Ensayo Empleabilidad
alavarop21 de Noviembre de 2011
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ASPECTOS SOCIALES DE LAS GUERRAS CIVILIS EN COLOMBIA
Decir que el conflicto interno que sufre Colombia es el más antiguo de América y uno de los más viejos del mundo, es descubrir el Mediterráneo; también lo es, afirmar que se trata de una confrontación que hunde sus raíces en la alborada republicana, encadenada en una sucesión infinita de guerras hasta llegar a nuestros días, que en los últimos cuatro decenios ha adquirido una dimensión altamente compleja, difícil de entender y por ello de superar.
Sin embargo, hay que decirlo porque no obstante ser un conflicto centenario, durante mucho tiempo permaneció en un mar de olvido, inclusive en Colombia. Se trata de una guerra que por años pasó inadvertida para las elites gobernantes y los sectores urbanos nacionales, y que no se sabe exactamente cuándo empezó, como lo plantea Antonio Caballero . Hasta hace poco, para los franjas urbanas, en especial de las capas altas y medias de la población, el conflicto fue algo alejado de su realidad, vivido 'en la montañas de Colombia', y, por cuenta de los avances tecnológicos, sentían más cerca otras refriegas bélicas.
Esta reyerta, cualquiera sea su nombre: "violencia", "guerra civil no declarada", "conflicto armado interno", antes nunca representó un escollo para la economía, ni planteó serios problemas de gobernabilidad al Estado; la economía siempre creció por encima de la media latinoamericana y el régimen político gozó de fama de ser una de las democracias más estables de América Latina, pese a que, por largos años, casi cuarenta, Colombia vivió bajo Estado de Sitio, figura consagrada en la Constitución de 1886 para enfrentar guerras exteriores o conmociones internas, con suspensión de derechos políticos y garantías civiles. Ésta fue, quizá, la razón para que a muchos observadores internacionales les resultara indescifrable Colombia, y la definieran como un país de paradojas en donde se hablaba de guerra, pero ella no se sentía. Los turistas no salían del desconcierto al encontrar un país con una vida cotidiana normal, una sociedad alegre y optimista, cuya más grave objeción podría ser la ancestral inseguridad de su capital. Durante años el conflicto, o como quiera llamársele, fue una parte más del 'paisaje', y permaneció casi invisible e inaudible para millones de colombianos y para el mundo entero.
Intentaré contestar el interrogante que subyace en esta primera digresión. ¿Por qué, a pesar de ser un conflicto antiguo, permaneció olvidado por las elites gobernantes y vastos sectores nacionales, y dentro de la carpeta de los conflictos desdeñados del mundo?
Hay un testigo histórico, y de excepción, que puede ayudarnos a entender este hecho y es Manuel Marulanda Vélez , jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC-EP, quien dice, lo siguiente: " Ya son muchos los años que llevamos gateando en esta lucha... Pero yo creo que hemos tenido un enemigo, el peor de todos los enemigos. ¿Saben cuál ha sido? Hablo del aislamiento de esta lucha, que es peor que aguantar hambre por una semana seguida. Entre ustedes los de la ciudad y nosotros que hemos estado enmontados, hay de por medio una gran montaña. Las voces de ustedes, las voces de nosotros no se escuchan, pocas veces se hablan. No es una distancia de tierras y de ríos, de obstáculos naturales, no es la montaña atravesada. De nosotros es poco lo que se sabe entre ustedes, de ustedes es poca la historia que conocemos por aquí."
El testimonio de Marulanda muestra algo que es clave para terminar esta conflagración, me refiero al déficit de diálogo social que ha existido entre la Colombia urbana y la Colombia rural, entre las elites gobernantes y la ciudadanía, entre el país formal y el país real; consecuencia, en parte, de un arquetipo institucional que ha excluido de la política y de la economía a vastos conglomerados humanos, que nos ha legado una sociedad sin sólidos referentes de identidad en los que pueda reconocerse, profundamente fragmentada, con una cultura en la que predominan la desconfianza y el individualismo, pero además, absurdamente incapaz de concebir y alcanzar propósitos nacionales.
