Estado, Empresas Y Crédito En La Argentina. Los Orígenes Del Banco Nacional De Desarrollo, 1967-1973
tlalanne28 de Octubre de 2013
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La experiencia de lo común y el paso de prosa
Con paso de prosa no quiero simplemente nombrar la ausencia del corte del verso en De este lado del mediterráneo, las repeticiones y ecolalias que extienden el verso en Los no, el encabalgamiento marcado que le imprime un paso de prosa a La casa grande, los restos de frases cristalizadas del habla común que aparecen en prosaísmos enroscados en Vida de living, o la emergencia del lunfardo y de la canción popular en Tango bar, y ni siquiera −aunque podría pensarse como su camafeo más paradigmático− el impulso por narrar que la lleva a personalizar la experiencia biográfica en El Ghetto, El eco de mi madre, y, finalmente, La novela de la poesía. Todos ellos son sí pasos de prosa, es decir, momentos en que la poesía, al atraer y convocar a ese otro de sí que es la prosa, elabora un movimiento en el que su identidad queda turbada, en equilibrio tenso con su otro.
Con paso de prosa quiero nombrar aquí esos movimientos, sí, pero lo que más me interesa es elucidar a partir de ellos el sentido más político −más urgente− de todos esos movimientos que hacen que el verso de Kamenszain, en el mismo momento que afirma su identidad, la arroje fuera de sí, dando lugar a una de las poesías contemporáneas más radicales en un cuestionamiento de lo específico, de lo propio, de la identidad y de la pertenencia.
El desmadre de ese paso de prosa que desde El ghetto se viene acentuando encuentra en El eco y En la novela de la poesía una estrategia que parece aclarar de un modo más evidente ese sentido político. Estos dos libros asumen una primera persona biográfica que en el momento mismo que se compromete en la poetización de experiencias tan íntimas e intransferibles como la muerte de la madre, en El eco… , o una reflexión más general sobre la muerte, en La novela…, disuelven la identidad de ese sujeto en una serie de versos, reflexiones y experiencias semejantes de otros poetas, escritores y voces. Entre esas voces y sin necesidad de ninguna identidad o pertenencia se define una experiencia de lo común radicalmente hospitalaria. La serie y la colección (otro paso de prosa) descentran al sujeto sin abandonarlo, y al esparcirlo sobre el dominio de la experiencia común, convierten la experiencia íntima de la muerte de la madre y de la muerte en general en muerte y enfermedad de cualquier madre, de toda madre; en muerte de cualquiera, de todos. En el simultáneo gesto de singularizar en el yo la experiencia más íntima −de exhibirla, de ofrecerla− y proyectar esa experiencia en el dominio de lo común, los libros operan un desplazamiento de lo individual a lo colectivo en el cual ni experiencia ni yo pertenecen a un individuo en particular, logrando de esta manera singularizar la experiencia, sin amarrarle noción alguna de pertenencia o especificidad.
Singularidad sin pertenencia: en tanto lo singular aparece allí en una relación constitutiva con el otro y con otros, ese paso de prosa se torna en un gesto político en el sentido que le diera Hanna Arendt a lo político: “un espacio plural e interactivo de exhibición”[1].
Conviene leer la “conclusión” con la que Tamara Kamenszain cierra La novela de la poesía como una reflexión sobre este paso de prosa:
“La prosa poética ya fue
La novela lírica con evocaciones de infancia
Ya fue ya fue
La poesía que se las da de narrativa
También ya fue salvo cuando cuenta
Conclusión:
Entre el dolor y la alegría
De estar viva
Escribir poesía para mí
Es dar y recibir una promesa
De supervivencia
Hay corte de verso pero también hay
un verso que se encabalga con otro
Si van de la mano ¿cuentan algo?
No sé pero te aseguro
Con toda el alma quieren
...