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Curt Schulz

emoxd897Tesis19 de Diciembre de 2013

16.516 Palabras (67 Páginas)285 Visitas

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Para los lectores,

que hacen que esto siga adelante.

Y para Curt Schulz,

que no se creyó que le dedicaría este libro

No cedas tú a estos males y sigue avanzando lleno de valor.

Virgilio

Nota del autor

Los lectores más fieles de esta serie puede que hayan notado la existencia de discrepancias entre personajes o momentos concretos entre las novelas y los juegos (o entre unos libros y otros). Debido a que las novelizaciones y los juegos se escriben, se revisan y se producen en fechas distintas por personas diferentes, la coherencia completa es casi imposible. Tan sólo puedo disculparme en nombre de todos nosotros, y tener la esperanza de que, a pesar de los errores cronológicos, continuaréis disfrutando de la mezcla de zombis corporativos y de héroes desventurados que convierten Resident Evil en algo tan entretenido.

Prólogo

Carlos estaba saliendo de la ducha cuando sonó el teléfono. Se puso la toalla alrededor de la cintura y entró a trompicones en la atestada sala de estar, donde casi se cayó al suelo al tropezar con una caja de libros todavía sin abrir por la prisa que se dio por descolgar el insistente teléfono. No había tenido tiempo de comprar un contestador desde que se había mudado a la ciudad, y sólo el nuevo oficial de campo al mando tenía su número. No convenía perder las llamadas, sobre todo porque Umbrella se encargaba de pagarle todas las facturas.

Tomó el auricular con una mano todavía goteante y procuró no parecer sin resuello.

—¿Diga?

—Carlos, soy Mitch Hirami.

Carlos se irguió un poco más hasta casi ponerse en posición de firmes, sin soltar la toalla empapada.

—Sí, señor.

Hirami era su jefe de escuadra. Carlos sólo lo había visto en persona dos veces, y no el tiempo suficiente como para juzgar su carácter, pero parecía bastante competente, al igual que los demás miembros de la escuadra.

Competente, aunque no muy franco.

Al igual que Carlos, nadie hablaba mucho sobre su pasado, aunque sabía con toda certeza que Hirami había estado involucrado en operaciones de tráfico de armas en Sudamérica años atrás, antes de empezar a trabajar para Umbrella. Al parecer, todos los que se conocían del UBCS tenían un secreto o dos, y la mayoría procedía de actividades no demasiado legales.

—Acabamos de recibir órdenes sobre una situación que se está produciendo en este momento. Estamos llamando a todo el mundo para que participen en esto y para que acudan aquí lo antes posible. Tienes sólo una hora para presentarte, y nos vamos dentro de dos horas, es decir, a las 15.00. ¿Lo has entendido?

—Sí…, esto, sí, señor. —Carlos hablaba con fluidez el inglés desde hacía años, pero todavía estaba acostumbrándose a hablarlo de forma permanente—. ¿Hemos recibido información sobre el tipo de situación?

—Negativo. Se te informará, como al resto de nosotros, en cuanto llegues.

El tono de voz de Hirami sugería que en realidad tenía mucho más que decir. Carlos se quedó esperando mientras comenzaba a quedarse helado por el agua que se iba enfriando sobre el cuerpo.

—Se rumorea que es un vertido accidental de productos químicos —le dijo Hirami, pero Carlos pensó que algo en la voz de su jefe de escuadra indicaba una cierta incomodidad—. Es algo que hace que la gente… se comporte de un modo diferente.

Carlos frunció el entrecejo.

—¿Diferente?

Hirami dejó escapar un suspiro.

—No nos pagan por hacer preguntas, Oliveira. ¿A que no? Ahora mismo ya sabes tanto como yo. Tú lo que debes hacer es venir aquí.

—Sí, señor —contestó Carlos, pero Hirami ya había colgado.

Carlos dejó el auricular en su sitio sin tener muy claro si debía sentirse emocionado o nervioso por participar en la primera operación del Servicio de Contramedidas Biológicas de Umbrella, el UBCS, un nombre impresionante para un grupo de antiguos mercenarios y soldados, la mayoría de ellos con experiencia en combate y una vida pasada bastante dudosa. El reclutador que lo había entrevistado en Honduras le había dicho que el grupo se utilizaría para «resolver» situaciones que Umbrella necesitaba solucionar de forma rápida y dinámica, pero legal. Después de combatir durante tres años en los enfrentamientos entre bandas de mafiosos y contra las guerrillas, de vivir en cabañas llenas de barro y de alimentarse de comida de lata, la promesa de un empleo de verdad, incluido un sueldo realmente impresionante, fue lo más parecido a la respuesta a una plegaria.

Pensé que era demasiado bueno para ser verdad…, ¿y qué pasará si resulta que tenía razón?

