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Concierto Para Tres


Enviado por   •  22 de Noviembre de 2013  •  1.959 Palabras (8 Páginas)  •  213 Visitas

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Concierto para tres

“El arte de la música es el que más cercano se halla de las lágrimas y los recuerdos.” O. Wilde

Tengo miedo - me dijo mirándome - parce tengo miedo enserio y no sé porque - yo lo mire y ciertamente tenia ojos de tener miedo, aunque cuando lo pensé mejor, lo que realmente vi en esos ojos que tenían un brillo mate y desencantado como el de los charcos sucios de las calles, era indudablemente una profunda angustia. Yo trate de animarlo diciéndole que a mí también me invadía a veces ese miedo inexplicable, que me abordaba al anochecer o al alba que tantas veces había visto, como hoy, sentado en una acera fría y solitaria ya sin hambre y sin sed, solo con un desencanto vasto y tranquilo. Le pase otro trago de vodka barato mientras metía mi mano al bolsillo de la chaqueta en busca de cigarrillos. No soy muy bueno con eso de consolar, no se me da nada bien, pero atine en ese momento en dar un abrazo a mi apreciado amigo, sabiendo de antemano que él indudablemente tampoco era el tipo de persona al que le gustaran ese tipo de cursilerías, no obstante la circunstancia lo ameritaba ya que esa angustia que veía en sus ojos de charco y esto lo pensé mientras alzaba la vista para mirar cómo se escapa el humo a ese cielo negro y distante , era efecto del vacío o más bien la sensación de abandono que produce la muerte de un ser querido. Sin tratar de esforzarme más en aparentar una postura impropia de mí y para romper el silencio reinante hace ya varios minutos, me levante y le hice una seña con la cabeza para que me siguiera, lo hizo sin más preguntas y como si le hubiera dado cuerda a un soldadito de plomo comenzó a abrir la boca para contarme sobre ella- ¿Quién es ella? - Se preguntaran los lectores, pues muy bien, ella es la persona que por cosas del destino ha terminado muriendo dejándole como herencia a mi amigo varias organetas, algunos otros artículos relacionados con la música y una voluntad – ¡Vaya carga! – Me ha dicho - Es una gran carga parce, yo no sé porque me hacen estas cosas a mi aun sabiendo como soy… - Lo cierto es que no era la persona indicada para dejarle tal cosa como una voluntad, no porque como tal Penagos fuera un mal amigo, sino más bien porque, y en esto ambos nos parecíamos mucho, no sucumbíamos nunca ante la voluntad de nadie además de nosotros, no por egoísmo, por libertad, por no seguir la corriente, por desobedecer, por darle la espalda al mundo, o más bien a la idiosincrasia del mundo, a lo que la gente llama “el sistema” – Parce es una carga muy grande – Reitero – Y me pesa, siento como si lo hubiera hecho por mí, como si solo hubiera estado esperando dejarme su voluntad y sus cosas para poder hacer lo que hizo – Indudablemente él no había tenido la culpa de que ella lo hiciera, pero a la vez también era muy probable que dejar su voluntad fuera el ultimo cabo suelto a atar para tener la valentía o la cobardía, depende como se mire, de dejar este mundo, más aun si se tiene en cuenta que como me dijo en ese momento – se murió a mi lado, me llamo y cuando estaba durmiendo se volvió mierda, me levante y estaba ahí, quieta, parce yo la toque, la sacudí, la llame un rato y no respondía y yo ya sabía lo que pasaba…- Imaginaba la escena, el miedo irremediable, la impotencia con que la habrá tratado de despertar unos 10 o 15 minutos aun sabiendo la inutilidad de su esfuerzo, lo imagine tocando su rostro, tragándose la saliva helada, lo imagine palidecer y sentir un horrible desasosiego sentado y agonizante al lado de ella que llevaría muerta quizás algunas horas, lo imagine y casi pude sentir ese temor y esa pena, lo sentí enserio no por ella, si no por el… – Siento como si llevara la carga de la vida de ella en mi espalda y no puedo cargar esa cruz, a duras penas puedo con la mía – Dijo al fin, y yo me lo imaginaba encadenado a la acera, lo veía encogido, sentado contra la pared y yo como velándolo, como velando muertes ajenas que siendo tristezas de seres queridos son tan propias y tan lejanas a la vez, por eso nunca me gustaron los entierros…

Recorrimos el parque de un extremo a otro, nos sentamos de nuevo – ¿Para qué nos pasamos? – pregunto como si hubiera estado ausente mientras contaba la historia – por la luna, desde aquí se puede ver perfectamente – ¡ah!– dijo con sarcástico desinterés – yo mire la luna de nuevo, me gustaba recorrer su contorno con la vista, imaginar como cuando era niño e iba de la mano de mis padres que la luna me seguía, capricho de percepción absurdo es creer que la luna lo sigue a uno, creer que te mira es ya necedad, a mí eso no me importaba, necio era ya antes de conocer a la luna – Que tanto murmura usted ahí – pregunto mi amigo que se había incorporado y tomaba otro trago de vodka – cosas – dije – pienso en la vida y en la muerte – Yo no quiero pensar más en muerte , esta semana dono las organetas que me dejo María a una escuela de música - ¿se llama María? - se llamaba – ¿y es que a los muertos le quitan el nombre? – uno ya muerto para que un nombre – ¿Por qué las vas a regalar? – no quiero tenerlas porque me recuerdan a María y me recuerdan la muerte, yo no quiero esas malas energías – muy lógico era su punto, ya de por sí era difícil cargar con la

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