ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

Creencias sobre el alma y la muerte: Las antiguas generaciones, anteriores a la aparición de los filósofos


Enviado por   •  6 de Junio de 2017  •  Documentos de Investigación  •  1.419 Palabras (6 Páginas)  •  195 Visitas

Página 1 de 6

                                  Ciudad antigua

Creencias sobre el alma y la muerte: Las antiguas generaciones, anteriores a la aparición de los filósofos, miraron a la muerte como un simple cambio de vida.

Según las creencias más antiguas de los italianos y los griegos, no era de otro mundo extraño a este en el que debía pasar el alma, sino en este mismo, cerca de los hombres, continuando su vida debajo de la tierra. Durante mucho tiempo creían que en esta segunda existencia el alma permanecía unida al cuerpo y que, al haber nacido con él, la muerte no los separaba, sino que se encerraban juntos en la tumba.

Cuando se llevaba a cabo una sepultura, al momento de depositar el cuerpo en la tumba, se creía encerrar en ella algo que aun poseía vida. Al final de la ceremonia era costumbre llamar tres veces al alma del muerto por el nombre que había llevado en vida, se les deseaba una existencia feliz bajo tierra, y tres veces se les decía: “pásalo bien”, añadiendo: “que la tierra te sea ligera”. Para ellos, el cuerpo una vez sepultado seguiría viviendo bajo tierra y conservaría el sentimiento de bienestar o sufrimiento. Es por eso que junto al cuerpo encerraban los objetos que se suponía podía necesitar, y en ciertos días del año se llevaba una comida a cada sepulcro.

En la antigüedad estaban convencidos de que un cuerpo sin sepultura era una desgracia, y por eso la ceremonia fúnebre no era tanto para demostrar el dolor de los vivos sino para procurar el descanso y tranquilidad de los muertos. Sin embargo la ley condenaba a los grandes criminales a la privación de sepultura, de esta forma se le imponía a sus almas una pena casi eterna.

Los atenienses condenaron a muerte a los generales que, después de una victoria marítima, se habían olvidado de enterrar a los muertos. Estos generales, al no creer que la suerte de uno estuviese unida a la del otro, les parecía indiferente que el cadáver se descompusiese en tierra o en el mar. Pero la multitud que en Atenas estaba todavía apegada a las antiguas creencias, acuso a los generales  de impiedad y los hizo morir, en la idea que si con su victoria habían salvado Atenas, con su negligencia en cumplir con aquella formalidad habían perdido millares de almas.

Muy pronto estas creencias dieron lugar al establecimiento de reglas de conducta, puesto que el muerto tenía necesidad de comer y beber, se comprendió que los vivos debían satisfacerla, y se hizo obligatoria la costumbre de llevar a los difuntos alimentos para no abandonarle al variable capricho de los hombres. Así se estableció una religión de la muerte cuyos dogmas  tal vez se borraron pronto, pero cuyos ritos duraron hasta el advenimiento del cristianismo.

Considerados los muertos seres sagrados, recibían los nombres más respetuosos, llamándolos buenos, santos y bienaventurados, y merecían toda la veneración que el hombre puede profesar a una divinidad a quien ama o teme.

Los griegos daban a los muertos el nombre de dioses subterráneos, los romanos los llamaban dioses manes.

Fuego sagrado: la casa  de un griego o de un romano encerraba un altar y en él debía haber siempre un poco de ceniza y carbones encendidos. Era obligación sagrada del dueño de cada casa mantener el fuego día y noche, y si esto no se cumplía una desgracia caería sobre ellos.

No era permitido alimentar este fuego con cualquier clase de leña, la religión hacia distinciones entre los árboles, los que podían dedicarse a este uso y aquellos otros que hubiera sido impiedad dedicar a él.

Había un día en el que les era permitido apagar el fuego y encender otro en el acto, este era el primero de marzo.

Este fuego tenía algo divino, por ello se lo adoraba y tributaba un verdadero culto, otorgándole ofrendas como si tratara de agradar a un dios. Se le creía poderoso y por ello se reclamaba su protección, haciéndole objeto de fervientes suplicas para obtener de él esas causas eternas de los deseos humanos: salud, riqueza, felicidad.

El fuego del hogar era la providencia de la familia. La primera regla de su sencillo culto era que hubiese siempre en el altar algunas ascuas, porque si el fuego se apagaba, dejaba de existir un dios.

...

Descargar como (para miembros actualizados)  txt (7.6 Kb)   pdf (124 Kb)   docx (13.1 Kb)  
Leer 5 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com