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El fenómeno de la conciencia

Bernardo CruzEnsayo10 de Marzo de 2017

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El  fenómeno  de  la conciencia,  en  cuanto fenómeno,  es  incontrovertible. Lo discutible,  lo perennemente discutible, es la conciencia misma; es decir,  la explicación y lectura del fenómeno en  cuestión. Incluso no  falta  quien ha me­ nospreciado descaradamente la conciencia. Así Nietzsche, en  1882, publicaba en La Gaya Ciencia

La conciencia es  la  última y más tardía evolución de la  vida  or­ gánica y, en consencuencia, es lo menos logrado y lo más frágil de  ]a evolución".

Aun  suponiendo con Nietzsche que  el hecho de la  conciencia constituya una degeneración y un menoscabo en el seno del  proceso evolutivo, lo  ines­ quivable es  que  la conciencia está  ahí  y no  parece que vaya  a  eclipsarse en breve. Ya no resulta nada fácil volver al  monte y sumergirse en  la  beatitud zoológica.Lo urgente y precipuo es averiguar qué dependencias se establecen

=en caso  de que  las haya­ entre cultura y conciencia; y esto no porque sí, sino con ánimo de escrutar si naturaleza y cultura forman un  continuum o bien  si entre la una y la otra aparece una fractura o quebranto.  El hombre es natura­

leza ­encéfalo­, cultura ­habla­ y conciencia ­vete a saber qué­.  ¿Cómo se re­

lacionan  estos tres pilares?,  las  respuestas resultan  fundamentales  para la

educación, ya que  son fundamentantes de la misma y también son esenciales para delimitar el discurso filosófico sobre la  educación. Procedamos con so­ siego.

El ser y el tiempo  de Heidegger,  La  situación espiritual de  nuestra  época

­segunda parte­ de  Jaspers, y El existencialismo es  un humanismo de  Sartre forman tres muestras  de  un  análisis fenomenológico que concibe al hombre, no como un ser, sino como un poder­ser. El hombre no está jamás hecho ­a lo sumo queda brutalmente "per­fecto" cuando fallece­.  El ser humano es mori­ turus  ­"el­que­tiene­que­morir"­y cuando le alcanza la muerte empírica deja de  ser moriturus ­que es lo suyo­ para mudarse en cadáver;  es decir,  en algo que ya no  puede morirse ­cosa que  no  le cuadra­.  Si  únicamente fuera mortalis -mortal-,  el finamiento constituiría la perfección o acabamiento huma- no, pero no es así porque el hombre es moriturus en contra del perro que es precisamente mortalis. El ser que consiste  en "tener-que-morirse"  es tal por- que su muerte no está prefabricada como la de la paloma torcaz; su óbito es suyo, le pertenece  dada su constitución de consciente.  El hombre  se encami- na a la muerte construyéndose la vida biográfica desde la conciencia. Sin és- ta,  aparece impensable la estructura del moriturusLa característica  fundamental  de la conciencia consiste en ser descompresión  del ser.  En efecto, resulta imposible definirla como coincidencia consigo misma.

La conciencia es distancia con respecto a aquello de lo que se tiene con- ciencia. Cuando  me doy cuenta de que veo mis dedos  escribiendo, el me doy cuenta  estriba, al pronto,  en no-ser "veo mis dedos  escribiendo";  es nada,  pre- cisamente, de esto;  es nada de. El acto de conciencia es un mirar lo mirado, y por tanto,  no serlo.  La conciencia subsiste como intersticio, hendedura, res- quicio,  alejamiento, disparidad,  discrepancia, separación.  El día en que un pedazo de naturaleza dijo la naturaleza  aconteció algo insólito. Lo de menos, para  el filósofo, es la cronología  de este  primer decir  consciente;  lo grave para  él es el acontecimiento.  Decir la naturaleza,  apercibirse de ella, es no serla.  La  conciencia de la naturaleza  es, para comenzar, nada de naturaleza.  La conciencia se nos convierte en extravagancia y excentricidad con respecto a lo natural y compacto. No sólo esto;  la conciencia puede ser también concien- cia  de los productos  culturales, no coincidiendo jamás  con ellos. La concien- cia anda siempre sola;  es huérfana de nacimiento, es retraída,  incomunicada, recoleta y hasta huraña

No hay color azul sin ojo  que lo contemple;  tampoco tiene sentido referir- se a objetos de la naturaleza y a objetos  de la cultura sin una conciencia orga- nizadora.  ¿Qué son los valores de la cultura griega o de la cultura cristiana  o de la cultura  marxista  sin relación a una conciencia que los valore? Tener conciencia de algo, e.g.  de la materia física -de un átomo- o de la materia so- cial -de la lucha de clases-, es conferir sentido a dicho algo; hasta el extremo parece  esto  así que podría definirse la conciencia como el órgano del sentido, como la capacidad de hermeneútica  o  interpretación.  La conciencia  se nos transforma en protofenómeno en vez de ser un vulgar epifenómeno.

La conciencia acompaña  nuestras  representaciones  y las unifica. Tener conciencia,  no sólo es tener conciencia de mi vida, mas también tener con- ciencia de mí mismo.  La conciencia  ¿es  homogénea con respecto al ser del cual es conciencia?: he aquí una pregunta inesquivable y  al  propio tiempo ca- rente de respuesta  segura  y definitiva.  La descripción  fenomenológica que hemos iniciado conduce sin embargo a la heterogeneidad.

