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El Mercedes de Bill Peach

fabjimTutorial16 de Agosto de 2011

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Eliyahu M Goldratt- La meta.txt

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Concepts:

fábrica, LAMETA, pregunto, GOLDRATT JEFF COX, Eliyahu, botella, cuellos, Bob, productos, entonces, ahora, piezas, Lou, quieres, Jonah.

Summary:

Son las siete y media de la mañana.

Nada más cruzar la verja de entrada, la visión del rutilante Mercedes rojo, aparcado en el sitio reservado para mi coche, me devuelve bruscamente a la realidad, a una realidad ajena al silencio sosegado de la mañana, alejada del ritmo sereno con el que, uno tras otro, se han ido sucediendo mis pensamientos, hasta hace unos segundos.

Es el Mercedes de Bill Peach, lo conozco de sobra.

Pero Bill Peach no es una visita, es el vicepresidente de la división, y, como no sabe distinguir muy bien entre poder y autoridad, pretende acentuar la jerarquía invadiendo con su coche el lugar destinado para el director de la fábrica.

En este estado, y mientras me dirijo a la oficina, las preguntas se me entrecruzan en la cabeza a la vez que voy adquiriendo la certeza de que algo malo tiene que pasar.

Cuatro hombres salen apresuradamente por una de las puertas laterales de la fábrica.

Dempsey me trata de contar no sé qué «serio problema», al mismo tiempo que Martínez grita algo sobre una huelga, mientras el sujeto contratado habla atropelladamente de despotismo en el trato a los trabajadores, y Ray se desgañita diciendo que no pueden terminar un trabajo por falta de material.

El mecánico les va mirando uno a uno y, tras unos segundos de tensión, con el rostro lleno de confusión, les explica que su ayudante y él han tardado una hora y media en preparar aquella máquina para realizar un pedido que todo el mundo parecía necesitar de una forma desesperada y que, ahora, le dicen que lo olvide y vuelva a comenzar la preparación para hacer otra cosa.

Peach ejerce todo el poder de la vicepresidencia e, ignorando al supervisor y al encargado, se encara con el mecánico amenazándole con el despido si no se somete a sus deseos.

Dempsey corre hacia las oficinas mientras yo intento hacerme con la situación aclarando las cosas con Martínez ----el enlace sindical--- y con el operario que es, precisamente, el que ha tenido el problema con Peach.

Les digo que sólo hay un malentendido y un cierto nerviosismo mal expresado y les prometo que no habrá despidos ni suspensiones de sueldo ni nada de nada.

Aunque más calmados, ni Martínez ni el operario parecen satisfechos del todo y llegan a pedir una disculpa de Peach, pretensión que, naturalmente, yo no acepto.

El numerito de aparcar el Mercedes en mi sitio lo repite ahora avasallando mi mesa y mi sillón, que ha tomado como propios, dejando las puertas del despacho bien abiertas para que todos vean quién es en realidad el que manda en la fábrica.

Bill mira su reloj y se levanta mecánicamente, dando por finalizada la conversación.

Eso es todo lo que mi cabeza piensa, perdiendo el control del tiempo.

Decido que es mejor que vaya a ver qué ocurre en la fábrica.

--- Fran, voy a estar un rato en la planta.

---Por cierto, ¿qué hacía el coche del señor Peach en su aparcamiento?

Su sonrisa se hace más abierta, más espontánea, y vuelve a la máquina de escribir.

Desde entonces, no ha querido saber nada de hombres; bueno, casi nada.

Fran me hizo todas esas confidencias al segundo día de estar en la fábrica.

Más allá de las puertas dobles que separan la oficina de la fábrica, el mundo se transforma bajo la luz cálida y anaranjada de las luces de diodo que cuelgan del armazón del techo.

Bob no es precisamente un individuo agraciado.

Se levanta apoyando las manos en la cintura.

Pues no hay nada que comer, porque pensé que íbamos a salir.

Resulta penoso ver la inmensa torre, levantada en su día como prueba del nuevo empuje que empezaba, entonces, a llegar a la ciudad.

Y lo peor de todo es que esto parece no tener fin.

Todas las mañanas paso por delante de una fábrica que cerró, parece ser que por un conflicto con el sindicato.

Yo entré en esa fábrica una vez, recién llegado a mi puesto, hace ahora seis meses, porque, ¡lo que son las cosas!, entonces yo soñaba con ampliar nuestras instalaciones.

De los dos mil obreros que fueron al paro, muchos estarán todavía a verlas venir.

