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Importancia a la formación de personas

JASSER SAKMONApuntes30 de Octubre de 2015

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Importancia a la formación de personas

En relación a lo expresado por el autor, estoy de acuerdo debido a que en nuestro país a lo largo del tiempo se le ha restado importancia a la formación de personas capaces de analizar, cuestionar y buscar soluciones efectivas a los problemas que se puedan presentar, se le ha negado la oportunidad a los estudiantes de pensar por sí mismos, de cuestionar e indagar sobre todo aquello que no les sea beneficioso. El estado y sus muy adinerados representantes que solo buscan el enriquecimiento propio no necesita personas que cuestionen sus leyes, ellos prefieren a aquellos que se dejan convencer sin necesidad de argumentos y bajo sus diferentes técnicas de manipulación mediática.

Es por esto que creo que si a la educación en Colombia se le diera la importancia necesaria, y se le destinaran los recursos adecuados para infraestructura, salarios de maestros, dotación de equipos para mejorar el aprendizaje, entre muchas cosas más. Estaríamos formando en los colegios, universidades y demás instituciones educativas personas capaces de razonar antes de tomar decisiones, lo cual ayudaría a mejorar la calidad de vida de todos.

Resumen

Tal vez ser maestro en un país en permanente conflicto, como este, sea un riesgo, porque si enseña a abrir los ojos ante una realidad de miserias, puede ser objetivo de aquellos que prefieren tener a la mayoría de la gente en la oscuridad y la ignorancia.

Quisiera recordar un texto de Fernando González: El maestro de escuela, que muestra en profundidad el fracaso y la tragedia de un maestro de pueblo, despreciado por la burocracia y los directivos de lo que entonces se llamaba la Instrucción pública (como decir hoy el Ministerio de Educación, por ejemplo).

Manjarrés, que así se apellidaba el maestro, era un hombre que vivía a la enemiga, en una sociedad de medianías y aguas tibias. un profesor de quinta categoría, con un salario de cuarenta pesos, que vivió empeñado en escribir y enseñar una teoría del conocimiento.

El sujeto en mención era un personaje singular, opuesto al “santo hedor de la caridad capitalista” y en contravía del “santo papa y la santa puta”. Su prédica tenía que ver con la desobediencia, con sus llamados a no adaptarse, a no constituir parte del rebaño, sino a mirar el mundo con ojos críticos. Sabía que el dinero lo tenían los poderosos, y “los poderosos protegen a los que se ‘adaptan”.

El sistema, con sus tácticas de humillación y despotismo contra quien no se adapta ni se doblega, fue quitándole la pugnacidad al maestro. Y sus ganas de vivir. Su teoría del conocimiento quedó postergada para siempre. Pero para la memoria quedó su actitud de instigador, de propulsor del otro para que piense por sí mismo, y para que no sienta vergüenza de lo propio, de su entorno. Ni de luchar por sus derechos.

En estas sociedades, dominadas por el mercado, el consumo y la digestión light, se cree que el maestro debe propender por sacar mano de obra calificada para la productividad y nada calificada para el pensamiento. Para los heraldos del sistema, el maestro debe ser obediente, resignado, nada cuestionador. Que no enseñe a sus alumnos a tener preguntas, sino a que aprendan la condición de ser ovejas.

Ser maestro en Colombia es estar en la cuerda floja, en una serie de inestabilidades que conduce, como al viejo Manjarrés, a que la teoría del conocimiento se quede en las tinieblas.

En Colombia “los maestros son personas que no son tan respetadas como deberían ser. Es decir, en el resto del mundo un maestro de escuela es una persona importante, que les está enseñando a nuestros hijos a pensar; en Colombia es como si los maestros fueran simplemente cuidadores de niños”.

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