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Jugar Por Plata


Enviado por   •  25 de Septiembre de 2014  •  1.751 Palabras (8 Páginas)  •  162 Visitas

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Jugar por plata

Del cielo raso bajaba una voz pronunciando números.

─24, 90…

Un hombre retacón y cabello enrulado meaba en el mingitorio.

─Estos te quieren sacar plata hasta cuando estás meando…

Se acomodó el pantalón y caminó sobre los cerámicos beige. Se paró frente a uno de los espejos y, sin mirarse en él, lavó como un autómata sus manos.

─La primera vez gané dos mil quinientos pesos, cuando dos mil quinientos eran dos mil quinientos─ sacude los dedos ─la segunda le saque mil.

Al hombre se le dibujó una mueca en su rostro colorado, levantó la cabeza y mostró un par de ojos irritados.

─Después perdí todo.

El que cantaba los números lo hacía de costado al micrófono, sentado detrás de una barra flanqueada por dos baloteros. En el que funcionaba, flotaban con destinos impredecibles las bolillas. Luego, una a una eran abducidas, retenidas y filmadas para finalmente ser escupida en una prisión cilíndrica con rejas doradas.

─Se ha cantado línea.

Replica el locutor al escuchar el grito que indica que alguien marco lo que en la lotería familiar se llama quintina.

Sobre la barra y en tres paredes más, había un enorme panel que anuncia el dinero que le corresponde a la línea, un desarrollo moderno de la antigua pizarra. En él, se encontraban los datos relevantes para el jugador habitual, el premio al Bingo, a la maxi-línea y al bingo de oro. Pero el protagonista solía ser “La suerte acumulada”, el sueño de los jugadores, otorgado a quien cante bingo en las primeras 39 bolillas. El acumulado era del $500; alguien lo había ganado recientemente.

Edith lo obtuvo hace dos meses: $112.000. Tenía el pelo divino, como recién salido de la peluquería y un tatuaje, en el dorso de la mano, con una letra china que es la inicial de su nombre. Llegó apresurada, saludando a los de las computadoras, maquinas que juegan solas los cartones y que permiten jugar mayor cantidad de cartones, pues el marcador tiene sus límites. Se sentó e hizo señas con la mano al vendedor de cartones. En el salón se escuchaba desde distintos lugares la misma palabra gritada por las mujeres con el pelo atado y los hombres de camisa blanca:

─Últimooo…

De cuerpo grande y generoso, verborragica y ansiosa, verla hacía notar que en el lugar está prohibido fumar. Empezó el juego.

─32, 63…

El empleado se acercó ágilmente, sacó una tira de tres papeles con números y cuadraditos verdes, y tomando un fibrón del centro de la mesa, empezó a tacharle los números que iban saliendo mientras Edith se acomodaba.

─Gracias, corazón. Ya sabés cómo te amo.

Luego jugaría de hasta cinco cartones simultaneamente, aunque admitió que había personas que jugaban de a más. El marido de un matrimonio de jubilados comentó acerca de una señora que llega a jugar hasta de a diez. Su mujer fue digna de la suerte acumulada hace dos años.

─ Es posible, es posible.¬─ susurraba.

Pero su marido la interrumpía una y otra vez. Parecía ser de las personas a las que les encanta hablar, arrugaba su nariz compulsivamente detrás de unos pequeños lentes y se acariciaba la pelada.

─Cuando ganó había una chica ahí, donde estas sentado vos y dejó pasar el cartón. Por eso, aunque sea uno solito siempre hay que jugar.

Miró de reojo a ver si tiene tiempo hasta la próxima jugada.

─Antes venía mucha más gente, se llenaba. La gente comía, se divertía. Ahora cada vez le sacan más al bingo y le dan más lugar a las máquinas, se ve que hacen más plata. Una lástima.

─72, 34…

─¡Línea!

─Se ha cantado línea─ y un empleado colocó un trofeo plateado, con el logo del bingo en la parte superior.

Lo ronda termina, una pareja se levantó, no sin antes saludar:

─Que siga la suerte.

Una mujercita, rellena, llena de lunares y de no más de 20 años llegó con una mochila. Se sentó placenteramente, como si hubiera ansiado ese momento durante todo el día.

─Esta mesa tiene la suerte. Hoy saque un bingo de 300 y una línea.¬─ Iba seguido, dos veces por día.

En otra mesa había un hombre solo, con campera de jogging, nariz larga y cara rosada. Jugaba de a un cartón, sosteniendo su mentón con la su mano. No tenía familia, pensaba ir al casino flotante pero temió por la lluvia, pasaba el rato. Luego lo encontré en una tragamonedas, con la lengua afuera.

Un poco más allá, un grupo de seis treintañeras; festejan cada anotación y el resto no tardan en callarlas con un chistido. Una de ellas fue afortunada: gritó bingo. Los fibrones de todo el salón golpearon las mesas al unísono, y luego se largó un murmullo, como en una oleada. Uno de los vendedores dejó el trofeo dorado al lado de la mujer y una abuela, a unos metros de allí, teñida de rubio y con anteojos dorados, rodeada de abuelas teñidas de rubio y con anteojos dorados, largó una puteada entre dientes.

El sonido de las máquinas es otro: invasivas sirenas, agudos timbres, sonidos electrónicos que se amontonan en el oído hasta la saturación, todos provenientes de las 293 máquinas del Bingo de La Plata, que los multiplican hasta el cansancio. Colocadas como góndolas

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