El ranchito de papá

El ranchito de papá

Andrés Camilo Pascuas Cuastumal

Martes 15/10/2019 10:35 am

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Recuerdo a papá sentado en su mecedora. Sus ojos brillantes, su brusco bigote, su cabello largo, su ceño fruñido. Mi petición: un cuento para dormir, aunque casi tengo doce. Su relato, nuestra historia.

Tras desastrosos acontecimientos y pérdidas familiares por causa de la violencia, mi papá buscó un techo para su familia. Sin plata, sin trabajo e influenciado por mi abuela, decidió invadir un terreno en el mismo asentamiento.

Un lugar peligroso. Surorientales. Rodeado de montañas y algunas quebradas. Sus calles: espacio de nadie y de todos. Poblado por gente desplazada o invasores. Gente sin casa en busca de lotes, con la esperanza de construir algo que permita subsistir. Aquellos que no tienen nada y buscan algo. Sólo perduran los que se sobreponen a los débiles.

En el inhabitable lugar, decidió construir un ranchito de tablas y algunas tejas, sin ningún acceso más que unas escaleras.

Allí vivir era nostálgico. Mis padres, como compusieron los maestros Garzón y Collazos, "Se miran, se besan, se arrullan, se abrazan, y al mundo le dan: ejemplo de amor."

Mi hermano y yo jugábamos en cada rincón, cualquier pasillo era inmenso, todo era alegría, todo era felicidad y también, todo se hacía nada.

Los vecinos se adueñaban de todo: la ropa, vajilla, electrodomésticos, tablas, tejas; pero esperaban a que la ropa y platos estuvieran lavados, las cosas limpias, las tablas y tejas en buen estado.

Todo tenía un gran costo y se perdía con gran facilidad. Mi papá buscó soluciones, pero, el contexto no permita que sean civilizadas.

Lo pilló infraganti y se lanzó sobre él...Mi mamá nos abrazó... la recuerdo llorando. El sonido de un arma afilada blanqueó el rostro de mi hermano. Las cosas se salieron de control.

Todos dicen que la sangre es escandalosa, más cuando no se sabe de quién es. Pero todo tiene fin. Aquel intruso, terminó en el piso. Mi papá, maestro de obra por años, de brazos robustos y vigoroso semblante, golpeó tan fuerte al sujeto, que sólo quedó por decir con tono burlesco: dulces sueños.

Pensamos que estas personas aprenderían a respetar, pero las notas amenazantes y los insaciables atentados nos obligaron a irnos.

Aún se mantiene, indeleble en nuestras mentes, el aterrador suceso que nos demostró la validez de las palabras del gran Gandhi: la victoria, obtenida con violencia, es equivalente a la derrota, pues es momentánea.

En el sector sur-oriental de la ciudad de Neiva, la población ha ido conformando dieciséis barrios de invasión. En la actualidad, diez ya se han consolidado y seis, siguen siendo asentamientos subnormales con las características de pobreza y marginalidad propias

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