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Ensayo La Pradera

gpson21 de Agosto de 2013

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Ya en el comienzo del cuento, con el primer enunciado, “George, me gustaría que mirases el

cuarto de los niños”, notamos una cierta preocupación por parte de Lydia, un indicio de interés en cuanto a lo que está ocurriendo. Luego, cuando la misma Lydia le propone a George que mire el cuarto de jugar de los niños o que llame a un psiquiatra, nos percatamos de que el problema no es pequeño e insignificante, sino, por el contrario, suficientemente grave como para que la familia necesite la ayuda de un profesional.

Desde el principio de la historia, vemos que Lydia nota ciertos cambios en el cuarto de jugar de sus hijos (cuarto que medía doce metros de ancho, por doce de largo, por diez de alto, tamaño que simbólica o bien, metafóricamente, podríamos equiparar al amor que tanto Lydia como George sienten por sus hijos, amor por el cual decidieron comprar la casa de la “vida feliz”, que incluía dicho cuarto de juegos: “en todas las casas tendría que haber un cuarto semejante” decía el señor Hadley).

Notamos en Lydia la desesperación de cualquier madre ante un problema que tenga que ver con sus hijos, la preocupación, los nervios, la ansiedad presente en ese intento por encontrar cuanto antes una solución eficaz al problema. Arbitrariamente, George comienza mostrándose indiferente al inconveniente, tal vez un tanto insensible, o quizás, en realidad, solo intenta ocultar su verdadera intranquilidad interior.

Ya en el cuarto de juegos, “George Hadley sintió que unas gotas de sudor le corrían por la cara. -Alejémonos de este sol-dijo-. Es demasiado real, quizá. Pero no veo nada malo.” A pesar de que George no ve nada malo en el cuarto, es aquí, en este momento del cuento donde se produce un primer “roce” o contacto entre la ficción y la realidad, dentro de la ficción, es decir: dentro de la ficción de la historia, podemos distinguir una ficción (como las proyecciones que se crean en las paredes) y una realidad (por ejemplo, que el señor y la señora Hadley fueron al cuarto de juegos porque Lydia manifestó cierta preocupación); pero George siente que unas gotas de sudor corren por su cara, y dicho sudor (real dentro de la ficción) ha sido producido por el sol ardiente que ha sido proyectado en el cuarto (ficción dentro de la ficción), entonces, es necesario detenernos un segundo y cuestionar lo siguiente: ¿es posible que algo ficticio sea capaz de causar algo real?...

El cuarto de jugar de los niños es capaz de reproducir olores, colores, sonidos, texturas, sabores… En definitiva, es capaz de reproducir todo lo que el ser humano es capaz de captar, todo lo que el ser humano tiene la facultad de conocer a través de sus sentidos.

George y Lydia vieron buitres, que son símbolo de muerte, y, a lo lejos, a los leones, que acababan de comer e iban en busca de agua.

¿Qué aparece en nuestras mentes si pensamos en leones? Claramente, al pensar en leones, pensamos en violencia, en salvajismo, en peligro, en muerte. Entonces, recordemos que el cuarto proyecta lo que los niños piensan, y reflexionemos: ¿es esperable que haya en la mente de dos niños pequeños semejante imagen de muerte y violencia? Seguramente no. Evidentemente, es posible que los niños sean “víctimas” de cierto trastorno.

Mientras que “George parecía divertido” y volvía a admirar el genio mecánico que había concebido este cuarto, Lydia se sentía aterrorizada frente al rápido acercamiento de los leones, por lo tanto los “estados interiores” de estos dos personajes son, al menos por ahora, totalmente opuestos. Esta antítesis entre ellos vuelve a percibirse en el momento luego del que el señor Hadley cierra la puerta ruidosamente, cuando, mientras George se r1ió, Lydia se echó a llorar.

Aquí, George se muestra totalmente sereno, y afirma que los leones no eran en realidad leones, sino simplemente una película suprasensible en tres dimensiones, exponiendo una explicación racional y convincente según la cual, ellos tienen control sobre el cuarto. El padre sigue sin percibir el problema, siendo indiferente a cualquier tipo de complicación que aquel tecnológico cuarto de juegos pudiera provocar.

Lydia continuaba asustada, las proyecciones en el cuarto eran demasiado reales para ser simplemente proyecciones; entonces, propuso cerrar el cuarto por al menos unos días y afirmó que era la única solución. George respondió, y cerró desanimadamente la puerta.

Luego, al plantearse la idea de cerrar la casa por un tiempo e irse de vacaciones, se produce una serie de preguntas y respuestas de la que podemos sacar diversas conclusiones.

“-Pero qué te ocurre, ¿quieres freírme tú misma unos huevos?

Lydia asintió con un movimiento de cabeza.

-¿Y barrer la casa?

