Facultad de Derecho: La abogacía
PaulinaMDCCEnsayo10 de Noviembre de 2015
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Facultad de Derecho.
Licenciado Mauricio Macotela Byron.
Integrantes:
Ismael Hernández Valencia.
Paulina Mendoza Del Castillo.
“Abogacía”.
Índice:
-Introducción……………………………………………….... 4
-Antecedentes históricos ……………………….………….. 6
-Grecia….…………………………………………….... 6
-Roma……….…………………………………….……. 9
-La Orden de los abogados………………………….. 11
-Disciplinas…………………………………………………….14
-Los deberes de honor………………………………..15
-Honorarios……………………………………………..
-Pro y Contra………………………………………….
-Organización………………………………………………
-Depacho………………………………………………
-Postulante independiente…………………………..
-Importancia de la abogacía………………………………
-Derecho comparado………………………………………
-México…………………………………………………
-Argentina………………………………………………
-España…………………………………………………
-Estados Unidos……………………………………….
-Conclusiones…………………………………………………
-Bibliografía……………………………………………………
Intoducción.
Según la Real Academia Española, la abogacía es la “profesión y ejercicio del abogado”. Una definición sin duda escualida que no describe todo el sistema que involucra al abogado con el mundo ni su manera de obrar ante la sociedad. No es secreto que los abogados se han visto en situaciones comprometedoras ante la sociedad, satirisados en caricaturas y quedando en un papel nada grato, quedando plasmados en la cultura popular como un símbolo de corrupción y cuidado. Si bien muchos abogados se han ganado esos estigmas a pulso, esto no significa que el resto se rija por sus mismos perfectos morales, los cuales van en contra totalemente de los plasmados en los códigos de ética y el Decálogo. Han manchado la toga de los juristas romanos, quienes veneraban dicha profesión a tal extremo de hacerla gratuita, sin percepción de suelo por parte del pueblo.
La abogacía es una de las mas nobles profesiones porque defiende al individuo contra un sistema completo en contra suya. Citando a Rousseau, el individuo sacrifica parte de su libertad para poder vivir en sociedad, libertad de la cual se alimenta el Estado gobernado por un Príncipe, quien vela por la Ciudad y sus intereses, manteniendo al sistema social engrasado y en movimiento para un funcionamiento correcto. Pero, ¿qué sucede cuando el sitema social está roto y significa una carga para el ciudano –definiendo ciudadano como undividuo y como el más elemental componente del sistema- cuyos intereses se soslayan a causa de sus representantes, el Estado o partículares? ¿Quién es el defensor de las minorías? ¿Quién es, como diría Burgoa, el Quijote que lucha contra las quimeras que antentan contra los ciudanos? Nadie menos que el abogado, quien debe hacerse de todos los instrumentos a su alcance, de todos los conocimientos enseñados en la Facultad, de todas las pruebas y testimonios y de todos los perceptos de Justicia para, al pisar los Tribunales, se sienta seguro y no dude en su camino hacia la busqueda de la verdad. Seguridad que se transmite a su cliente, quien, por obvias razones, estará mucho más nervioso que él, pues es su patrminonio, su honor, o más importante aún, su libertad, la que queda en las manos del jurista.
Pero también es trabajo del abogado llevar el verbo de la Justicia contra aquellos quienes se han atrevido a violarla. El mismo impetu que utiliza para defender debe usarlo para atacar, pues tan malo es que el sistema avasalle a uno, como que uno avasalle al sistema, rompiendo la esfera jurídica donde descansan los bienes de toda una Ciudad.
En este breve ensayo, trataremos de mostrar el contexto histórico de una de las profesiones más antiguas y más nobles. De describir el trabajo del abogado tras bambalinas, la estructura misma de su profesión, el esqueleto donde descansa y su funcionamiento ante la sociedad. Intetaremos, también, destacar los problemas a los que se enfrenta un abogado en su profesión y resaltar sus cualidades como defensor. Compararemos las diferentes percepciones que tienen los países ante la profesión y como la llevan a cabo, pues al pertenecer a una ciencia compleamente social, la abogacía cambia de país en país.
Antecedentes Históricos.
