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DISTRIBUCCION

maryschol13 de Octubre de 2013

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Las verdaderas causas del hambre son la pobreza y ladesigualdad. Millones de personas sin poder adquisitivo para comprar el alimento que está disponible (aunque mal distribuído) o carecen de acceso a la tierra (que está cada vez más concentrada) o no tienen los recursos para cultivarlos ellos mismos. El Banco Mundial en su Informe sobre el desarrollo mundial (2003) indica que "el problema mundial de la falta de alimentos emana del insuficiente poder adquisitivo en manos de los pobres, no de limitantes globales para la producción agregada de alimentos". El mismo Banco Mundial en su estudio de 1995 sobre el hambre en el mundo afirmaba que "un rápido incremento en la producción de alimentos no implica necesariamente que se alcance la seguridad alimentaria. La cantidad de personas que pasa hambre se puede reducir sólo redistribuyendo el poder adquisitivo y los recursos entre quienes están desnutridos". Si los pobres no tienen dinero para comprar alimentos, el aumento de la producción no servirá de nada.

No obstante, los promotores de los alimentos transgénicos insisten en presentarlos como la solución del hambre en el mundo por el aumento productivo que suponen. Cómo bien indica Antón Novas, representante español en el comité de Excedentes de la FAO y autor del ensayo El hambre en el mundo y los alimentos trangénicos (Editorial Catarata, 2005), "esto sólo se podría sostener si las multinacionales transgénicas distribuyen la producción gratis, puesto que el hambre es consecuencia de la pobreza y la desigualdad no de la falta de alimentos". La propia FAO, en su informe sobre la "Agricultura Mundial: hacia los años 2015/2030" explica que "a nivel mundial, la producción agropecuaria podría satisfacer probablemente la demanda esperada en el período hasta 2030, incluso sin avances importantes en biotecnología".

Lo que es evidente es que los transgénicos incentivan las peores tendencias del modelo agroindustrial actual: promoción de los monocultivos, con su consecuente ataque a la biodiversidad, dependencia alimentaria y aceleración de la concentración de la tierra. La lógica del sistema implica que sólo las grandes explotaciones son viables. Los gastos en fertilizantes y plaguicidas aumentan a mayor velocidad que las cosechas lo que tiene como consecuencia que el margen entre coste y precio se estrecha más y más. En este escenario sólo las grandes explotaciones son viables. Es una simple cuestión de economías de escala. "Hace 15 años un agricultor mediano podía tener un buen estándar de vida y mandar a sus hijos al colegio a Santiago con unas 60 hectáreas frutícolas en la zona central. Hoy necesita tener al menos unas 150 hectáreas para poder hacer lo mismo", ejemplifica Juan Ignacio Domínguez, profesor de la Facultad de Agronomía de la Universidad Católica de Chile, aclarando que esto se da aún más fuerte con las forestales.

Antón Novas afirma que "lo que si está demostrado es que las pequeñas explotaciones son más productivas por unidad de superficie que las grandes, de lo que se deduce que una distribución más equitativa de la tierra aumenta el rendimiento y la productividad. En Piaui (Brasil) desde que se produjo la distribución de tierras entre pequeños agricultures, el rendimiento agrícola se ha incrementado entre un 10 y un 40 por ciento en cultivos de secano y entre un 30 y un 70 por ciento en los cultivos de regadío. La distribución de la tierra ha producido los mismos efectos en la India donde la pobreza descendió de forma ostensible después del reparto de la titularidad de la tierra entre 1958 y 1992". He aquí una de las claves en la lucha contra el hambre

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