GALLINAZOS SIN PLUMAS
Enviado por celulazz • 8 de Octubre de 2013 • 4.631 Palabras (19 Páginas) • 1.320 Visitas
LECTURA 11: Cuento. “Los gallinazos sin plumas”, de Julio Ramón Ribeyro
*Los números entre corchetes [ ] indican palabras cuyo significado están en el “glosario” que
aparece a continuación del texto.
A las seis de la mañana la ciudad se levanta de puntillas y comienza a dar sus primeros
pasos. Una fina niebla disuelve el perfil de los objetos y crea como una atmósfera encantada.
Las personas que recorren la ciudad a esta hora parece que están hechas de otra sustancia, que
pertenecen a un orden de vida fantasmal. Las beatas [1] se arrastran penosamente hasta
desaparecer en los pórticos de las iglesias. Los noctámbulos [2], macerados [3] por la noche,
regresan a sus casas envueltos en sus bufandas y en su melancolía. Los basureros inician por la
avenida Pardo su paseo siniestro, armados de escobas y de carretas. A esta hora se ve también
obreros caminando hacia el tranvía, policías bostezando contra los árboles, canillitas [4] morados
de frío, sirvientas sacándolos cubos de basura. A esta hora, por último, como a una especie de
misteriosa consigna, aparecen los gallinazos sin plumas.
A esta hora el viejo don Santos se pone la pierna de palo y sentándose en el colchón
comienza a berrear [5]:
— ¡A levantarse! ¡Efraín, Enrique! ¡Ya es hora!
Los dos muchachos corren a la acequia [6] del corralón[7] frotándose los ojos legañosos[8].
Con la tranquilidad de la noche el agua se ha remansado[9] y en su fondo transparente se ven
crecer yerbas y deslizarse ágiles infusorios[10]. Luego de enjuagarse la cara, coge cada cual su
lata y se lanzan a la calle. Don Santos, mientras tanto, se aproxima al chiquero[11] y con su larga
vara[12] golpea el lomo de su cerdo que se revuelca entre los desperdicios.
¡Todavía te falta un poco, marrano! Pero aguarda no más, que ya llegará tu turno.
Efraín y Enrique se demoran en el camino, trepándose a los árboles para arrancar moras o
recogiendo piedras, de aquellas filudas[13] que cortan el aire y hieren por la espalda. Siendo aún
la hora celeste llegan a su dominio, una larga calle ornada de casas elegantes que desemboca
en el malecón.
Ellos no son los únicos. En otros corralones, en otros suburbios alguien ha dado la voz de
alarma y muchos se han levantado. Unos portan latas, otros cajas de cartón, a veces sólo basta
un periódico viejo. Sin conocerse forman una especie de organización clandestina que tiene
repartida toda la ciudad. Los hay que merodean[14] por los edificios públicos, otros han elegido
los parques o los muladares[15]. Hasta los perros han adquirido sus hábitos, sus itinerarios,
sabiamente aleccionados por la miseria.
Efraín y Enrique, después de un breve descanso, empiezan su trabajo. Cada uno escoge una
acera[16] de la calle. Los cubos de basura están alineados delante de las puertas. Hay que
vaciarlos íntegramente y luego comenzar la exploración. Un cubo de basura es siempre una caja
de sorpresas. Se encuentran latas de sardinas, zapatos viejos, pedazos de pan, pericotes[17]
muertos, algodones inmundos. A ellos sólo les interesa los restos de comida. En el fondo del
chiquero, Pascual recibe cualquier cosa y tiene predilección por las verduras ligeramente
descompuestas. La pequeña lata de cada uno se va llenando de tomates podridos, pedazos de
sebo, extrañas salsas que no figuran en ningún manual de cocina. No es raro, sin embargo,
hacer un hallazgo[18] valioso. Un día Efraín encontró unos tirantes con los que fabricó una
honda[19]. Otra vez una pera casi buena que devoró en el acto. Enrique, en cambio, tiene suerte
para las cajitas de remedios, los pomos brillantes, las escobillas de dientes usadas y otras cosas
semejantes que colecciona con avidez.UCSC - Español 4 LECTURA 11 (Página 2 de 9)
Romero – Pérez
Después de una rigurosa selección regresan la basura al cubo y se lanzan sobre el próximo.
No conviene demorarse mucho porque el enemigo siempre está al acecho[20]. A veces son
sorprendidos por las sirvientas y tienen que huir dejando regado[21] su botín[22]. Pero, con más
frecuencia, es el carro de la Baja Policía el que aparece y entonces la jornada está perdida.
Cuando el sol asoma sobre las lomas, la hora celeste llega a su fin. La niebla se ha disuelto,
las beatas están sumidas en éxtasis, los noctámbulos duermen, los canillitas han repartido los
diarios, los obreros trepan a los andamios. La luz desvanece el mundo mágico del alba. Los
gallinazos sin plumas han regresado a su nido.
Don Santos los esperaba con el café preparado.
—A ver, ¿qué cosa me han traído?
Husmeaba[23] entre las latas y si la provisión estaba buena hacía siempre el mismo
comentario:
— Pascual tendrá banquete hoy día.
Pero la mayoría de las veces estallaba:
—
...