-Sí, sí.

-Pero yo creí que habíamos comprado esta casa para no hacer nada.

-Eso es, exactamente. Nada es mío aquí. Esta casa es una esposa una madre y una niñera. ¿Puedo competir con unos leones? ¿Puedo bañar a los niños con la misma rapidez y eficacia que la bañera automática? No puedo. Y no se trata sólo de mí. También de ti. Desde hace un tiempo estás terriblemente nervioso. Parece como si no supieras qué hacer cuando estás en casa. Fumas un poco más cada mañana, y bebes un poco más cada tarde, y necesitas más sedantes cada noche. Comienzas, tú también a sentirte inútil.

-¿Te parece?

George pensó un momento, tratando de ver dentro de sí mismo.

-¡Oh, George!-Lydia miró por encima del hombro de su marido, la puerta del cuarto-Esos leones no pueden salir de ahí, ¿no es cierto?

George miró y vio que la puerta se estremecía, como si algo la hubiese golpeado desde dentro.

-Claro que no -dijo George.”

En este fragmento se hace explícito el interior de Lydia, cómo se siente, cuál es su lugar dentro de la familia, su función y su malestar interno…

Todos, si se nos pide definir la función de una madre dentro de una familia, responderíamos aproximadamente de forma similar.

Una madre cuida a sus hijos por sobre todas las cosas, los ama, les expresa a diario el cariño que siente hacia ellos, los educa, les enseña valores; en definitiva, es su primer referente en la vida. Sin embargo si prestamos atención al papel de Lydia dentro de la familia Hadley, nos encontramos que no es más ni menos que una simple integrante más, que, al igual que el resto, no tiene ningún deber aparente, ni obligaciones, ni tareas que realizar. Y ella es conciente de esto, siente que ha perdido su función en aquella casa, que la había sustituido completamente. La casa de la “vida feliz” realizaba todas las tareas que en una familia normal debería realizar la madre.

Incluso, la familia estaba tan adaptada a que el genio mecánico hiciera todo, que la idea de que Lydia tuviera que freír unos huevos y barrer la casa, sonaba sumamente extraño, cosa que en una familia común y corriente, es totalmente normal.

Lydia se siente poco capaz, inútil e insignificante en comparación con lo que la tecnológica vivienda era capaz de hacer. Dicha vivienda cumplía con el papel de esposa, madre y niñera, entonces el papel de Lydia como madre queda totalmente desdibujado, a tal punto que, en realidad, pareciera que la propia casa es la “mamá” de sus hijos.

Lydia notaba a George terriblemente nervioso desde hacía un tiempo, como si no supiera qué hacer cuando estaba en su casa: fumaba más, bebía más, y necesitaba más sedantes cada noche. ¿Será que en realidad la indiferencia de George ante el problema era una simple apariencia? ¿Será que en su interior la preocupación era igual, o incluso mayor a la de su esposa?...

Mientras comían, George comenzaba a reflexionar, y a darse cuenta de que evidentemente sus hijos estaban abusando un poco de África.

“Ese sol. Aún lo sentía en el cuello como una garra caliente. Y los leones. Y el olor de la sangre. Era notable, de veras. Las paredes recogían las emanaciones telepáticas de los niños y creaban lo necesario para satisfacer todos los deseos. Los niños pensaban en leones y aparecían leones. Los niños pensaban en cebras, y aparecían cebras. En el sol, y había sol. En jirafas, y había jirafas. En la muerte, y había muerte.”

George comienza a dudar, recuerda aquel sol ardiente y parece sentirlo, era demasiado real. Luego, si las paredes recogían las emanaciones telepáticas de los niños y creaban lo necesario para satisfacer todos los deseos, entonces, los niños habían pensado en muerte, cosa que no es esperable en niños pequeños.

“¿Adónde vas?-preguntó Lydia.

George no contestó. Dejó, preocupado, que las luces se encendieran ante él, que se apagaran detrás, y se dirigió lentamente hacia el cuarto de los niños. Escuchó con el oído pegado a la puerta. A lo lejos rugió un león. Hizo girar la llave y abrió la puerta. No había entrado aún cuando escuchó un grito lejano. Los leones rugieron otra vez.

George entró en África. Cuantas veces en este último año se había encontrado, al abrir la puerta, en el país de las Maravillas con Alicia, o con Aladino y su lámpara maravillosa. Pero ahora…esta África amarilla y calurosa, este horno alimentado con crímenes. La figura solitaria de George Hadley se abrió paso entre los pastos salvajes. Los leones, inclinados sobre sus presas, alzaron la cabeza y miraron a George. La ilusión tenía un único fallo: la puerta abierta y su mujer que cenaba abstraída más allá del vestíbulo oscuro, como dentro de un cuadro.

-Váyanse-les

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