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Ciencias Sociales. El poder de las clasificaciones del docente

EliM2017Trabajo25 de Abril de 2017

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Introducción

La escuela que conocemos se organizó como un medio para distribuir conocimientos a todos, y producir una cultura común que garantizara la inclusión en la sociedad.

Desde sus orígenes comenzó a construir  parámetros de lo deseable y por lo tanto lo correcto, elaborando instrumentos y medidas que le permitieron excluir o derribar todo lo que se consideraba por fuera de ellos. De esta manera el criterio de igualdad resultó equivalente al de homogeneidad. No se buscaba la formación de ciudadanos capaces de realizar transformaciones sino de sujetos que hablaran el mismo lenguaje, tuvieran el mismo héroe, aprendieran los mismos contenidos, de la misma manera y en el mismo tiempo.

 Los docentes aprendieron a mirar lo que aprenden los chicos desde una óptica  donde se determinan pronósticos acerca del éxito o fracaso en los aprendizajes, y por lo tanto en el futuro que se les augura. En esta conceptualización, una diferencia es significada como un retraso no deseable.

Carina Kaplan (1997) nos alerta acerca de las representaciones sociales que los docentes producen y reproducen en sus prácticas cotidianas para los cuales “Los alumnos se presentan ya con un conjunto de características “objetivas” tales como la edad, el sexo, la cara, la etnia, el fenotipo, el lugar de residencia, etc. Es decir, los alumnos poseen una serie de características materiales que son analíticamente independientes de las percepciones de los maestros. No obstante, dichas características son traducidas con cierta significación por parte del docente en interacción con los alumnos”[1]. 

El conocimiento que tiene el maestro respecto de los alumnos es construido por él, basándose en sus propias apreciaciones y valores diferenciales que le designa a cada uno de sus alumnos. Por lo tanto, el maestro conoce a sus alumnos, los clasifica, categoriza, o mejor dicho los etiqueta.

El etiquetamiento es una clasificación que se aplica a una persona, suele hacerse en función a: su forma de pensar, de ser, su apariencia, su conducta, su personalidad, su procedencia geográfica, su ideología, etc.

Todo etiquetamiento pone en marcha un sistema de expectativas dado que un enunciado descriptivo es también un enunciado prescriptivo ya que está dotado de una cierta fuerza que contribuye a la ocurrencia del rasgo o acontecimiento descripto. A su vez, la expectativa que un sujeto tiene de otro, influye en el tipo y calidad de la relación que mantiene con él, por lo que el acto de nombramiento–clasificación tiene más fuerza entonces en aquellos que institucionalmente detentan una posición de mayor autoridad.

Cada docente tiene a disposición un repertorio de categorías mentales, es decir, de  casilleros vacíos, etiquetas o tipologías que  utiliza  para moverse en  el mundo; algunas de estas categorías son generales, como por ejemplo “buenos- malos” “lindos-feos” etc. Otras, son específicas y  sirven para ordenar y conocer conjuntos específicos de objetos que forman  parte del campo de actuación. Todos clasificamos y somos clasificados.

Cuando en el ejercicio de la docencia, se tipifica, se colocan nombres a los  alumnos, llenando casilleros vacíos o etiquetando cualidades reales o supuestas, se está contribuyendo, quizás inconscientemente, a producir aquello que se designa. Es así que las clasificaciones  o predicciones que realiza el maestro sobre el alumno tiene gran poder sobre el aprendizaje.

El aprendizaje humano resulta de la interacción de la persona con el medio ambiente. Es el resultado de la experiencia, del contacto del hombre con su entorno. Este proceso, inicialmente es natural, nace en el entorno familiar y social; luego, simultáneamente, se hace deliberado (previamente planificado). La evidencia de un nuevo aprendizaje se manifiesta cuando la persona expresa una respuesta adecuada  interna externamente.

Aprendizaje es un cambio duradero (o permanente) en la persona. Parte de la aprehensión, a través de los sentidos, de hechos o información del medio ambiente. El aprendizaje es un desarrollo de la inteligencia, está centrado en cambios de la estructura cognoscitiva, moral, motivacional y física del ser humano.

Es así que cuando el docente etiqueta al alumno genera en él un cambio  en su  conducta  a nivel intelectual, emocional, social. Es decir  el sentido del aprendizaje lo da la relación  con situaciones cotidianas dentro del contexto educativo como así también fuera de él, con la propia experiencia, con situaciones reales, etc. Esto se manifiesta como   tipos de atribuciones de causalidad determinista, que le permite al maestro introducir límites de aprendizajes a los alumnos, transformando las diferencias en desigualdades naturales.

