ENSAYO DE LA COMEDIA
Kazuikki28 de Octubre de 2012
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EL ENSAYO DE LA COMEDIA
Comedia en dos actos y en prosa
(1889)
PERSONAJES
(Todos son cómicos de una compañía, menos los tres últimos).
AMBROSIO, director de la compañía dramática
RITA, primera dama
SERAFINA, hija de Rita
RAFAEL, amante de Serafina
BRUNA, segunda dama
COSME, pretendiente de Serafina
TERESA, tercera dama
ALVARO, amigo de Rafael
EL AUTOR de la comedia ensayada
Dos AMIGOS del autor
UN GATO
(La acción pasa en Lima, allá por los años de 186... El lugar de la escena es el proscenio del teatro, cuyo fondo estará en parte a la vista, y en parte cubierto con bastidores u otros objetos en desorden, colocados a la derecha del espectador. En el lado opuesto, se hallará la salida o comunicación del proscenio con el exterior. Habrá sillas en desorden, una mesa en el centro; dos cajones vacíos, de mercaderías, hacia la izquierda, y sobre ellos, algunos vasos, como dejados allí al acaso).
ACTO PRIMERO
ESCENA I
AMBROSIO.
— (Paseándose por el proscenio). ¡Son más de las siete, y toda-vía no llega ninguno! Y yo que he corrido seis cuadras, creyendo que ellos estarían ya aquí para comenzar el ensayo de esta pieza. (Se sienta, saca el pañuelo y se limpia el sudor de la cara). ¡Uff!, ¡qué trabajo, señor, es esto de regir una compañía de cómicos! ¿Si costará lo mismo gobernar la República? ¡Imposible!... Yo, por ejemplo, se-ría presidente diez veces, antes que ser una sola vez jefe de una compañía cómica. (Saca el reloj). ¡Las siete y media, y todavía no asoma ninguno la nariz! Y eso que saben la necesidad que hay de ensayar y estudiar pronto esta pieza nueva... Sólo faltan tres días para la representación, y no hemos ensayado una sola vez... ¡Si habrán estudiado bien sus papeles!... ¡Ah! ¡Rafael! ¿Eres tú?...
ESCENA II
AMBROSIO, RAFAEL
RAFAEL.
— Yo soy, señor. ¿Todavía no han llegado?
AMBROSIO.
— Ninguno... y ya son las siete y media. Presumo que habrán estudiado sus papeles.
RAFAEL
— En cuanto a mí, sí, señor.
AMBROSIO.
— Ojalá los demás puedan decir otro tanto; pero lo dudo, especialmente de la Rita.
RAFAEL.
— ¿Por qué?
AMBROSIO.
— Porque el rol que le ha tocado no es de su gusto. A pesar de los cuarenta y siete años que cargan sobre ella, aspira siempre a hacer papeles de niña; y según creo, está muy disgustada con su rol de ama de llaves... Y lo peor es que con sus disgustos y malos modos, me va echando a perder a toda la compañía ¡Ah!, ¡mi amigo! Esta doña Rita me irrita; y si no fuera por su hija...
RAFAEL.
— Serafina es una verdadera artista.
AMBROSIO.
— Y una niña de mérito. (Con gesto maligno). ¿No es verdad, Rafael?
RAFAEL.
- Soy de su misma opinión.
AMBROSIO.
— No necesitas decírmelo, porque sé que la amas; y en verdad que merece ser amada... Pero permíteme agregar también que todas las ventajas que Serafina trae a la compañía las anula su madre.
RAFAEL.
— En cuanto a eso, yo creo...
AMBROSIO.
— Óyeme, Rafael. Tú sabes que soy tu amigo... Yo en tu lugar amaría también a Serafina, y encuentro muy natural que desees casarte con ella... Pero, ¡qué diablos!, cada cual es dueño de su parecer; y el mío, en este caso, es que una suegra como la tal doña Rita, hará añicos toda tu felicidad.
ESCENA III
Dichos, BRUNA, TERESA,
ALVARO (se retira con RAFAEL a un ángulo del proscenio)
TERESA.
– Pues eso mismo era lo que me venía diciendo la Bruna.
BRUNA.
— ¡Yo no te decía nada!
AMBROSIO.
— ¡Bueno!, ¡bueno! ¡Ya tenemos cuatro! ¿Y qué era lo que decía la Brunita?
BRUNA.
— ¡No le crea, don Ambrosio!
TERESA.
— (Riendo). ¿Y por qué lo niegas? No me decías ahora mismo que era una locura en Rafael aspirar a la mano de Serafina.
AMBROSIO.
— ¿Es decir, Brunita, que somos de un mismo parecer?
BRUNA.
- Pero si yo no...
AMBROSIO.
— (Palmeándole el hombro con cariñosa familiaridad). ¡No trates de engañarme, reina mía! Deja esas gazmoñerías para cuando pongamos en escena La mojigata de Moratín. Los cómicos somos para representar papeles ante el público; pero acá detrás de bastidores, no debemos tratar de engañarnos los unos a los otros, sino ser pan, pan; vino, vino. ¿Apuesto a que este matrimonio te disgusta porque te carga la doña Rita?