Esa falta de diálogo, esa falta de escucha, ha dificultado la comprensión del conflicto y sus raíces. Esta ha sido una de las razones para que la guerra permaneciera olvidada, sin constituir una prioridad para la Nación ni para las elites gobernantes, y explica porque, desde que se volvió importante, se ha pensado más en cómo terminarla que en cómo superar sus causas. El ex presidente liberal López Michelsen (1974-1978), por ejemplo, ha recomendado persistentemente derrotar primero a la guerrilla y dialogar después; y el líder conservador Gilberto Alzate Avendaño, clamaba en la década del 50, que lo importante no era la paz sino la victoria, y ahora, en las primeras horas del siglo XXI un pre candidato presidencial nos ofrece la fórmula mágica de un millón de milicianos y no la de las reformas. Esta es una equivocación irrepetible. La terminación de la guerra es fundamental, es una condición necesaria para la paz y la reconstrucción nacional, pero no suficiente para superar la violencia y las desigualdades, como lo demuestran las experiencias de paz en Centroamérica , en donde se terminó la guerra, pero la criminalidad, la violencia y el atraso se han perpetuado a niveles moralmente inaceptables.
No hablo de transformar a Colombia en un país modelo, justo y equitativo, como requisito previo para la paz, porque eso es imposible, sino de la necesidad de construir un escenario democrático seguro que permita corregir injusticias centenarias, desactivar las causas objetivas y subjetivas, internas y externas, de la violencia, mediante reformas estructurales de naturaleza política, económica y social.
El conflicto permaneció olvidado porque durante muchos años los gobiernos colombianos se negaron a reconocer que existía. Sólo cuando éste se hizo inocultable, a finales de la década del 70 y comienzos del 80, en parte por acciones de propaganda armada, como el robo de armas al Cantón Norte, la toma de la embajada de la República Dominicana, sucesión de hechos que tuvo su punto más alto de inflexión con el asalto al Palacio de Justicia, se hizo imposible seguir disfrazando una grave y profunda crisis política en Colombia. Fue el presidente Belisario Betancur quién dio los primeros pasos para reconocer la existencia de un endémico conflicto producto de causas objetivas, y abrir un proceso de paz con las guerrillas.
Un conflicto atípico.
Las anteriores razones, y otras que omito por cuestiones de espacio, hicieron que el conflicto estuviese en el olvido internacional, pero su atipicidad también contribuyó a la incomprensión por parte de los gobiernos y de la opinión pública mundial. El caso colombiano tiene una naturaleza singular frente a la treintena de conflictos armados del planeta. No es una guerra de liberación nacional como fue la de Argelia contra Francia; Colombia no es un país ocupado; así el vocablo liberación lo usen algunas organizaciones rebeldes no hay a quien expulsar. Tampoco es una guerra separatista como la que se libra en Chechenia o la planteada por el Frente Polisario en nombre del pueblo saharaui; no tiene raíces religiosas como el conflicto de Irlanda del Norte, o étnicas, como la cuestión kurda con Turquía e Irak, ni existe una nación que reclama el derecho a ser estado pleno, pongamos por caso, la causa palestina. Esta circunstancia es, sin duda, un factor que pesa a la hora de analizar la crisis colombiana y que aún confunde a dirigentes y gobiernos, lo cual puede hacer más compleja y difícil la situación.
Un conflicto prolongado e influido internacionalmente.
Una de las tesis que quiero sostener es la de que por tratarse de un conflicto prolongado, éste ha sufrido la influencia de los cambios internacionales. Ciertamente, los expertos nos han enseñado que un conflicto no es una situación estática e inmutable, sino un proceso dinámico . Se trata de una confrontación que, en su expresión actual, emergió en el contexto de la Guerra Fría, luego de que se transformaran en guerrillas comunistas algunos reductos de la violencia liberal y conservadora que se libró entre 1948 y 1957, y que culminó con el Frente Nacional pactado en España entre los jefes de los partidos tradicionales. Fuerzas rurales que recibieron la incorporación de sectores urbanos, obreros y estudiantiles, básicamente, alentados por el triunfo de la Revolución Cubana, y que vieron en el comunismo una fase histórica inevitable en la cual se redimiría a los desheredados. Durante ese período la confrontación fue explicada por los gobiernos como producto del comunismo internacional, a este agente se adjudicó la razón de ser, y lo asumieron apelando a formas brutales de represión, golpeando clases populares, lo cual engendró un profundo resentimiento contra el Estado y las fuerzas de seguridad, y minó su precaria legitimidad. Los militares eran entrenados en la Escuela de las Américas bajo la inspiración de la doctrina de la Seguridad Nacional y les correspondía el trabajo sucio.
La influencia del fin de la Guerra Fría.
Pero al terminar la Guerra Fría la amenaza comunista desapareció, el discurso de los derechos humanos cobró vigencia, el neoliberalismo se impuso, la geoeconomía desplazó a la geopolítica, y consecuencia de
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