Carlos negó con la cabeza. No iba a descubrirlo plantado allí, de pie, con una toalla en la cintura. De cualquier manera, no podía ser mucho peor que meterse en un tiroteo con unos cuantos pendejos hasta las cejas de coca y en mitad de una jungla desconocida mientras se preguntaba si oiría llegar la bala que acabaría con él.

Sólo tenía una hora, y el trayecto hasta la oficina era de veinte minutos a pie. Se dirigió a su dormitorio, decidido de repente a aparecer antes de la hora convenida para ver si podía sacarle un poco más de información a Hirami sobre lo que ocurría. Ya empezaba a sentir la descarga de adrenalina en el cuerpo, una sensación con la que se había criado y a la que había terminado por conocer mejor que cualquier otra: en parte impaciencia, en parte nerviosismo y una sana dosis de miedo.

Carlos sonrió mientras terminaba de secarse. Había pasado demasiado tiempo en la jungla. Estaba en Estados Unidos, trabajando para una compañía farmacéutica legal. ¿Qué podía temer?

Nada —se dijo a sí mismo. Sin dejar de sonreír, se puso a buscar sus pantalones de combate.

Los últimos días de septiembre en las afueras de una gran ciudad; era un día soleado, pero Carlos ya sentía los primeros indicios del otoño mientras se apresuraba a llegar a la oficina central. El aire era más ligero y las hojas de los árboles empezaban a mustiarse. Tampoco es que hubiera muchos árboles. Su apartamento se encontraba en el borde de una zona industrial que se había extendido de forma descontrolada. Se trataba de unas cuantas fábricas de aspecto deprimente, con terrenos vallados repletos de malas hierbas y con cientos de kilómetros cuadrados de naves de almacenamiento con aspecto de estar abandonadas. De hecho, la oficina del UBCS se encontraba en un almacén reformado en unos terrenos propiedad de Umbrella, rodeado por un complejo de instalaciones para el transporte que incluía un helipuerto y varias zonas de carga y descarga. Estaba muy bien montado, aunque Carlos volvió a preguntarse por qué habían decidido construirlo en una zona tan mala. Era obvio que se podían permitir montarlo en un lugar mucho mejor.

Carlos comprobó la hora mientras subía por la calle Everett y empezó a caminar un poco más deprisa. No iba a llegar tarde, pero seguía queriendo estar allí antes de que comenzara la reunión de información para saber lo que comentaban los demás compañeros. Hirami le había dicho que habían convocado a todo el mundo: cuatro pelotones con tres escuadras de diez hombres en cada una, es decir, ciento veinte hombres en total. Carlos era cabo de la escuadra A en el pelotón D. Le parecía ridículo cómo estaba organizado todo aquello, pero supuso que sería necesario para seguirle la pista a todo el mundo. Alguien tenía que saber algo de lo que estaba ocurriendo.

Dobló a la derecha donde la calle Everett se cruzaba con la calle 347 mientras seguía pensando y sintiendo una cierta curiosidad por conocer el sitio al que los mandaban, cuando un hombre surgió de un callejón situado a pocos metros por delante de él. Era un desconocido bien vestido que le sonreía de forma abierta. Se quedó allí, con las manos metidas en los bolsillos de su abrigo de aspecto caro, esperando al parecer que Carlos llegara a su altura.

Carlos mantuvo con cuidado una expresión neutral en la cara mientras estudiaba de forma cautelosa al desconocido. De estatura elevada, delgado, de cabello y ojos oscuros, pero caucásico sin duda alguna, cerca de la mitad de la cuarentena y con una sonrisa de oreja a oreja, como si estuviese dispuesto a compartir con él un chiste muy divertido.

Carlos se dispuso a seguir caminando y a pasar de largo al recordar cuántos pirados vivían en una ciudad de tamaño medio. Era una circunstancia inevitable de la vida urbana.

Lo más probable es que quiera contarme que los marcianos están vigilando nuestras ondas cerebrales o me hará partícipe de alguna teoría sobre una conspiración.

—¿Carlos Oliveira? —le preguntó el individuo, pero parecía más una afirmación que una pregunta.

Carlos se detuvo en seco con todo el cuerpo tenso. Bajó de forma instintiva la mano derecha hacia donde llevaba la pistola, sólo que no la llevaba. No iba armado desde que había llegado y cruzado la frontera, carajo.

El desconocido dio un paso atrás y sostuvo las manos en alto como si se disculpara por la inquietud que le había causado. Parecía divertido, pero no se mostraba amenazador.

—¿Quién quiere saberlo? —le replicó Carlos con brusquedad.

¿Y cómo puñetas sabe mi nombre?

—Me llamo Trent, señor Oliveira —le dijo, mientras en sus ojos relucía una expresión de regocijo apenas contenida—. Tengo cierta información para usted.

Capítulo 1

Jill no corría con la suficiente rapidez en ese sueño. Era el mismo sueño que había padecido cada pocos días desde la misión en la que casi habían acabado muertos aquella terrible e interminable noche de julio.

...

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