El Civismo
ari1622258015 de Abril de 2015
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EL CIVISMO: UNA CONSTRUCCIÓN ÉTICO-POLÍTICA
RESUMEN
El civismo del que vamos a tratar aquí supera el sentido de la simple "buena educación", ya que se trata de comprender la formación del concepto de civismo y de ciudadanía desde una perspectiva ética, jurídica y política y trasciende las simples reglas de cortesía y de buenos modales que se han ido generando en cada época histórica y en cada cultura. El concepto de ciudadanía y de civismo que se plantea en este tema profundiza en otra dirección; en la construcción del concepto de ciudadano o ciudadana consciente de sus derechos y deberes, libre, crítico, responsable, participativo y solidario. Todos esos rasgos que definen lo que debe ser hoy el civismo y la ciudadanía se han ido fraguando en la historia occidental de un modo complejo y sinuoso y ese recorrido es preciso conocerlo para saber en qué situación nos encontramos hoy.
Antes de analizar el desarrollo histórico, jurídico, político y filosófico de la ciudadanía, conviene detenerse un poco en el significado actual del status de ciudadano o ciudadana, pues la conquista real de esa condición dista todavía de ser algo definitivamente logrado en un mundo tan convulso como el nuestro. En el mundo actual dominado por la lógica del Mercado a escala planetaria, es necesario precisar mejor la condición de ciudadanía y el significado del civismo para no quedarse con una simple declaración meramente retórica de algo tan complejo y tan dinámico. Si las condiciones reales en las que se despliegan los derechos y las libertades anulan o debilitan el ejercicio real de la libertad humana, habrá que plantearse cómo se puede transformar esa lógica mercantil que tiende a convertir a los ciudadanos y ciudadanas en simples consumidores y en meros objetos de consumo.
1.- LA NOCIÓN DE CIVISMO
El civismo designa un modo de comportamiento basado en actitudes de respeto y tolerancia activa hacia el ejercicio de los derechos y libertades de todos, aunque sean diferentes a nosotros en costumbres, moral o religión; el civismo tiene sentido en el marco del cumplimiento de las leyes en un Estado democrático y de derecho. En un contexto de tiranía, de despotismo o de dictadura el verdadero civismo adquiere la dimensión de la rebeldía cívica y de desobediencia civil. Ser ciudadano no es solamente tener los "buenos modales" que la burguesía preconiza como señal de buena convivencia y de orden social, porque esos buenos modales pueden servir de pretexto para encubrir una serie de injusticias que no interesa a los más poderosos descubrir ni eliminar.
Sin embargo, como bien señala Victoria Camps, tampoco se puede prescindir de la "buena educación" en la sociedad, porque los seres humanos convivimos con los demás en el marco de unas reglas, de unos símbolos, de unas ceremonias protocolarias que son convencionales que tienen un valor social indiscutible, porque "la buena educación es la manera externa de tratar bien a los demás, con delicadeza, de un modo amable y simpático... Son fórmulas inventadas y producidas a lo largo de la historia" [1]
El civismo del que vamos a tratar aquí supera el sentido de la simple "buena educación", ya que se trata de comprender la formación del concepto de civismo y de ciudadanía desde una perspectiva ética, jurídica y política y trasciende las simples reglas de cortesía y de buenos modales que se han ido generando en cada época histórica y en cada cultura. La convivencia exige unas reglas de adaptación mutua que en cada época y cultura son diferentes, como han señalado muy bien los sociólogos y antropólogos; el estudio de Norbert Elias sobre la civilización occidental aclara muy bien cómo los ritos y ceremonias violentas de la Antigüedad se han ido trasvasando, por ejemplo, a las competiciones deportivas de nuestra sociedad global. La convivencia exige indudablemente reglas y fórmulas de convivencia, de civilidad, pero el concepto de ciudadanía y de civismo que se plantea en este tema profundiza en otra dirección; en la construcción del concepto de ciudadano o ciudadana consciente de sus derechos y deberes, libre, crítico, responsable, participativo y solidario. Todos esos rasgos que definen lo que debe ser hoy el civismo y la ciudadanía se han ido fraguando en la historia occidental de un modo complejo y sinuoso y ese recorrido es preciso conocerlo para saber en qué situación nos encontramos hoy.
