Informe Fotografía
cemzEnsayo27 de Septiembre de 2019
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TALLER DE FOTOGRAFIA
Presentado por
Carlos Eduardo Murillo Zabala
Presentado a
Paola Andrea Arteaga Piedrahita
Asignatura
HUMANIDADES
DERECHO
UNIVERSIDAD COOPERATIVA DE COLOMBIA
APARTADO
25 DE SEPTIEMBRE DE 2019
“Somos mejores que la más grande y poderosa cámara del mundo, y lo somos, porque tenemos corazón, así no lo sepamos escuchar” (CEMZ)
…escribir, para mí, es como desdoblarme en palabras, como correr ladera abajo, es dejarme hundir larga y plácidamente en alguna corriente de agua que hace caracolas en mi oído. Escribir, como ver, me nutre, aunque no debo negar lo que de alguna extraña manera, se convierte también en mi copa de cicuta, que al igual que aquel griego, bebo a voluntad.
Nunca me ha gustado mostrarme o dejarme ver, tal vez por eso mi trabajo primario, aunque no puedo decir que ver no me ha gustado, pues disfruto como todo el mundo de observar lo bello de la vida con un marcado detenimiento particular, así como obligado a ver lo triste y desgarrador que la vida misma nos ofrece. Siempre me gustó el color, el olor, el sabor de mis colores en el colegio pero no el regaño por llegar con un arcoíris en mis dientes. Luego, con los años, conocí un tal Kandinski y la teoría del color, pero como con las acuarelas, esos gustos en mi memoria se hicieron demasiado traslúcidos…ese día, en su clase, mi aparente apatía, no era tal, sólo naufragaba en los recuerdos de una fotógrafa de la Reuters, abrazando su recuerdo desde el frio azul de sus ojos, hasta el tibio rojo de sus labios…
Ver en mis compañeros la sencillez y el desparpajo de sus ávidas poses de modelos de verano y las chicas detenidas en el tiempo de un sueño llamado universidad, me hace pensar si alguien conoce la niña vietnamita con su cuerpo quemado por napal americano. Esa foto, con su gesto de llanto y dolor no podrá olvidarse jamás y el joven que la tomó se encargó de mostrarla al mundo sin saber de los Pulitzer. La fotografía puede ser tan dolorosa, como dulce es el beso de la mujer amada.
Kevin Carter jamás superó su mejor fotografía, ni el nivel al que había llegado gracias a ella. Para muchos fue más allá, para otros, sólo hizo lo que le advirtieron: que no podía tocar a nadie, no podía intervenir. Pero fue tan inmenso su sufrimiento posterior, que no lo soporto más, y al año siguiente, en una insondable angustia y remordimiento, se suicidó.
A él como a mí, igual me atormentan mis muertos, la ira, el silencio y el dolor. Yo no veo al buitre detrás del niño esperando que el pequeño muriera, ve los huérfanos, las madres sin sus hijos, las esposas sin su esposo, los hermanos sin su hermano. Veo lo que me dejó la historia retratada en mi recuerdo.
Sé que debo escribir sobre lo que aprendí, pero no puedo evitar escribir sobre lo que he visto y vivido y por eso me disculpo. Quizás, todo esto no es más que mi forma de exorcizar mis propios demonios, quizás algún día mi hijo lo lea y comprenda tal vez un poco los largos silencios de su padre mientras lo observo jugar o estudiar y porqué alguna vez lloro abrazándolo sin decir una palabra y espero entienda, que en verdad la cebolla cuando se pica solo arde unos segundos por el azufre que contiene y que se vaporiza y que al llegar a nuestros ojos, ellos se protegen con lágrimas, y no como le respondo en ocasiones: “corté una cebolla esta mañana”
La justicia, como muchas cosas en la vida duele y duele para quedarse y no para irse pronto.
La fotografía ha sido un instrumento usado para registrar un sinnúmero de veces los horrores cometidos por el hombre en nombre de la justicia humana pero queriendo auto protegerse alegándola como proveniente de lo divino, de Dios, un atributo dado sólo a los escogidos y rectos de corazón. Cómo hubiera sido fotografiar al famoso David, aquel que mato a Goliat cortándole la cabeza por ofender a los ejércitos de Dios, pero no en esta tarea, a fin y al cabo era un desconocido en ese momento, sino haber podido lograr fotografiar una de sus tantas faenas militares en las que arrasaba con pueblos enteros con hombres, mujeres, ancianos y niños y cuanto animal tuvieran, sin ningún remordimiento, pero que finalmente fuera reconocido como un hombre conforme al corazón de Dios, no pone muy lejos de nosotros a los asesinos en serie, a los violadores de niños y niñas, a los fratricidas, parricidas y los nuevos feminicidas, nuevos en termino recientemente acuñado, pero existentes desde mucho antes y con representantes propios en la iglesia desde el oscurantismo medieval y su santa inquisición.
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