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Cinco Semanas En Globo


Enviado por   •  24 de Noviembre de 2013  •  2.034 Palabras (9 Páginas)  •  380 Visitas

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EL 14 de enero de 1862, una gran cantidad de gente escuchaba las palabras de SIR FRANCIS M. EN la sociedad real geográfica de Londres. Pronunciaba un importante discurso para presentar al explorador inglés SAMUEL Fergusson. EL doctor estaba a punto de realizar un viaje al centro de áfrica para encontrar los datos que faltaban sobre los mapas africanos. EL grupo de aventureros que conformaba al público, reunió dos mil quinientas libras para la hazaña que Fergusson iba a realizar. Samuel Fergusson era un hombre de actitud serena de unos cuarenta años, de estatura, complexión y rasgos comunes. Samuel se inclinó por los peligros y las aventuras desde pequeño, como su padre, que pertenecía a la marina inglesa. Fergusson perteneció al ejército pero no le gustó la vida de soldado; regresó a la vida civil haciendo viajes y exploraciones en Austria, la India, América, Europa y Asia. Pensaba que era mejor emplear el tiempo en buscar que en discutir, en descubrir que en discurrir. AL día siguiente, el daily telegraph publicó un artículo sobre las hazañas que el doctor Fergusson realizaría. Se hablaba de que Samuel descubriría los misterios sobre los orígenes del rio Nilo y el corazón de áfrica. En toda Europa se dudó que lo que se decía fuera cierto. Muchos periódicos publicaron artículos en los que se burlaron de las intenciones del doctor y se dudaba que Samuel realmente existiera. Los preparativos del viaje comenzaron a hacerse; se encargaron los materiales para construir el globo. La gente comenzó a emocionarse y se publicaron muchos artículos más en periódicos de importancia. Fergusson no había escogido a la suerte el camino que recorrería. La isla de Zanzíbar era su punto de partida desde allí había salido la última expedición en busca de los orígenes del Nilo. El doctor Samuel había investigado sobre otras expediciones entre ellas destacan dos: la del doctor Barth, en 1849, y la de los tenientes Burton y Speke, en 1858.El doctor Barth es un hamburgués que obtuvo para sí y para su compatriota Overweg el permiso de unirse a la expedición del inglés Richardson, encargado de una misión en Sudán. Sudán es un vasto país situado entre los 150 y los 100 de latitud norte, es decir, que para llegar a él es menester penetrar más de mil quinientas millas en el interior de África. El 25 de agosto había regresado a Kazeh y reanudaba con Burton el camino hacia Zanzíbar, país que los dos intrépidos viajeros vieron de nuevo en marzo del año siguiente. Entonces volvieron a Inglaterra, y la Sociedad Geográfica de París les concedió su premio anual. El doctor Fergusson fijó mucho su atención en que los dos exploradores no habían traspasado ni los 20 de latitud austral, ni los 290 de longitud este. Tratábase, pues, de enlazar las exploraciones de Burton y Speke con las del doctor Barth, lo que equivalía a salvar una extensión de país de más de doce grados.

El doctor Fergusson activaba afanoso los preparativos de su marcha. Él mismo dirigía la construcción de su aeróstato, introduciendo ciertas modificaciones acerca de las cuales guardaba un silencio absoluto. Entretanto, su amigo el cazador no le dejaba ni a sol ni a sombra, pues sin duda temía que el doctor tomase el portante sin decirle una palabra; seguía dirigiéndole acerca del particular las arengas más persuasivas, sin persuadir con ellas a Samuel Fergusson, y se deshacía en súplicas patéticas que no conmovían lo más mínimo a éste. Dick notaba que su amigo se le escapaba de las manos. El pobre escocés era, en realidad, digno de lástima. No podía mirar sin terror la azulada bóveda del cielo, al dormirse experimentaba balanceos vertiginosos y todas las noches soñaba que se despeñaba desde inconmensurables alturas. El doctor Fergusson tenía un criado que respondía con diligencia al nombre de Joe. Era de una índole excelente. Su amo, cuyas órdenes obedecía e interpretaba siempre de una manera inteligente, le inspiraba una confianza absoluta y una adhesión sin límites. Habían avanzado una milla con suma rapidez, cuando partió de la barquilla otro tiro que derribó a uno de aquellos demonios que se encaramaba por la cuerda del ancla. Un cuerpo sin vida cayó de rama en rama y quedó colgado a veinte pies del suelo, con las piernas y los brazos extendidos. Eran las cuatro de la tarde. El Victoria encontró una corriente más rápida. Hacia las siete, el Victoria planeaba sobre la cuenca de Kanyemé. El doctor reconoció al momento aquel vasto desmonte de seis millas de extensión, con sus aldeas ocultas entre baobabs y güiras. Después de llegar El doctor Fergusson fue recibido con grandes honores por los guardias y los favoritos, pertenecientes a la hermosa raza de los wanyamwezi, tipo puro de las poblaciones de África central. Eran hombres fuertes y robustos, sanos y bien formados. Caían sobre sus hombros los cabellos divididos en mechones minuciosamente trenzados, y desde las sienes hasta la boca surcaban sus mejillas numerosas incisiones negras o azules. Sus orejas, horriblemente grandes, estaban adornadas con discos de madera y placas de copal, y cubrían su cuerpo con telas pintadas de colores brillantes. Los soldados iban armados con azagayas, arcos, flechas envenenadas con zumo de euforbio, cuchillos y largos sables llamados simes, dentados como sierras, amén de con un sinfín de hachas. Por la tarde, una niebla caliente que rezumaba del sol cubrió el cielo; apenas permitía distinguir los objetos, por lo que, temiendo chocar contra algún pico imprevisto, el doctor, a eso de las cinco, dispuso que se echase el ancla. No sobrevino ningún accidente durante la noche, pero la profunda oscuridad reclamó una vigilancia extrema. En barco el viento arreció horriblemente y perdió su regularidad. El Victoria bordeaba incesantemente, mirando tan pronto al norte como al sur, sin poder tomar ningún rumbo determinado. El doctor empezaba a inquietarse de nuevo. Si el viaje se prolongaba, los víveres serían insuficientes. Después de haber estado próximos a sucumbir por falta de agua.

Pero, hacia las tres de la mañana, Joe, que era el encargado de la vigilancia, notó que bajaba

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