BRUNA.
— Al contrario, soy su amiga.
TERESA.
— Sobre todo, desde que la Ritona se opone al matrimonio de Rafael con su hija... Yo le digo Ritona.
AMBROSIO.
— ¡Ja! ¡Ja! ¡Jaa! lo cual significa que la Brunita desea que le dejen libre a Rafael.
BRUNA.
— (Irónicamente). ¡Oh!, el señor don Rafael está a mucha altura para que yo me crea digna de...
AMBROSIO.
— ¿Digna de qué?
BRUNA.
— Iba a decir... Pero, como yo no pienso en eso...
AMBROSIO.
— ¡Mal representada La mojigata, hija mía!, pues se echa de ver el despecho.
BRUNA.
— ¿Yo despechada? ¿Y por qué? ¡Mire, don Ambrosio! (Junta los dedos de las manos). ¡Así!, ¡así los he tenido, y no me he querido casar con ninguno!
ESCENA IV
AMBROSIO, RAFAEL, ÁLVARO, BRUNA, TERESA, RITA, SERAFINA, COSME
(trae del brazo a RITA. SERAFINA se aparta a hablar con RAFAEL; y
mientras tanto, ALVARO traba conversación con COSME,
impidiéndole acercarse a SERAFINA)
RITA.
— ¡Santo Dios! ¡Casi me he roto un pie, al subir esa escalinata! Yo no sé en lo que piensa el empresario, que no compone los malos pasos.
AMBROSIO.
– Dejémonos de malos pasos, y pensemos en el ensayo... ¿Han estudiado sus papeles?
TODOS.
– ¡Sí, señor!
AMBROSIO.
– Pues entonces, manos a la obra, señores míos. El consueta se halla ya en su puesto, y podemos comenzar. Son más de las siete y tres cuartos, así es que hemos perdido cerca de una hora.
RITA.
– Yo no he podido venir más temprano, pues estuvo a comer con nosotras ese barón alemán de la legación... ¡Ja!... ¡Jask!... ¿Cómo se llama, Cosme?
COSME
- ¡Haschkyth!
RITA.
– ¡Eso es!... Siempre se me está olvidando este nombre; y sólo me acuerdo de que se pronuncia así como quien estornuda… ¿Para qué usarán estos alemanes unos nombres así tan arrevesados? Fuera de esto, el barón es un cumplido caballero.
AMBROSIO.
— ¡Por Dios, Rita! Deja en paz a ese señor Estornudo, y comencemos de una vez nuestro ensayo.
RITA.– ¡Es que tú no sabes lo que pasa! (A media voz). ¡Está que se muere por Serafina! En toda la comida, no habló de otra cosa que del teatro... A mí me encantan los artistas, porque como soy tan apasionada por el arte, especialmente el de Melpómene y el de Taifa...
AMBROSIO.
— ¡Otra te pego! ¡Ya salieron a bailar las Musas!
RITA.
– ¿Y de qué te admiras, cuando nos hallamos en el templo mismo de las divinas hermanas de Apolo? Aquí es donde la alegre Talía se cubre con su máscara para hacer reír a los hombres a costa de ellos mismos. Aquí en donde la terrible Melpómene, de airado gesto, con el vestido talar a medio ceñir, calzado el coturno y con el puñal en la diestra, eleva el alma de los mortales por medio del terror; aquí en donde...
AMBROSIO.
– Y van tres aquíes...
RITA.
– ¡Sí!, aquí digo, en donde la docta Clío narra los hechos del pasado para enseñar a los hombres a conducirse en el presente; en donde la elocuente Calíope y la retórica Polinonia pasman el alma de quien las escucha; en donde la enamorada Erato sublima los corazones, elevándolos al cielo en alas del amor; en donde...
AMBROSIO.
– Se acabaron los aquíes y han seguido los endondes.
RITA.
– Pues bien, no te hablaré de Euterpe, que tan bien sabe conmover el espíritu con las deliciosas notas de la música, ni de Tepsícore, que, ligera como una mariposa, sabe hablar con los pies; ni de Urania...
AMBROSIO.
– ¡Gracias a Dios! ¡Ya están las nueve! He llevado la cuenta en los dedos...
RITA.
– ¡Habráse visto cosa como ésta! ¡A ti, hombre del arte, empresario del teatro y todo, te disgusta oír hablar de las Musas!
AMBROSIO.
– Sí, Rita, me disgusta grandemente todo lo que está fuera de su lugar. Precisamente, porque soy el empresario, deseo que no perdamos el tiempo, y comencemos pronto nuestro ensayo; pero tú con tus Talías y Melpómenes...
RITA.
– ¡Sí! Melpómenes y Talía, dije, porque poseo la suficiente flexibilidad
...