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CAIN SIGUE MATANDO A ABEL EN EL CUENTO AYATAKI DEL ESCRITOR SOCRATES ZUZUNAGA

ladymoon616 de Julio de 2015

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CAIN SIGUE MATANDO A ABEL EN EL CUENTO AYATAKI DEL ESCRITOR SOCRATES ZUZUNAGA

Abraham Prudencio Sánchez

“No brotan las ideas de los puños”

Antonio Machado

Tortura y muerte en el cuento “Ayataki”:

Uno de los elementos más conmovedores y por ende paradójicos es la gran cantidad de víctimas que ha dejado la “revolución” senderista. Los enfrentamientos salvajes se han dado desde todas las direcciones donde el victimario, al final, podía resultar, sin proponérselo, una víctima de su propia maldad.

Los elementos que se nos muestra son de profunda tensión por la que está atravesando el Perú, donde el uso de la violencia parece ser la única solución posible. Por esa razón tenemos cuadros paradójicos e irónicos tal como se refleja en el cuento Ayataki del escritor ayacuchano Sócrates Zuzunaga.

El autor pone en evidencia uno de los tantos recursos que aplicaba tanto Sendero Luminoso como las Fuerzas Armadas: la irrupción violenta en los pueblos del interior del país donde la barbarie se erigía por encima del derecho más elemental.

La hora, una vez más, es casi la misma, a medianoche donde reina la oscuridad sobre la luz. Como es de suponer uno de los elementos que solía aplicar el intruso es la intimidación , recurso válido para someter a la víctima.

El narrador personaje nos revela el pánico que debieron sentir, esa profunda conmoción se puede notar en la utilización del término “mamacita” como para transmitir el miedo terrible que debió llegarles hasta el alma. En las serranías del Perú se utiliza el “mamacita” como para remarcar incredulidad, que no puede ser posible tanto abuso y también como un medio de buscar protección dentro del ser querido, “mamacita” es, por decirlo de algún modo, el retorno a la protección materna. Este súbito padecimiento es causado por la incursión de sujetos extraños cuya única intención es causar dolor. La madre protectora es la única que puede curar sus heridas.

La brutalidad ejercida hacia la población se remarca en la poca consideración que se tiene a los santos, en este caso con el taitacha apóstol San Santiago. La violencia desencadenada parecía no tener límites; como se representa solo los condenados podían ir incluso contra el respeto y adoración a los santos, en este caso ni el mismísimo Cristo se había salvado del feroz atropello que llegaron a infligir estos “condenados”.

Lo que llama la atención y desespera al narrador personaje es el desproporcionado uso de la fuerza, la lógica parece ser obvia, si no habían respetado a los santos patronos menos lo harían con los simples mortales.

La violencia pareció manifestarse en cada palabra, en cada acto. Ningún sujeto estuvo libre de sospechas, para los “condenados” todos allí eran culpables, esa fue la premisa con la que se trabajó desde el principio. El terruko era a veces el que menos parecía, entonces se debía y tenía que acabar con ellos, la orden era arrasar con todo. No se tuvo la más mínima consideración a nada. Los más elementales derechos fueron pisoteados.

La primera fase de la operación es causar destrozos a la propiedad privada para que a partir de allí se empiece con el otro tipo de violencia que en este caso es la psico-verbal. El poblador intimidado por la ocupación violenta se verá rápidamente reducido con calificativos racistas. Es así como nos damos con una serie de adjetivos que fundamentalmente tienen un componente étnico.

La primera muestra es de una total imposición. El poblador debe realizar aquello que se le ha ordenado y no debe resistirse porque él es apenas un “indio” y por tanto un sujeto de poca valía.

Este ser repudiable está constituido de lo peor tanto así que su principal “des-virtud” es la de no decir la verdad.

Para lo único que valen entonces es para mentir, los otros lo saben por esa razón, como para que empezaran a respetar y a contestar siempre con la verdad, era necesario una buena dosis de maltrato físico.

Este es una manera de ablandamiento, porque en el fondo el sinchi intuye que no le están diciendo toda la verdad, o que simplemente le están mintiendo. A pesar de todo se mantiene la idea de ese poblador provinciano como ladino, casi un experto en cosas malas y una manera de recalcarles su salvajismo es descargando sobre estos todo el rigor posible.

A lo largo del texto se nos muestra una serie de insultos. Dichas palabras que señalaremos más adelante según la Comisión de la Verdad y Reconciliación fueron las más comunes y recurrentes a lo largo de todo el periodo del conflictivo armado, el nivel de violencia verbal es altísima y va dirigido directamente hacia lo más profundo de la persona. Estos seres, por ejemplo, no son tan solo unos “hijos de puta” sino que se habrán convertido, dada la magnificación de todo lo peor, en unos “jijunagramputas” que es el grado sumo de ser una mujerzuela o hijo de una gran puta.