Vivir es convivir; con este slogan se pretende recordar a todos lo que ya Aristóteles defendía en su "Política"; a saber, que todo hombre es un "animal cívico[2] y que no somos ni superiores a los seres humanos (dioses) ni inferiores a ellos (otros animales cualesquiera) y que además tenemos una herramienta muy importante para organizar la comunidad y la convivencia: el lenguaje. Por el lenguaje podemos buscar mejorar la convivencia y la ciudad porque podemos definir lo que es justo e injusto y lo que es bueno o malo para la comunidad.
2.- EL CONTEXTO ACTUAL DE LA CIUDADANÍA
La sociedad actual tiene una serie de rasgos o características que condicionan de modo evidente todas las estructuras jurídicas, políticas y todos los sistemas de pensamiento religioso, científico y filosófico que se producen en su seno. En el siglo XXI ya no se puede seguir hablando de derechos y libertades individuales sin tener en cuenta el contexto material en el que éstos se desarrollan Por eso, tampoco se puede hablar de lo que significa el civismo sin conocer cuál es el contexto social, económico y político en el que viven las personas y los intereses que están en juego en todo el sistema social y económico en que vivimos.
2.1. La globalización.
Una de las características más importantes y que denota la ambivalencia y las relaciones desiguales en el mundo actual es la globalización. Se trata de un fenómeno que abarca todos los aspectos del modelo de desarrollo del neocapitalismo financiero en que vivimos. El elemento que mejor visualiza este fenómeno es la economía, puesto que la lógica mercantil del actual capitalismo especulativo y financiero impregna todas las estructuras del sistema jurídico, político y económico y lo somete a los dictados de la nueva economía. Junto al elemento económico está también la globalización impuesta por las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación, las denominadas TICs. Esas nuevas tecnologías están, ante todo, al servicio de los flujos económicos mundiales que son promovidos y controlados por las grandes multinacionales de la energía, de la banca, de la informática y de la comunicación. Nada o casi nada se escapa al control de esas grandes empresas transnacionales y todo el sistema político y jurídico mundial de hoy día está profundamente condicionado por las decisiones económicas de ese complejo empresarial que controla los flujos financieros mundializados y las relaciones mercantiles internacionales. La metáfora que mejor ejemplifica este nudo de relaciones estrechas entre el tejido multinacional y el complejo financiero mundial es la de la "sociedad en red"; la red de redes telemáticas que hoy preside todas los intercambios económicos globalizados es Internet. Ella es el símbolo que mejor refleja la globalización económica, cultural y social que domina el mundo actual.
Pero no basta con tener en cuenta el fenómeno de la globalización económica y telemática de nuestra sociedad actual; es necesario también dar cuenta de otros rasgos que caracterizan las sociedades más desarrolladas de nuestro mundo.
2.2. El pluralismo político, moral y religioso
Me refiero al pluralismo de todo tipo, político, cultural, moral y religioso que se da en todas las sociedades desarrolladas y que tiene que ver también con otro fenómeno muy importante en nuestro mundo: la emigración. A lo largo de la historia las sociedades más desarrolladas siempre han acogido en su seno a personas pobres o carentes de recursos que se veían forzadas a huir de sus países de origen en busca de un futuro mejor. Ese ha sido el caso de miles de españoles que en el siglo XX salieron de España fundamentalmente por motivos económicos, pero también por razones políticas en 1939, tras la Guerra Civil española. El hecho de que una sociedad sea plural está en íntima conexión con la mezcla de culturas, morales y religiones que han ido sedimentándose en el transcurso de la historia de una determinada sociedad. Uno de los mejores ejemplos de la mezcla ("melting pot") como símbolo de la construcción de un país, de una nación, es la historia de los Estados Unidos de América. Esta nación se fue gestando gracias a la aportación de pueblos, razas, culturas y tradiciones diferentes desde sus mismos orígenes en 1776 hasta hoy.
El pluralismo cultural, moral y social de la mayoría de las sociedades actuales es un rasgo positivo, ya que permite el mutuo enriquecimiento de las personas y el fomento del respeto y la tolerancia activa hacia "los diferentes"; sin embargo, en la práctica también puede generar conflictos y violencia entre distintos grupos sociales y culturales. Los sistemas políticos que por su configuración tradicionalista, totalitaria o teocrática, no admiten el pluralismo moral y religioso, incitan de un modo u otro a la persecución de los diferentes y no conceden los mismos derechos y libertades a quienes no aceptan la homogeneización ideológica, moral y religiosa que esos gobiernos tratan de imponer a toda la población. Hay numerosos ejemplos en el mundo actual de gobiernos de corte totalitario, que por motivos políticos, religiosos o de ambos campos, no conceden plenos derechos a los disidentes ni a los ciudadanos
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