Estructura Del Estado Moderno
19671993199529 de Enero de 2015
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ESTRUCTURA DEL ESTADO MODERNO
La idea moderna del Estado es deudora a la monarquía, aquella que se esforzó por elevarse a poder absoluto. El Estado moderno es una organización cerrada, en la que todos los poderes solo pueden ser concedidos por él. El Estado cerrado de los siglos de la modernidad es un Estado soberano. Este pensamiento excelso de la soberanía, creado e impuesto por la monarquía, es la base sobre la cual esta asentada la idea de un Estado moderno.
Las características principales del Estado moderno son: la unidad, la organización constitucional y la autolimitación del Estado frente a los individuos.
La unidad surgió a través de la evolución histórica y de la lucha del Estado con los otros poderes sociales, el dualismo que distinguía a gobernantes y gobernados en la Edad Media dejó hondas huellas en el Estado moderno. El individuo nunca fue devorado totalmente por la organización política, siempre se le reconoció una esfera de derechos individuales. La libertad religiosa es una conquista inalienable de la persona humana, que el Estado debe respetar.
En el Estado moderno, la libertad individual se deriva del reconocimiento que hace la organización política por medio del ordenamiento jurídico, el individuo se encuentra sometido al poder del Estado sólo de manera limitada puesto que cuenta con derechos personales específicos, que conocemos como garantías individuales.
Las ideas políticas tuvieron grandes transformaciones durante los siglos XV y XVI, declinan las ideas políticas que habían dominado en la Edad Media y se inicia un nuevo periodo en el que el poder temporal obtiene supremacía. El Renacimiento se caracterizó por el nuevo humanismo, colocando a la razón humana como centro del Universo, abandonando las concepciones ideológicas de que la vida giraba en torno a la idea de Dios. Por otra parte, la Reforma protestante minó la unidad religiosa y de directriz espiritual que representaba la Iglesia Católica.
La relación entre Estado y sociedad civil
“En los últimos años los conceptos de sociedad civil y democracia se han vuelto muy socorridos. Todo el mundo está en favor de la democracia; todo el mundo habla de la sociedad civil; sus connotaciones han proliferado al mismo tiempo que se evapora su verdadero significado”.
Estas palabras - escritas por Rosa María Mirón Lince -, me parecen muy apropiadas para comenzar este trabajo, porque en ellas está inmersa parte de la opinión que todos tenemos acerca de la sociedad civil y sus tareas en una sociedad global, que en este caso incluiría al propio Estado.
Para Tenzer, desde hace tiempo, existen varias experiencias que nos hacen pensar que el proceso para llegar a la autonomía y liberación de la sociedad civil respecto al Estado, ha sido un problema con historia.
Para el autor citado “el movimiento así llamado de la sociedad civil, que tiende hacia el voluntarismo y se opone por tanto al individualismo narcisista, tiene que ser estimulado”.
Pienso que esta afirmación es verdadera, porque en ocasiones los llamados para que la sociedad civil despierte de su letargo, no son internos ni inquietudes de ciertos grupos sociales, sino más bien pareciera que el Estado, visto como una expresión por encima de todos, estaría llamando la atención a una parte de él mismo para que, de cierta manera, intervenga en la construcción de un gobierno o en la toma de decisiones.
También es cierto que este sueño de la sociedad civil permite a gobiernos como el mexicano, manejar las herramientas políticas a su antojo en detrimento de esa sociedad somnolienta. Pero aún con esta situación, podemos comenzar a creer que actualmente las cosas pudieran estar cambiando paulatinamente y prueba de ello es que ya son varias las organizaciones civiles que se oponen abiertamente a las medidas tomadas por el gobierno en diferentes momentos y situaciones desde que cobraron mayor influencia dentro de ellas, las ideas relativas a la libertad de expresión y asociación, entre otras, fenómeno que tiene su inicio a final del siglo anterior y principios del actual.
Para Tenzer, la idea de una separación entre Estado y sociedad civil es reciente. A lo largo de la historia, han existido distintas definiciones acerca de este deslinde, predominando aquel concepto donde se enfatiza que “la distinción entre el Estado y la sociedad civil iba a culminar en la negación del carácter político del lazo social, [donde] la reivindicación de una separación condujo a una crítica del Estado y sucesivamente, de la política”.
