la coordinación de esfuerzos, deja de existir.
Acá hemos insistido mucho en que productividad significa hacer cosas que los demás quieren, de forma que los demás estén dispuestos a pagar por ellas. Esto significa que hay que hacerlas con calidad suficiente y comparable favorablemente con el precio. Si el PND habla de lo mismo, entonces lo que implica la estrategia transversal que nos ocupa es que en todo México, sin importar la región, el tipo de actividad o el grupo, se puedan producir cosas que los demás quieran, en condiciones razonables de precio y calidad.
Como también hemos comentado mucho, para que esto ocurra el elemento más importante es la competencia. Si no hay competencia, no hay ningún estímulo para hacer las cosas bien, porque de cualquier manera se van a vender. Es más, ni siquiera tengo incentivos a preguntarme qué quieren los compradores. Por eso México ha tenido una productividad muy baja durante todo el siglo XX: cerramos nuestro mercado frente al exterior, pero además lo cerramos hacia adentro, concentrando la población en ciudades controladas por un puñado de empresas, todas asociadas, en mayor o menor grado, con los dueños de la política del momento. Capitalismo de compadrazgo, o de compinches, se llama eso, que permite crecer en términos económicos como lo hicimos en la posguerra pero sin generar bienestar.
Aunque empezamos a abrir nuestros mercados en 1986, y entramos al TLCAN en 1994, en realidad la competencia en México empieza a medio existir a partir de 1997, cuando se derrumba el viejo régimen y entonces puede utilizarse a la ley como fuente de poder, y no sólo a la política. Este proceso, que lleva 15 años, ha sido muy lento. Nuestras leyes no estaban hechas para usarse, ni las instituciones de procuración, impartición o administración de justicia sabían cómo hacerlo. Antes de 1997 lo que había era la palabra presidencial, aplicada a
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