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El Arte De La Oratoria


Enviado por   •  9 de Marzo de 2015  •  1.588 Palabras (7 Páginas)  •  159 Visitas

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La clave del éxito para declamar un discurso reside sobre todo en la asunción, interiorización y comprensión del mismo, pues sólo conociendo de qué vamos a hablar podremos enfocar el cómo. Si adecuamos estas premisas al perfil de público que nos escuchará, podremos estructurar con pericia un discurso de éxito.

He aquí un ejemplo de discurso pronunciado en un foro universitario compuesto por profesores, cargos académicos y estudiantes, prestos a iniciar un debate de competición de altura. Un discurso canónico que sigue los patrones de empatía necesarios para gustar al oyente.

Extracto del discurso, con algunas anotaciones de lenguaje no verbal que guían al orador durante su intervención.

“Muchas gracias a todos los presentes y en especial al maestro de ceremonias por tan brillante, a la par que inmerecida, presentación de mi persona.

Estoy muy feliz de estar aquí, queridos amigos, en el acto que resume la voluntad de quienes integráis este digno club, por perpetuar los valores que un día lo edificaron. Valores como talento, excelencia, humildad, unión y liderazgo.

Valores que un día decidí hacer míos en comunión con la gente de principios que me precedieron. Por eso hoy es un gran día para mí, pues vuestra amabilidad y concordia han posibilitado que suba a este estrado a pronunciar las palabras que, sin el magisterio de aquellas personas, nunca podría pronunciar.

Y esas palabras que me piden ustedes que pronuncie tienen que ver con el arte de la oratoria y las bondades del debate público. Y se lo piden a quién ha hecho precisamente de la palabra, la mejor herramienta posible para diseñar su vida. Yo diría… que la única.

Por eso el reto es doble: esta mañana tengo la oportunidad de quedar en ridículo utilizando aquello que hasta ahora me ha servido para lo contrario. Veo que son conscientes de esta maligna paradoja (ademán sonriente).

Hubo un tiempo en el que no existía la televisión, una época en la que la radio era inconcebible y un período en el que no había cintura democrática para admitir la total libertad de prensa. Sin embargo, fueron etapas en los que se forjaron los grandes oradores de ayer y hoy. Demóstenes, Isócrates, Lisias o Pericles en la Grecia filosófica; Cicerón, Séneca, Quintiliano o Catón en la Roma de la res pública, San Agustín, Santo Tomás, el Padre Vitoria o Juan de Mariana entre los escolásticos medievales y modernos o Robespierre, Castelar, Churchill y Obama entre los contemporáneos.

Todos comprendieron y todos asumieron que el crecimiento personal, el éxito profesional, el reconocimiento universal, tiene como punto de partida y destino final la adquisición sabia de competencias en el lenguaje. Ello, sumado a una autoconfianza insuperable, les proporcionó la entrada, con letras de oro, en el gran libro de la Historia.

¿Cuál fue la clave de su éxito, os preguntaréis? ¿Cuál fue el elemento que catapultó su talento a los altares de la gloria? Debéis saber que fue el mismo que os servirá a vosotros para caminar por la senda de la excelencia: el ensayo.

Porque ensayar es, apreciados amigos, la única manera de rozar la perfección en nuestro discurso, arañar la mente de quien nos escucha mientras le persuadimos, penetrar en lo más recóndito de su memoria para decirle ¡quiero hablarte, puedo escucharte… y voy a convencerte!

Y todos aquellos grandes oradores tuvieron sus maestros, todos se miraron en el espejo de un referente, todos necesitaron al principio del lazarillo intelectual que guiara su ceguera. Hagamos también de nosotros el referente en el que se van a mirar los oradores del mañana. Está en vuestra mano.

¡Hacedlo! ¡Y hacedlo desde la humildad, pero asumiendo también que todo orador debe tener también un punto de ego necesario en su elocuencia!

Cicerón llegó a escribir un libro: El orador, en el que retrataba al orador perfecto…. ¡Hablando de sí mismo!

Sólo continuaba el hábito tradicional de su profesión, aquel que sus maestros instauraron en la memoria colectiva (…)

Porque un orador es un notario de la época, el hombre o mujer que dibuja con palabras el cuadro costumbrista de una sociedad, el testaferro de aquellos que pusieron su nombre encima del talento de otros.

Tras pronunciar este exordio, espero que ya se hayan hecho la pregunta (silencio, vista pausada al frente).

¿Por qué?… ¿Por qué?

La pregunta metafísica de siempre adquiere, ahora más que nunca, connotaciones reflexivas cuando abordamos la importancia decisiva de aquello que los clásicos denominaban oratoria y los contemporáneos prefieren llamar simplemente, hablar bien en público.

Quiero compartir con vosotros ese porqué. Esas razones que explican la importancia de la oratoria en cada una de las etapas de la humanidad.

(…)

Cuando el pueblo ateniense quedó a merced de la retórica sin ética de los sofistas de postín, Sócrates y Aristóteles reivindicaron la palabra para alertar a sus conciudadanos de los peligros de la demagogia. Cuando el pueblo de Roma alentaba el triunfo de los traidores, Marco Antonio pidió la palabra para hacer del asesinado César un héroe de la ciudad. Cuando la intolerancia inundó de peligros la moral

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