Casada Con El Enemigo
Florecita498 de Octubre de 2013
39.150 Palabras (157 Páginas)474 Visitas
Casada con el enemigo (2008)Título Original:
Blackmailed for her baby (2008)
Serie Multiautor:
3º Comprada por su bebe
Editorial:
Harlequin Ibérica
Sello / Colección:
Bianca 1879
Género:
Contemporáneo
Protagonistas:
Romano Vincenzo y Libby Vincent
Argumento:
La convertiría en su esposa… pero no le daría su amor.
Libby Vincent haría cualquier cosa por que Romano Vincenzo supiera laverdad de por qué ella había permitido que la cruel familia Vincenzo learrebatase a su bebé. Pero Romano no estaba dispuesto a escuchar. Romanonecesitaba a Libby, esposa de su difunto hermano, por el bien de su sobrino. Y para conseguirlo haría todo lo que fuese necesario.
Romano sabía que Libby haría cualquier cosa para poder ver a su hijo…incluso casarse con su mayor enemigo…
Capítulo 1
—
¡Otra toma, Blaze! Apártate la melena y sonríe. Sonríe a la niña, recuerdaque es tu hija. ¡Levántala! Perfecto. ¡Maravilloso, cariño!El halago del cámara era tan artificial como la relación con la niña que teníaencima de la cabeza para anunciar una crema que prometía dejar la piel tan suavecomo la de esa niña, pensó Libby; como el sobrenombre que le puso alguien alprincipio de su carrera y que la ayudó a subir hasta la categoría de supermodelodespués de que la descubrieran por casualidad en un desfile benéfico. ¿Qué leimportaba a la prensa o al público que estuviera harta de fingir? Debajo de lamelena pelirroja que la había hecho famosa y de las ropas y el maquillaje, seguíasiendo Libby Vincent. Mejor dicho, Vincenzo, pensó con cierta tristeza. Una chicanormal de una familia normal que no podía escapar de quién era en realidad pormucho que lo intentara, como no podía escapar del remordimiento que acarreaba atodas partes.
—
¡Muy bien! Fantástico, cariño. ¡Perfecto!Suspiró y bajó los brazos con la niña. Se sintió aliviada por haber terminadola sesión y empezó a caminar entre la hierba crecida. El bebé que llevaba en brazos,de mala gana, le sonrió y enseñó dos dientes muy blancos. Libby tomó aliento ysintió un anhelo tan fuerte que tuvo que hacer un esfuerzo para no estrecharlacontra el pecho. Contuvo sus sentimientos y, con un gesto rígido como si fuera depiedra, llegó hasta la caravana de maquillaje donde la esperaba el resto del equipo.
—
Toma.Libby extendió los brazos para entregar el bebé a su madre. La niña, quehabía captado la tensión, empezó a llorar y a agitar los brazos mientras la mujer latomaba y Libby se daba la vuelta para alejarse.
—
Es una preciosidad
—
comentó Fran, una morena madre de dos hijos.Libby sólo quería recluirse en la caravana que tenían detrás.
—Si tú lo dices… —
replicó Libby desde detrás de la capa de maquillaje que lehabía aplicado Fran.
—
Te olvidas, Fran, de que Blaze no es nada maternal; ni le gustan lasrelaciones de cualquier tipo, ya puestos.El comentario salió de Steve Cullum, un técnico que quiso salir con Libby yrecibió la misma negativa cortés que la había hecho famosa entre el sexo opuesto.Algo de lo que la prensa había hablado mucho; de la ausencia de hombres en suvida e, incluso, de sus preferencias sexuales.Bajo el fuego sólo hay hielo. Ése fue el titular de un periódico sensacionalistacuando ella no quiso darles una entrevista para hablar del amor, el matrimonio ylos hijos.Esas cosas eran privadas, se dijo en ese momento. Por eso no habían sabidocómo se llamaba en realidad y nunca habían podido asociarla con Luca. Eldesconsuelo se adueñó de ella al acordarse del chico con el que se casó y su trágicamuerte en un accidente de coche al año siguiente. Lo había amado. Entonces teníamuchos planes y sentimientos. Sin embargo, eso fue antes de que sus sentimientosse entumecieran por circunstancias tan desdichadas que prefería no pensar enellas; cuando el amor había brotado de forma tan natural que ella creyó que lafelicidad era un derecho que tenía todo el mundo, hasta ella.Se rió de sí misma por su ingenuidad. Aquello, naturalmente, fue antes deque conociera los prejuicios y el rechazo de la familia Vincenzo; antes de quesintiera la tiranía de su padre y la desaprobación hiriente del autoritario hermanomayor de Luca. Se le puso la carne de gallina al recordar los rasgos inquietantes deRomano Vincenzo. Un hombre implacable y con un atractivo mortífero. Unhombre con el que era mejor no cruzarse. No fue sólo el rechazo mutuo, fue algomás. Algo más intenso y profundo que nunca supo definir y sobre lo que no iba aseguir pensando seis años después. Pertenecía al pasado y se había acostumbradoa ocultar sus sentimientos, como hizo en ese momento al esbozar una sonrisacuando oyó la pregunta de Fran.
