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Criterios y metacriterios de la democracia.


Enviado por   •  7 de Agosto de 2016  •  Documentos de Investigación  •  4.935 Palabras (20 Páginas)  •  526 Visitas

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SOBRE LOS CRITERIOS Y METACRITERIOS DE LA DEMOCRACIA

Por: Diego Antonio Pineda R.(1). En: LA FORMACIÓN DEMOCRÁTICA DE LOS NIÑOS Y JÓVENES[1]

La democracia es un modo de vida personal que no está guiado por la mera creencia en la naturaleza humana en general, sino por la fe en la capacidad de los seres humanos para juzgar y actuar inteligentemente en las condiciones apropiadas. (...). Las garantías puramente legales de las libertades civiles, la libertad de credo, expresión y reunión son un pobre aval si en la vida cotidiana la libertad de comunicación, el intercambio de ideas, hechos y experiencias se anula con la sospecha mutua, los ultrajes, el miedo y el odio. Todo ello quiebra las condiciones básicas del modo de vida democrático con mayor efectividad incluso que la coerción abierta, la cual es operativa cuando logra alimentar el odio, la sospecha y la intolerancia en el espíritu de los seres humanos

John Dewey

Hay palabras que, a fuerza de usarlas por todos y para todo, se hacen triviales y llegan a desgastarse hasta perder su significado originario. "Democracia" es una de aquellas palabras. Todos hablamos de democracia: los políticos, los gobernantes, el ciudadano común... y también nosotros mismos, los maestros, y hasta los propios niños y jóvenes. En nombre de la "democracia occidental" se justifican guerras absurdas en donde las superpotencias del mundo despliegan todo su poderío militar contra pueblos indefensos o los someten, mediante bloqueo económico, al hambre y la destrucción. "Defender las instituciones democráticas" ha llegado a convertirse en una de aquellas frases de cajón que los poderosos y los políticos corruptos enarbolan con el fin de defender en más de una ocasión sus oscuros y mezquinos intereses particulares. "Democráticas" se han llamado a sí mismas repúblicas en donde la represión policial y la restricción de las libertades individuales han llegado al extremo y en donde la justicia y la libertad han brillado por su ausencia. Para colmo, las democracias que conocemos no son muchas veces más que estructuras políticas que, aunque formalmente defiendan ciertos principios y cuenten con cierto tipo de instituciones (un Parlamento, una Constitución escrita, un sistema electoral, el reconocimiento de una serie de derechos inalienables de los individuos, unos mecanismos de participación ciudadana), en su actuar concreto nos siguen pareciendo sociedades jerárquicas, cerradas y resistentes al cambio que se encargan ellas mismas de proclamar como uno de sus principales propósitos.

"Democracia" es, pues, un término ambivalente cuya sola pronunciación suscita emociones encontradas. Para unos se trata de un nombre sacrosanto cuya mera enunciación debe implicar asentimiento. Para otros de una meta histórica lograda a la que bastará hacerle unos ajustes que permitan "consolidarla". Para unos terceros de un error histórico, o de un engaño de la burguesía, que hay que suprimir cuanto antes con la fuerza de las armas. Para otros, en fin, entre quienes me cuento, de un ideal nunca realizado plenamente, el cual, y a pesar de sus muchas inconsistencias, constituye la única forma de gobernar nuestras vidas que se adapta a nuestra imperfección y finitud.

Podría alguien preguntarnos, dado lo que hemos dicho hasta aquí, qué sentido puede tener entonces que nos ocupemos hoy nuevamente de la democracia, que gastemos más palabras intentado dar significado a una palabra que parece haber perdido todo significado. ¿Para qué hablar más de democracia? ¿No caemos con ello, tal vez, en el discurso electorero del político de turno? Más aún. ¿Qué sentido puede tener lo que aquí nos proponemos: reflexionar en torno a la formación de ciudadanos para una sociedad democrática? ¿Por qué ocuparnos de la formación en y para la democracia de niños y jóvenes? Todavía más: ¿qué sentido puede tener esto en los países del tercer mundo, sumidos en el caos y la violencia?

Es sin duda imposible ofrecer una respuesta que pudiera ser medianamente convincente a interrogantes tan fundamentales como estos. Permítanme, sin embargo, que exprese una convicción que creo que considero fundamental: a pesar de lo difícil, y hasta de lo contradictorio, que resulta hablar de "democracia" en países sumidos en la desconfianza y atemorizados por el terrorismo de izquierda y derecha, sometidos a la desesperanza por un Estado débil e incapaz de responder con eficacia a las demandas sociales, y con un tejido social gravemente deteriorado por la corrupción, el narcotráfico, el desempleo y la pobreza; a pesar de todo ello, necesitamos hoy más que nunca más (y no menos) democracia. Es decir, precisamos, por la propia encrucijada histórica en que nos encontramos, de espacios para la discusión abierta, para las propuestas reflexivas, para la escucha de las perspectivas del otro y para el diálogo que ponga freno a nuestra irracional violencia. Es ampliando los espacios democráticos, y no metiéndonos en la aventura de una guerra loca que nunca sabemos a donde conduce ni cuando termina, que podemos enfrentar las dificultades que nos aquejan.

No quiero con lo anterior, sin embargo, idealizar la democracia. La democracia no es ciertamente ni el único ni necesariamente el mejor modo de organizar nuestra propia existencia personal y social. No es, ni mucho menos, una forma de gobierno ideal. Por cierto, experimentamos con frecuencia en nuestras vidas muchos de sus fracasos e imperfecciones. Con todo, preguntaría, como lo hiciera Churchill en alguna ocasión, quién ha encontrado una forma mejor. En su propia limitación radica, sin embargo, la fuerza de la democracia. Su virtud está en su propia imperfección, en su carácter siempre frágil, en la radical modestia que impone a quien detenta la autoridad y, sobre todo, en su propio sentido de la no-verdad, es decir, en el hecho de que en una auténtica democracia no puede apelarse en ningún momento a verdades últimas (ni siquiera a la propia democracia como verdad última), sino que siempre es necesario ensayar el camino de la indagación, del diálogo, de la experimentación de nuevas posibilidades, de la escucha y exploración de puntos de vista alternativos.

No se trata, pues, de que entremos ahora en la discusión general en torno al sentido de la democracia. Aceptemos a ésta como un ideal histórico vigente y preguntémonos más bien por cuál es el tipo de democracia que deseamos y por qué puede tener sentido el que lo deseemos. Sólo sobre la base de lo que encontremos en ello podremos abordar con mayor claridad el problema de la formación democrática de los niños y jóvenes.

1. ¿Por qué y cuál democracia?

Permítanme que me remita para enfrentar la anterior pregunta a una pequeña anécdota que siempre he encontrado aleccionadora. Ian, un niño de seis años de edad que se disgusta al ver que tres niños, hijos de los amigos de sus papás, se toman el televisor y le impiden ver su programa favorito, pregunta a su mamá con cierto grado de frustración: "Mamá, ¿por qué es mejor el egoísmo de tres personas que el de una?" (Matthews, 1986, p. 45).

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