La abogacía se forjó desde hace mucho tiempo, desde antes de que existieran prestigiados colegios y corporaciones. Si bien al inicio se ejercía de una manera vaga y ambigua, fue tomando forma y afianzándose a lo largo de los años, siendo alimentada por diferentes sociedades y sus pensadores. Y aunque los abogados de antaño no contaban con despachos, si eran parte de una especie de fraternidad –de la cual hablaremos más adelante-, donde heredaban los conocimientos de generación en generación, inculcando en los pupilos los valores en los cuales descansaría su manera de conducirse y de de pensar no sólo en la vida diaría, sino también frente a los Magistrados y jueces.
Entre esos conocimientos heredados destacaban también la claridad de las ideas y la precisión en el discurso, la mesura en la juventud y el control sobre las pasiones.
La abogacía en la antigua Grecia.
Antes de que la figura del abogado existiera en la antigua Grecia, los ciudadanos eran quienes se representaban a sí mismos ante los jueces; eran así sus propios defensores.
Ambas partes, tanto el actor como el demandado, eran citadas y debían comparecer personalmente ante un Tribunal y exponer sus motivos. Para esto podían contar con la asistencia de un pariente o un amigo, quien fungía como oyente, pues su única función era contemplar las explicaciones de las partes. Hay que tener en cuenta que hacía poco en Grecia había sucedido una revolución social –en la cual no entraremos pues no es el motivo de estudio de este trabajo-, en la cual se creó la Ley de Solón, la cual era la vigente en ese entonces. En palabras del mismo Solón, “Esta ley no es la mejor, pero sí la que más conviene al pueblo de Grecia.”[1] Es por lo primitivo de esta ley que la figura del abogado no está ni tipificada ni contemplada.
Para suplir a las partes y darles una defensa más elaborada exisitían los logógrafos –a los que podríamos tachar como los antepasados de los abogados-, quienes elaboraban escritos mucho más completos y preparados para ambas partes y se los entregaban previo el juicio. Debe quedar claro que estos logógrafos no intervenían el juicio y su participación era completamente extrajudicial, simplemente se remitían a dar estos escritos a las partes, pues ellos, al no tener intereses de por medio en los juicios, no podían entrar al Tribunal. Iseo, Lisias, Isócrates, Demóstenes eran algunos de los más destacados logógrafos de Grecia y plasmaban en sus escritos el tono de la persona quien los contrataba, pero si ésta dudaba al momento de recitarlo frente al juez o era incapaz de recitarlo, nadie podría acudir en su ayuda.
Poco tiempo después surge la figura de los “oradores judiciales”, quienes al principio sólo eran tolerados por los Magistrados, pero que después pasaron a formar parte, por regla judicial, de los juicios.
En estricto sentido seguían siendo logógrafos, pues continuaban haciendo los escritos de las partes, los cuales entregaban a los Magistrados y jueces y que era el objeto de la litis, con la diferencia de que ahora podían ser consultados por las partes y, sobre todo, que eran los representantes legales y quienes hablaban por sus clientes ante el Tribunal. Es entonces cuando nace el Abogado.
Solón no deja que los abogados pululen como moscas, sino que tipifica las características que estos deben poseer, las cuales incluían: ser hombres libres; ningún esclavo podía defender a alguien en los Tribunales por su condición, ya que se le consideraba a esta profesión algo noble, por lo cual tampoco se admitían infames –un ejemplo de infame podría ser quien insulta o falta al respeto a sus padres-. Aquellas personas con comercios escadolosos y contrarias al pudor también eran vetadas de esta profesión. Las mujeres tampoco se consideraban aptas para ejercer la abogacía a causa del estigma que convenía su sexo.
El lugar donde ocurría la litis se llamaba Foro, el cual se consideraba un lugar tan venerado que antes de cualquier audiencia, se regaba con agua lustral, lo cual advertía tanto a jueces como oradores que sólo aquello que fuera puro tenía cábida dentro.
Las reglas hacia los abogados continuaron, prohibiéndoles recitar discursos que provocasen piedad o indiganción en los jueces. Muchos retóricos fueron expulsados debido a esto, pues su talento oratorio cautivaba a las autoridades. Las injurias, las palabras de amargura y el ruido hecho con los pies también fueron motivo de reglamentación. Los abogados tenían que salir pacíficamente después de la audiencia, manteniendo el honor de la profesión. Estas actitudes y normas habrían de servir a los abogados romanos.
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