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FEMME FATALE


Enviado por   •  19 de Junio de 2016  •  Apuntes  •  3.858 Palabras (16 Páginas)  •  174 Visitas

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FEMME FATALE

Adrián llego al vetusto palacete en el distrito de Jesús María un domingo de mayo. Su arquitectura le pareció excesiva, sentía que no le impresionaba como cuando era niño y acudía a la piscina del Campo de Marte. Echó una mirada alrededor del vecindario antes de subir las escaleras de granito que separaban la vereda de la enorme puerta de hierro color negro. Cuando confirmó que nadie lo seguía, trotó las gradas de la escalera y pulsó el timbre del portón.

-¿Don Mariano González de Orbegoso, se encuentra? –preguntó con aire de autoridad. Se incomodó con la mirada de una negra uniformada de vestido negro y delantal blanco. Quizás se trataría de una de aquellas rancias familias aristocráticas venidas a menos que conservan estas tradiciones, pensó el detective.

-¿Quién pregunta por el señor? –dijo la mujer del servicio abriendo ampliamente la puerta y mostrando su robusta figura.

-Soy Adrián Venturo, Don Mariano aguarda por mí –dijo enfadado por estar dándole explicaciones a la criada. Ésta agitó su regordete dedo índice invitándolo a pasar, escoltó a Venturo por una sala que destacaba por la pulcritud del piso y muebles estilo vintage hacia el jardín interior iluminado por pequeñas lámparas led. Desde el segundo piso, una mujer rubia de veintipocos observaba su trayecto y Venturo pudo observarla con un relampagueante giro de cabeza. En el fondo del jardín, un susurro casi inaudible revelaba la presencia de Mariano, la criada y el detective avanzaron el resto del recorrido flanqueado por plantones de orquídeas que flotaban sobre macetas colgadas de pedazos de viejos troncos de árboles procedentes de Canta. Llegaron con el anciano quien le hacía mimos a su gata. Adrián saludó levantado la mano y el viejo despidió a la negra movimiento la mano con un brusco movimiento de muñeca.  

González de Orbegoso, lucía su huesuda anatomía donde resaltaba su aún amplia espalda y grandes manos. El contraste entre los rezagos de lo que alguna vez fue un hombre fornido sentado sobre una silla de ruedas, rodeado de plantas y viejos recuerdos eran indicativos de una vida que se truncó en algún momento, que no eran el resultado de un sano discurrir hacia el envejecimiento.

-Póngase cómodo Venturo, debe haber hecho un largo viaje hasta aquí, ¿Desde dónde me dijo que venía? ¿Los Olivos? ¿Y dónde coño queda eso? ¿Quiere tomarse un trago o le puedo ofrecer un refresco–abrumó con preguntas el octogenario. El detective miró desconfiado los alrededores de aquel jardín que el anciano había convertido en refugio. Un jardín equipado con un frigobar y una vitrola sobre un mueble que alojaba ordenadamente viejos discos de vinilo.

En aquél lugar Mariano gastaba sus últimos cinco años desde que se rompió la cadera luego de una discusión con sus hijas. Seguía jugando a ser poderoso, concertaba reuniones con viejos socios de empresas en mala situación con el propósito de reflotarlas algún día, daba consejos a aventureros interesados en incursionar en política, pero sobre todo, quería seguir rigiendo el destino de sus dos hijas.

- Un chilcano con tres cubos de hielo estarán bien para mí. Usted dirá don Mariano, ¿En qué puedo servirle? –preguntó Venturo limpiándose el sudor de la frente con la manga de la camisa. Al sentirse escrutado por los ojos de ardilla del viejo, escondió el brazo detrás de la espalda como niño descubierto realizando una mala acción. Reparó en su tontería y su cuerpo adquirió su original postura recta y firme, proyectando la imagen de detective serio. Carraspeó, engoló la voz y comenzó a responder las preguntas con aire más confiado.  

-¿Es cierto que eres el mejor detective privado de Lima, Venturo? Porque necesito a alguien discreto y confiable a quien pueda encargar un trabajo muy personal, ¿Tienes hijos Venturo? –interrogó Mariano buscando respuestas rápidas del detective.

-Tengo dos, hombre de veintiocho y mujer de veinte, el hombre ya está logrado, y la mujer, bueno, ella es una niña aún –respondió con desdén el detective.

-¿Te  llevas bien con ellos Venturo? Es decir, bien de verdad, y no me digas la mierda que no les falta nada, te pregunto si hablas con ellas, si te cuentan sus cosas, si eres un padre de verdad. Yo tengo dos hijas Venturo y puedo asegurarte que no las conozco, son una extensión mía, llevan mi sangre y mis malditos genes pero actúan como si no lo fueran. Igual, quiero su bien y las cuido, por eso te he llamado.

-Muy bien, muy bien, ya está bueno Don Mariano, soy efectivo y discreto, seguro ya tendrá referencias mías, mejor vamos al grano –respondió Adrián, convencido que el viejo lo había investigado antes de venir a esta reunión. ¿Y cómo se atreve a hacerme preguntas tan personales sobre mis hijos, pensó el detective con una cara de fastidio que fue percibida por Mariano

-Tranquilo Venturo, no se incomode, solo quería que nos conociéramos un poco y así apreciaba mejor tu punto de vista con relación al encargo que te voy a encomendar. Mira, mi hija menor, Margot lleva quince días ausente de casa y su  hermana Rocío, sabe algo y me lo oculta, no sé en qué lío anden ellas dos pero ya estoy preocupado – relató Mariano.

-¿Rocío es la rubia buenamoza a quien vi en la sala? –curioseó Venturo.

-Pues sí, ella misma. Mejor que te andes con cuidado con ella Venturo. Es un demonio con piel de ángel. Solo me interesa saber dónde está la hermana, saber que está bien. La encuentras, la traes conmigo y ese es todo tu trabajo. Te adelanto 5,000 dólares ahora y 5,000 dólares cuando termines  –dijo cerrando la entrevista el anciano. Le entregó un sobre cerrado que extrajo de la gaveta superior del mueble sobre el que descansaba la vitrola, colocó un disco de los éxitos de Billie Holliday en el viejo aparato y se despidió del detective extendiéndole la mano con una mirada triste.

Adrián Venturo miró los cinco billetes de mil dólares dentro del sobre, lo introdujo en el bolsillo inferior izquierdo de su saco, recibió las últimas indicaciones de Mariano y fue a la sala. Pidió a la criada por Rocío y esperó sentado en el mueble estilo francés de la sala. La figura de la joven se deslizó desde su habitación hacia la balaustrada que cortaba el pasadizo que conducía a las habitaciones del segundo piso. Venturo observó sus movimientos de gacela acariciando la barandilla  hasta el desembarco de la escalera, saludó con un ligero movimiento de cabeza, avanzó por las gradas coqueta rozando el pasamanos con un vestido de noche color nácar, dio unos pasos hacia Venturo y le extendió una mano.

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