Constitucion Peru
kareenafran6 de Octubre de 2013
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abía una vez un rey que tenía tres hijos. Y el rey estaba desconsolado con sus hijos, porque los encontraba algo mamitas y él deseaba que fueran atrevidos y valientes. Se puso a idear cómo haría para sacarlos de entre las enaguas de la reina, quien los tenía consentidos como a criaturas recién nacidas y no deseaba ni que les diera el viento.
Un día los llamó y les dijo -Muchachos, ¿por qué no se van a rodar tierras? Le ofrezco el trono a aquel que venga casado con la princesa más hábil y bonita. Y lo mejor será que no digan nada a su mamá, porque ¿quién la quiere ver, si ustedes chistan algo de lo que les he propuesto? Y dicho y hecho: a escondidas de la reina los príncipes alistaron su viaje. Para no dar malicia, no salieron todos el mismo día: primero salió el mayor, un lunes; después el de en medio, el miércoles; y el menor, el sábado.
El mayor cogió la carretera y anda y anda, llegó al anochecer a pedir posada a una casita aislada entre un potrero. Cuando se acercó, oyó unos gritos dolorosos, se asomó por una hendija y vio a una vieja que estaba dando de latigazos a una pobre miquita que lloraba y se quejaba como un cristiano, encaramada en un palo suspendido por mecates de la solera. El príncipe llamó: ¡Upe! ña María...
La vieja se asomó alumbrando con la candela. Era una vieja más fea que un susto en ayunas: tuerta, con un solo diente abajo, que se le movía al hablar, hecha la cara un arruguero y con un lunar de pelos en la barba. El joven pidió posada y la vieja le contes-tó de mal modo que su casa no era hotel, que si quería se quedara en el corredor y se acostara en la banca. El príncipe aceptó, porque estaba muy rendido.
Desensilló la bestia, la amarró de un horcón y él se echó en la banca y se privó. Allá muy a deshoras de la noche, se levantó asustado porque alguien le tiraba de una manga. Sobre él, colgando del rabo, estaba la mica, que se había salido quién sabe por dónde. Iba a gritar el príncipe, pero ella le puso su manecita peluda en la boca y le dijo:
- No grites, porque entonces va y me pillan aquí y me dan otra cuereada. Mirá, vengo a proponerte matrimonio y me sacas de esta casa.
Al muchacho le cogieron grandes ganas de reír, y no fue cuento, sino que reventó en una carcajada.
- Vos sos tonta- le contestó-. ¿Cómo me voy yo a casar con una mica? Si queréis te llevo conmigo, pero para divertirme. La pobre animalita se echó a llorar.
- Así no, entonces no; yo sólo casada puedo salir de aquí.
Y se puso a contar los malos tratos que le daba la vieja y a querer que le tocara su cuerpo y viera como lo tenía de llagado de los golpes. Pero el príncipe no la veía, porque se había vuelto a dejar caer y estaba dormido. Otro día muy de mañana se levantó y oyó otra vez a la vieja dando de escobazos a la mica. No tuvo lástima y siguió su ca-mino. Eso mismo le pasó al hijo segundo, quien siguió por la misma carretera. Este tampoco quiso cargar con la mica.
El tercero tomó también la carretera y al anochecer llegó a la casita del potrero. Y la misma cosa: la vieja dando de palos a la mica. Pero éste tenía el corazón derretido y no podía con la crueldad. Abrió la puerta, le quitó el palo a la vieja y la amenazó con darle con él si no dejaba a aquel pobre animal. La vieja se puso como un toro guaco de brava y no quería dar posada al príncipe, pero él dijo que se quedaría en la banca del corredor y que allí pasaría la noche, aunque se enojara el Padre Eterno. Y de veras, allí pasó la no-che. Allá en la madrugada lo despertaron unos jalonazos que le daban. Despertó azora-do, restregándose los ojos. Una manita peluda le tapó la boca. Como ya comenzaban las claras del día, distinguió a la mica que se mecía sobre él, agarrada del techo por el ra-bo. Y la miquita se puso a llorar y a contarle su martirio. Luego le propuso matrimonio. Al principio el joven le llevó el corriente y quiso tomarlo a broma: le ofreció llevarla consigo y tratarla con mucho cariño, pero la mica comenzó a sollozar con una gran tris-teza y por su carita peluda corrían las lágrimas.
- Así no- contestó- es imposible. Esta mujer es bruja y sólo si hallo quien se case conmigo, podré salir de entre sus manos.
Este príncipe, que siempre había sido de ímpetus, se decidió de repente a casarse con la mica. Donde dijo que sí, retumbó la casa y entre un humarazo apareció la bruja que gritaba:
- ¡Y ahora carga con tu mica para toda tu vida!