Es la intimidación, el desprecio. El uniforme los convierte en seres distintos, en el gran Otro, se imaginan siendo todo lo contrario a las personas que están pisoteando en ese momento. Se repite de alguna manera la paradoja del blanco conquistador frente al colonizado. En este caso dicho acontecimiento traumático se repite bajo las mismas fórmulas, son ellos los que invaden, son ellos los que irrumpen, son ellos los que torturan, son ellos los que deciden quien vive y quién no. Cuando los sinchis dicen “indio” o “cholo” están queriendo decir que el ser que tienen en frente es inferior, que podrán estar vivos pero nunca llegarán a tener el estatus de ciudadanos porque eso solo le corresponde a los blancos, a los de la ciudad. El indio, por tanto, es sinónimo de un ser despreciable, indigno, in-humano.

Ellos son la verdad corporizada y por ende la última palabra. Este claro atropello se realiza sin la más mínima muestra de compasión ni temor. Los “indios” son víctimas de sí mismos, presas fáciles que desconocen por completo sus propios derechos, de manera que abusarse del más débil produce un placer sin parangón.

El gozo por la tortura se concreta cuando la justicia democrática pareciera estar en contra de los más pobres y cualquier falta, inclúyase a ello la más grave, queda impune porque al “indio” implícitamente se le ha invalidado su condición de ser humano, son considerados como una clase inferior carentes de derechos. Ellos, los fuertes, los irrumpidores, los que ordenan, son en definitiva, la representación de la viva, de la justica y de la verdad.

Tras la tensión verbal, los sinchis proceden a la agresión física. El narrador personaje dice: “me revolcaron a culatazos en el suelo” ( ). No solo se valen de las manos sino también de las armas. El poder de las botas se impone como siempre, entonces pide clamor “pero nada carajo, de un puntapié me hicieron tragar tierra” ( ). Se ensañan más todavía con él porque creen que no quiere revelarles ninguna información, “con mi boca destrozada y mis labios partidos y mi lengua rajada” ( ).

Nada parece aplacar la ira de los soldados, entonces tiene que recurrir a lo más bajo; la humillación, es una suerte de comprobación de la poca valía de dicho sujeto, es la pérdida del honor y la dignidad, es el instante supremo en que ÉL se enaltece y el OTRO se degrada por completo. La víctima ya no es más un ser humano, es simplemente un remedo de hombre: “hasta me abracé a sus botas y les besé los pies” . Ni la humillación sirve de mucho cuando la idea de estos soldados es solo matar. La tortura es continua y cada vez más intensa .

En vista que nada de este mundo terrenal lo podía proteger, se encomienda a los santos patronos, ellos sí conocían su conciencia y la verdad de las cosas: “recé con toda mi alma de cristiano, con todo mi corazón” ( ) pero a la vez también es consciente que un solo santo no basta ante tamaño peligro, si las autoridades no hacían nada, ellos al menos sí les darían protección, entonces se encomienda a la “Virgencita de las Nieves” al “dulce Apóstol San Santiago”, y por si no fuera suficiente también a todos los “taitachas del Cielo”, ellos, con sus amplios poderes, sí lo protegerían de todo mal.

El verdadero anhelo que tienen los sinchis es capturar como sea a un senderista, para ello es válido la utilización de cualquier medio. Los senderistas mataban y la única manera de parar eso era asesinando a diestra y siniestra. Se debe considerar que los integrantes de Sendero Luminoso no utilizaban ningún distintivo militar, es por esa razón que podían pasar desapercibidos, ello aumentaba la posibilidad de que cualquiera de ellos podía ser el sedicioso. El senderista no era un ser externo, de otro mundo, también era un ser humano, un lugareño, era también un “indio”, el extraño probablemente, dada su expresión, era el militar en ese mundo también desconocido, ello, como por instinto, le obligaba a actuar, con toda la dureza posible.

Ante la menor sospecha los militares son mucho más despiadados, desencadenan sobre estos la fuerza más despiadada como si los quisieran desaparecen para siempre sobre la faz de la tierra. Estos sujetos, sin haber sido procesados antes, ya estaban sentenciados.

“Los condenados” son los que sentencian al final, la violencia verbal hacia el supuesto terrorista también es fulminante, el término más utilizado, más común es el “hijoeputa”, “mierdas”, “terruko conchetumadre”. A ello también se añade algo nuevo, ese sujeto con otro pensamiento político es un “comunista de mierda” ser comunista, en este caso, es una opción equivocada,

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