La heterogeneidad  radical entre ser y  conciencia forma  un dualismo irre- ductible. La historia  de la filosofía ofrece muchos pensadores  inscritos en esta concepción metafísica. En nuestro tiempo,  Sartre y Laing son dos representantes de  tal  ontología. Pero, no  todos han optado por tan  intransigente heterogeneidad. Los  materialistas niegan la  irreductibilidad de  la conciencia presentándola como un fenómeno totalmente reducible a bioquímica del  ce- rebro. Marx y Engels entienden por conciencia los contenidos representativos de la misma perdiendo de  esta guisa a la conciencia misma. No  pocos psicó- logos la reducen a fisiología.  Watson negó la existencia de  la conciencia por- que  no se la podía mostrar en una probeta.  Los bebavioristas han proseguido en esta dirección.

No han faltado  filósofos como Leibniz por ejemplo que  han admitido algo

que parece,  por otra parte,  una evidencia:  no  todas las  representaciones  de los  hombres son  conscientes, aunque esto no  implica que  no puedan serlo. Freud, en  nuestro siglo,  ha ido más lejos, sosteniendo que  existen representa- ciones que  nunca alcanzarán el nivel  de  la conciencia. Y no  sólo  esto;  Freud ha afirmado que la conciencia  no es más que un epifenómeno del  inconscien- te al ponerse,  éste, en contacto con el mundo exterior. Cuando se utiliza el término conciencia conviene  distinguir dos posibles intelecciones del mismo: una cosa es la conciencia. concienciada y otra harto diferente  la conciencia concienciante,  La primera  se refiere a  los  contenidos de conciencia, supongamos  a los sueños tenidos la noche anterior y que un psicoanalista puede estudiar o a  los dogmas creídos por un fiel y que un mar- xista somete a sus esquemas interpretadores.

La conciencia concienciante, en cambio,  es el  mismo acto que engendra,  o descubre -no  interesa  ahora precisarlo-,  contenidos de conciencia.  Tal con-

ciencia escapó a Marx y a Freud, por ejemplo,  quienes se detuvieron  única-

mente en la  primera modalidad,  desentendiéndose de la segunda,  única a la que  se presta  atención  en el presente  trabajo.  Nos despreocupamos  de la "conciencia-objeto" con ánimo de considerar  las posibilidades de la  "concien- cia-sujeto".

La fenomenología de Husserl con sus corrientes derivadas -el existencia- lismo y el personalismo- ha reflexionado en torno a la "conciencia-concien- ciante" y actuando  así ha disminuido el  influjo casi total del positivismo y de sus modelos en las  ciencias sociales e incluso naturales.  En Crisis de  las cien- cias europeas -obra inacabada-,  Husserl cuestiona las bases del criterio de cientificidad positivista proponiendo el modelo fenomenológico, el  cual reva- loriza  la  conciencia.  Husserl  ataca el  naturalismo,  el psicologismo y el histo- ricismo,  sobre todo en ldeas-Ll, replanteando la noción de objetividad  en con- tra de la universalización del criterio científico de la  física.  La causalidad  rige la esfera de la naturaleza, dirá, mientras la intencionalidad constituye la base para la comprensión de los productos humanos.

Goethe había intuido el valor de la intencionalidad de la  conciencia cuan- do escribió:

"El hombre de acción carece de conciencia; ésta sólo se da en el contemplativo"

Ahora  bien;   es  Husserl,   en  las  Meditaciones cartesianas publicadas  en

1929,  quien ha desarrollado  el concepto de intencionalidad  de la conciencia. El siguiente texto resume perfectamente su pensamiento.

La palabra intencionalidad no significa otra cosa que la  particu- laridad que tiene la  conciencia de ser conciencia de algo, de llevar en sí misma, en su cualidad de cágito , a su cogitatum

Existan,  o no,  las  cosas  captadas por un  estado de  conciencia,  ésta  es  in- defectiblemente conciencia de alguna cosa. No hay cágito  sin cogitatum.

Resulta posible elaborar un  modelo de cuanto hay a base de distinguir dos bloques, uno objetivo -naturaleza más cultura- y otro subjetivo -conciencia-. Lo  que  no  parece sensato es  confundir la cultura -mundo de cosas históri- cas- con  fa conciencia -instancia de la negación de cosas

La  conciencia -la constituyente- coincide con  la libertad. Quien es  cons- ciente de las leyes  y de los valores,  queda libre ante  unos y otros,  como míni- mo  en cuanto consciente;  quedan intactos, sin embargo, los condicionamien- tos  psíquicos y sociales.  Aquel  que  nunca vive de la conciencia pasa a ser un robot por los  cuatro lados aunque evidentemente sea  cuestión de  circuitos neuronales. La conciencia, en cambio, es espontaneidad, iniciativa, creación. Tales  dinamismos existen si,  y sólo  si,  la  conciencia es dispar cara a la  natu- raleza y a la cultura. Con  fuerza, habitual en él, Jean Paul  Sartre presenta el oficio  de la "conciencia-libertad". Sostiene en Critica de la razón  dialéctica.

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