Dicen que los propietarios levantaron un nuevo edificio al sur, en otro lugar, y, se dice también, han negociado con el sindicato un plazo de cinco años de bajos salarios y paz social.

Donovan, el bueno del jefe de producción, parece un gorila frenético cuando regreso a la fábrica.

Con todo lo que ha corrido hoy de arriba abajo habrá reducido al menos dos kilos de la inmensa mole que tiene por cuerpo.

Mientras camino hacia la máquina de marras por un pasillo, observo cómo apoya, nervioso, un pie y luego otro, sobre el suelo.

De repente inicia una patética carrera por el pasillo, se ve que para dar alguna orden, y la interrumpe, para comprobar no sé qué.

No sé por dónde vamos a salir con los gastos, pero este pedido lo enviamos esta misma noche, pase lo que pase.

estrechas y tortuosas, donde los coches aparcados apenas nos dejan paso, conseguimos terminar frente al bar de Sednick.

No, un momento, te vamos a ahorrar unos cuantos viajes, que sean cuatro.

Así que ésta ha sido la forma en que hemos superado la crisis de hoy.

De no ser así, Peach no me habría elegido a mí.

Pero lo que yo tengo, me lo he conseguido a base de esfuerzo.

Por desgracia, no es que esté cariñosa, sino que se ha estirado para alcanzar el despertador que está sobre la mesilla de noche.

Poco después oigo cómo su respiración se vuelve nuevamente regular, se ha dormido.

Unos cuarenta y cinco minutos después salgo con el Buick del garaje.

A veces me pongo furioso al pensar que las prisas diarias, las que, supongo, sufre la mayoría de la gente, me impiden tener tiempo para saborear todos esos milagros cotidianos que se producen a mi alrededor.

Debemos asistir todos los que tenemos trato personal con él, con-i retamente, su equipo staff y los directores de fábrica.

Supongo que ésa es la razón de convocarnos a las ocho en punto, con las cuentas preparadas.

Esa fue la respuesta que dio a un director que intentó vender a Peach la idea de montar un gimnasio para los empleados, en donde pudieran ponerse en forma.

El administrador del hotel logró dar con nosotros una hora después; para entonces el auditorio había aumentado tanto que tuvimos que abandonar la cabina del ascensor y trasladarnos a la azotea, desde donde ofrecíamos nuestro arte a la ciudad entera...

Miro a los demás, a mi alrededor.

Está sentado al lado de una lámpara, leyendo, con el libro en una mano y el puro en la otra.

Cuando me dispongo a sentarme, caigo en la cuenta de que le conozco de algo.

Una camarera me pregunta que qué quiero tomar.

Encargo un whisky con soda e invito a Jonah a que tome también algo.

Da una chupada a su puro, mientras yo continúo hablando, cosa para la que no necesito que me animen mucho.

Yo voy porque mi fábrica tiene una gran experiencia err robots.

«Robótica: la solución de los ochenta para la crisis productiva americana...» Un grupo de usuarios ---añado--- y expertos, analiza el inminente impacto de los robots en la industria americana.

Ojalá fuese así de fácil, pero es algo más complicado que eso; en realidad sólo fue en una sección don de conseguimos el incremento del treinta y seis por ciento.

¿Ha sido su fábrica capaz de terminar un solo producto más al día, por el mero hecho y consecuencia de los cambios producidos con la instalación de los robots?

Si es eso lo que desea saber, le diré que a nadie; tenemos un acuerdo con el sindicato de no despedir a ningún trabajador por razones de aumento de la productividad, así es que lo único que hacemos es que los reciclamos.

Por supuesto que cuando se produce una caída en las ventas ponemos a gente en la calle.

Y si su compañía tampoco ha logrado vender más, lo que es obvio por que no ha conseguido servir más pedidos, entonces no puede usted decirme que esos robots hayan aumentado la productividad de su planta.

Permítame decirle que para seguir siendo competitivo hoy en día hay que aumentar como sea los rendimientos y disminuir los costes.

Me mira a los ojos, directamente, sin contemplaciones.

Me levanto y recojo mi abrigo y mi cartera.

Durante unos instantes, allí en el aeropuerto O'Hare, de Chicago, intenté pensar sobre lo que había dicho Jonah.

Debe estar más cerca de la realidad de lo que suponía porque, mientras yo miro la cara de los asistentes a la reunión, siento la extraña corazonada de que nadie sabe realmente lo que lleva entre manos.

Ninguno de los asistentes

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