—
¿Vas a ir a la fiesta de esta noche, Blaze?
—
¡Nadie podrá impedírmelo!
Supo que su interpretación había sido convincente y que tenía quemantenerla hasta que se hubiera cambiado y se hubiera montado en el Porschepara alejarse del torbellino de recuerdos que no podía soportar; todo por un simpleanuncio.
—
Después de una semana levantándome a las cuatro y viniendo aquí paraque me piquen los mosquitos, pienso quedarme en la fiesta hasta el amanecer
—
añadió entre risas.¿Qué se había esperado? ¿Qué hubiera cambiado? Se preguntó Romano en lacaravana cuando Libby, que no miraba por donde iba, casi choca con él. Sinembargo, captó toda su feminidad y lo invadió como una oleada de sensualidad.
—
Buon giorno
, Libby.Él, normalmente, dominaba sus sentidos, pero en ese momento se le desbocóel corazón y la voz le salió con un tono ronco al comprobar que ella se quedabapálida y sus labios carnosos se separaban con un gesto de auténtica conmoción.
—Lo siento, Blaze… —
el tono arrepentido de Fran se abrió paso entre elmaremágnum de pensamientos
—. Iba a decírtelo. Lo siento, señor Vincenzo… Mehabía olvidado de que estaba esperando…
El tono de Fran cambió al dirigirse al italiano alto y bronceado que estaba enla puerta de la caravana con un traje oscuro hecho a medida que no podíadisimular la virilidad pétrea que cubría. El pelo negro como el azabache deRomano resplandeció cuando él hizo un leve gesto con la cabeza antes de agarrardel brazo a la atónita Libby y cerrar la puerta corredera de la caravana para dejarfuera a Fran y al resto del mundo.Libby, aunque no había salido de su asombro, se dio cuenta de que no habíacambiado. Seguía siendo el empresario de éxito con un estilo impecable quedominaba cualquier habitación donde entraba y que se imponía a los demás con laconfianza y la autoridad natural que parecía tener de nacimiento.
—¿Qué… qué… estás haciendo aquí? ¿Pasa algo?
Libby, aturdida por la ridícula sensación de que sus pensamientos lo habíaninvocado, se sintió como siempre se sentía en presencia de aquel hombre; con unamezcla de nerviosismo paralizante y de rebeldía desafiante. Además derepentinamente preocupada.
—
Nada, que yo sepa.Ella cerró los ojos grandes y verdes y sus enormes pestañas se posaron sobrela piel como el alabastro. A él le pareció una reacción comprensible, pero tambiénle sorprendió un poco.
—
¿Cuánto tiempo llevas esperando?
—
preguntó Libby, que, aliviada, intentódominarse.
—
Lo suficiente.Su voz, con un acento muy marcado, era tan cálida como recordaba. Comorecordaba aquel rostro de rasgos duros, frente despejada nariz recta, mentónimponente y ojos negros y penetrantes que parecían ver lo que había en lo másprofundo de su alma.
—
¿Por qué no te has anunciado?
—
preguntó ella con cautela.Él apretó los labios, unos labios que podían torcerse con desdén o derretir auna mujer con el resplandor de una sonrisa.
—
¿Y no ver a la modelo más querida del país representar la maternidad mástierna?El halago de doble sentido dio en la diana y ella pasó de largo junto a él, perosu piel desnuda se estremeció al rozar su chaqueta. Libby se encogió de hombros.
—
Es un papel que no habría elegido normalmente.En realidad intentó rechazarlo, pero su representante la avisó de que no eraaconsejable rechazar esas oportunidades y acabó saliéndose con la suya. Los ojosde Romano dejaron escapar un destello.
—
¿Por eso levantaste a la niña como si fuera un saco de patatas?
—
¿De verdad?
—
le costaba fingir que él no la alteraba cuando hasta letemblaba la voz
—
. Creí que había tenido cuidado.
—
¿Tanto cuidado como cuando agarrabas a Giorgio?
—
¿Giorgio?El nombre se le escapó como una súplica cargada de impotencia. Él habíadicho que no pasaba nada, pero algo tenía que pasar porque durante todos esosaños él no se había molestado ni en llamarla por teléfono.
—
No le pasará algo, ¿verdad?
—
añadió ella.
—
No te ha importado durante los últimos seis años, ¿por qué iba aimportarte ahora?No podía decirle cuánto había sufrido por el bebé que le habían arrebatadotan cruelmente; cuánto había anhelado verlo, cuánto le había preocupado su dichay cuánto le dolía la separación independientemente de los días, meses o años quehubieran pasado.
—
No habrías venido si no fuera por Giorgio
—
Libby se sintió como sisuplicara compasión a un ser poderoso que tenía la llave
...