Por ello, desde que nacemos hemos tenido la idea de que existen principalmente tres sociedades: la política, encargada de los asuntos del gobierno; la económica, ocupada de la economía nacional, y la llamada civil, en la que estarían los ciudadanos. Esta idea de separación niega al hombre todo derecho real de existencia política, por lo que necesita de la edificación de un eje rector de sus acciones, el que a su vez creará un orden político, con una constitución - conjunto de leyes, normas y códigos -, para regir la acción de cada individuo. Esta posición resulta paradójica para Tenzer, porque “el derecho a la seguridad, origen del contrato en Hobbes y de la existencia del Estado en la teoría política clásica, pasó a ser el fundamento de la pretensión de emancipación de la sociedad civil, respecto de un Estado propenso a abusar de sus poderes”.
Esta consideración se asemeja a la propuesta de Weber porque para él, en el transcurso del Estado liberal al Estado social, la sociedad civil de mercado comenzó a ser incapaz de resolver sus conflictos. Esta irracionalidad dio pie a la creación de un Estado que fuera condición de normalización y dominación de los conflictos y por ello, la idea de Estado en Weber, es la de una asociación humana de dominación institucional en un territorio, la cual monopoliza el uso de la violencia física en forma legítima, por un contrato social.
La anterior idea se refuerza con una cita hecha por el autor a P. Manent: “El principio generador de nuestra sociedad civil y del Estado (...) es que ningún poder tiene derecho a ser ejercido en el interior de la sociedad civil, puesto que todo poder legítimo es representativo y el lugar de la representación es el Estado central”.
Por otra parte, también podemos mencionar que los politólogos optimistas, por así llamarlos, consideran a la sociedad civil como “una densa red de asociaciones civiles que promueve - aquí cabe subrayar que la palabra promueve significa que las iniciativas nacen de ella - la estabilidad y la eficacia de la organización política democrática, mediante la asociación en torno a los hábitos del corazón de los ciudadanos y la capacidad de las asociaciones de movilizarlos en pro de las causas públicas”.
Además, para ellos, la sociedad civil ha llegado a ser considerada un ingrediente esencial tanto para la democratización como para la salud de las democracias establecidas. Con relación a esta última consideración, me gustaría decir que la sociedad civil así concebida me parece correcta, pero también muy difícil de realizar. En efecto, estoy de acuerdo que en nuestro país, los cambios están ya en camino, pero todavía falta bastante para creer en ellos. Creo también acertado afirmar que “a las nacientes sociedades civiles en América Latina y Europa del Este se les atribuye una resistencia eficaz a los regímenes autoritarios que democratiza la sociedad desde abajo y a la vez presiona a los autoritarios en favor del cambio”.
Estas ideas son buenas, pero creo que la democracia y por ende, la expresión real de la sociedad civil, sólo son posibles en países del primer mundo, ya que en sociedades pertenecientes al tercer mundo, como México, es menos factible que esto suceda de manera pura, pues existe, aunque difusamente, el germen del descontento, la violencia y la anarquía, como ya se expresó en varias naciones de África. Estoy de acuerdo que ningún sistema político es el reflejo directo de la democracia, pero muchos se asemejan a ella - con costos sociales muy altos, dicho sea de paso- porque no tienen problemas de definición de los papeles que a cada actor político le toca representar. El problema es que en países como México sí se cree en la democracia como un ideal, pero se desconfía de las instituciones políticas que dicen ponerla en práctica.
Por ello, podemos afirmar que los cambios en la cultura política de los mexicanos están en marcha, y los escépticos tendrían que aceptar que los politólogos optimistas - como los llamé -, tienen razón. Un ejemplo de ello fueron las elecciones del año 2000, donde todo pareció indicar que éstas se presentaron como la coyuntura más próxima que reflejó el avance hacia la construcción de un México más democrático.
Para Tenzer la crítica de la separación entre Estado y sociedad civil, separación concomitante a la solución de la sociedad misma presupone, sobre el fondo de un totalitarismo virtual, que no hay otra salida que la de una reestructuración simultánea de un espacio político y social y que traerá la configuración de una instancia unificadora. El hecho de criticar a la política y al Estado es el resultado de las teorías que procuran instaurar una legitimidad de la sociedad civil totalmente separada del Estado y entendida como no política. A su vez, la crítica del Estado en nombre de la sociedad civil es frágil, porque
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