Tal como lo expresa Baquero:”…se juzga su educabilidad como incapacidad  de ser educado y no como una potencialidad de las situaciones educativas que promuevan el desarrollo”.[2]


Desarrollo

El poder de las clasificaciones del docente

La institución escolar se debate entre el “etiquetar” y el “desetiquetar”. Etiqueta y destino  se atraen y se resisten a la vez. Es decir, se atraen porque el docente al clasificar promueve  que los alumnos sean lo que ellos clasifican y al mismo tiempo se resisten a esa clasificación. Los actos  de nominación establecen los límites o construcciones   y, a la vez, las expectativas.

La práctica del maestro se realiza “con” y “sobre”  otras personas: alumnos, padres de familia, colegas, etc. Para ejercer su oficio, necesita conocer a aquellos con quienes se relaciona.

Cada docente cuenta con una gama de categorías, es decir,  etiquetas  o rótulos a que utilizan para desplazarse  en el mundo. Algunas de ellas son muy generales, como por ejemplo “buenos – malos”, “lindos – feos”, “interesado – desinteresado”, “espiritual – material”, “fuerte – débil”, “distinguido – ordinario”, “alto – bajo”, “izquierda – derecha”, etc. Otras constituyen aspectos específicos y sirven para ordenar y conocer. El docente rotula a sus alumnos y, a su vez, es rotulado por ellos.

Ahora bien, el “etiquetamiento” no es una operación inocente. Cuando etiquetan y dicen: Horacio es “disciplinado”, José es “inteligente”, Juanita es “vanidosa” o Carlitos es “desordenado”; Luján es la que “distrae” en clases, Joaquín es el que “no hace nada”; no solo están describiendo o nombrando “objetivamente” ciertas características reales del niño. Al nombrar y etiquetar, realizan un acto productivo. En parte  construyen aquello que nombran. Obviamente la productividad varía según las capacidades y atribuciones del sujeto que están condicionando.

Esos mismos condicionamientos estructurales pueden transformarse en condiciones de posibilidad de destinos. Y de alguna manera los docentes al clasificar contribuyen al éxito o fracaso escolar de los chicos.

Se puede decir entonces que el docente construye representaciones acerca de sus alumnos a partir  de las propiedades que lo caracterizan. Es decir, las representaciones que el maestro construye acerca de sus alumnos en general toman la forma de esquemas clasificatorios que permiten distinguirlos y categorizarlos. Al clasificar el maestro toma en cuenta determinados rasgos distintivos de los mismos y deja de lado otros.

El efecto de las representaciones sociales en el ámbito escolar

Las representaciones tienen un origen social, es decir, surgen del trasfondo cultural que la sociedad ha acumulado a lo largo de la historia. Entre sus características merece destacarse que son construcciones mentales que actúan como motores del pensamiento, que funcionan y perduran con independencia de tales o cuales individuos concretos y generan conductas relacionadas con ellas. Es decir, este tipo de pensamiento desempeña funciones sociales específicas, orientando la interpretación / construcción de la realidad y guiando las conductas y las relaciones sociales entre los individuos. Las representaciones sociales suelen interpretarse en la forma de categorías que permiten clasificar tanto a los fenómenos como a los individuos, o bien como imágenes que condensan un conjunto de significados. En general, los investigadores las consideran un producto tanto como un proceso. 

 Como producto, es el conjunto de creencias, valores y conocimientos que entre otros aspectos comparte un grupo de sujetos en función de su pertenencia a un determinado status social.

Puede decirse que es “la representación que  forma un sujeto de otro sujeto u objeto. Es decir es una relación del hombre con las cosas y los demás hombres; esto tiene un carácter simbólico y significante”.[3] 

En definitiva, se constituye como un proceso, el cual se trata como una forma de pensamiento social que se pone en juego en cada instancia comunicacional y que suele poseer el poder de prescribir el accionar y así influye de manera significativa en la vida cotidiana.

Las palabras y los nombres contienen esa capacidad de prescribir bajo la apariencia de describir, así como también la de denunciar bajo el disfraz de enunciar. Los actos de nominación/clasificación escolar tienen como efecto que cada uno conozca sus límites y, por ende, auto-delimite el espectro de sus expectativas y estructure sus trayectorias. Los criterios implícitos del juicio escolar respecto de los alumnos se expresan en apreciaciones y en la  nota, pero el objeto de estas dos formas de evaluación lo constituye el origen social y cultural de los alumnos, asegurándose así una correspondencia muy estrecha entre la clasificación de entrada y la clasificación de salida sin nunca reconocer los principios subyacentes de la clasificación social.

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