-
El sintió de veras como si una cadena atara a su vida la de aquel animal. El príncipe montó a caballo y se puso la mica en el hombro. Conforme caminaban reflexionaba en su acción, y comprendía que había hecho una gran tontería. A cada rato inclinaba más su cabeza. ¿Qué iba a decir su padre cuando le fuera a salir con que se había casado con una mona? ¡Y su madre, que no encontraba buena para sus hijos ni a la Virgen María! ¡Cómo se iban a burlar sus hermanos y toda la gente!
La mica, que parecía que le iba leyendo el pensamiento, le dijo:
- Mire, esposo mío. No vayamos a ninguna ciudad... metámonos entre esa montaña que se ve a su derecha y en ella encontraremos una casita que será nuestra vi-vienda.
El otro obedeció y a poco de internarse, dieron con una casa que no tenía más que sala y cocina, con muebles pobres, pero todo que daba gusto de limpio. Al frente estaba una huerta y atrás un maizal y un frijolar, chayotera y matas de ayote que ya no tenían por donde echar ayotes. La mica pidió al príncipe que fuera a buscar leña; ella cogió la tinaja y salió a juntar agua a un ojo de agua que asomaba allí no más. Un rato después, por el techo salía una columnita de humo y por la puerta, el olor de la comida que preparaba la mica y que abría el apetito. Y así fue pasando el tiempo. Los tres príncipes habían quedado en encontrarse al cabo de un año en cierto lugar. El marido de la mica siempre estaba muy triste y pensaba no acudir a la cita. Pero ella, cuando se iba acercando el día señalado, le dijo:
- Esposo mío, mañana váyase para que el sábado esté en el lugar en que encontrará sus hermanos.
Él le preguntó:
- ¿Cómo sabéis vos?
Pero ella guardó silencio. De veras, otro día partió. La mica tenía los ojos llenos de agua al decirle adiós y a él le dio mucha lástima. Cuando llegó al lugar, ya estaban allí sus hermanos, muy alegres. Le contaron que se habían casado con unas princesas lindísimas, que tenían unas manos que sabían hacer milagros. El pobre no masticaba palabra y al oírlos, sentía ganas de que se lo tragara la tierra.
- Y vos, hombre, cuéntanos cómo es tu mujer-- le preguntaron.
No se atrevió a confesar la verdad y les metió una mentira:
- Es una niña tan bella que se para el sol a verla, y sabe convertir los copos de algodón en oro que hila en un hilo más fino que el de una telaraña.
Y sus hermanos al escucharlo, sintieron envidia. Cuando llegaron donde sus padres, fueron recibidos con gran alegría. Cada uno se puso a poner a su esposa por las nubes.
- Bueno-- les dijo el rey-- quiero antes que nada ver los prodigios que saben ha-cer. Cada una va a hilar y a tejer una camisa para mí y otra para la reina, tan fi-namente, que un muchachito de pocos meses las pueda guardar en su mano. A ver cuál queda mejor. Les doy un mes de plazo.
Volvieron los príncipes donde sus mujeres y les explicaron el deseo del rey. Inme-diatamente las princesas encargaron seda finísima y se pusieron a hilar. La mica no hizo nada, ni volvió a mentar la camisa. El marido la llamaba al orden, pero se hacía como si no fuera con ella y el príncipe se ponía cada vez más triste.
El día de ir al palacio, lo despertó la mica muy de mañana; ya le tenía el caballo ensi-llado.
- ¿Para qué me has ensillado mi bestia? No pienso ir adonde mis padres, porque no puedo llevarles lo que me pidieron. Entonces ella le entregó dos semillas de taca-co.
- Aquí están las camisas-- le dijo.
El muchacho no quería creer, pero la mica le dijo que si al abrirlas ante su padre no tenía lo que deseaba, él quedaría libre de ella. Partió el príncipe y en el camino en-contró a sus hermanos, que en cajas de oro, llevaban las camisas de un tejido de seda muy fino. Las costuras apenas si se veían y los botones eran de oro.
Cuando el menor enseño sus semillas de tacaco, los mayores le hicieron burla. Al lle-gar ante el rey, se regocijó éste del trabajo de las dos nueras y se puso furioso cuando el otro le dió las semillas de tacaco. Como las cogió con cólera, las destripó y entonces de cada una salió una camisa de tela tan fina que una hoja de rosa se veía ordinaria a la par, y de una blancura tal, que parecía tejida con hebras hiladas del copo de la luna. Los botones eran piedras preciosas y las costuras no se podían ver ni buscándolas con lente.
El rey y la reina casi se van de bruces y los hermanos salieron avergonzados y envi-diosos.
- Bueno--dijo el rey--. Estoy muy satisfecho del trabajo de vuestras esposas. Ahora que cada una me envíe un plato. Quiero ver cuál cocina mejor. Les doy una quincena de plazo.
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