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LA ROSA ROJA DE NISSAN


Enviado por   •  20 de Noviembre de 2013  •  18.055 Palabras (73 Páginas)  •  306 Visitas

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LA ROSA ROJA DE NISSAN

La nueva fábrica Nissan se inauguró el 11 de septiembre de 1986. El tema central de toda esta publicidad era que la planta Nissan abría una nueva época. He aquí una fábrica donde directores y trabajadores visten ropa blanca y comparten el mismo comedor, donde tanto los directores como los trabajadores son jóvenes (edad promedio cercana a los treinta años), una compañía donde nunca ha habido huelgas, donde los sindicatos no están prohibidos sino que sencillamente son innecesarios porque los trabajadores gozan de buenas condiciones de trabajo y se identifican con los objetivos de la compañía. La fábrica de la nueva época, de la nueva tecnología, del nuevo consenso, a años luz de la combatividad de los obreros del automóvil en los años 70, y también a años luz de los directores “machos”.

Unas semanas después, una publicidad rodeó a otro acontecimiento: el lanzamiento del nuevo modelo de Partido Laborista en su conferencia anual, el partido de la nueva Mayoría Moral, el partido del nuevo consenso. También aquí se ofrece una nueva época, una ruptura con el pasado. Queda cerrado el basurero de la historia con su maloliente política de conflicto y combatividad sindical, los militantes machos son sustituidos por el caballero de la flor. ¿Es sólo una coincidencia o nos dice algo de la dirección que está tomando el capitalismo en Gran Bretaña?

El contraste que sugiere la publicidad de Nissan es un contraste con la industria del automóvil británica de los años 70. Si se puede ver a British Leyland como un símbolo de la crisis, Nissan simboliza su solución exitosa. British Leyland no sólo simboliza la crisis de la industria del automóvil, o la crisis del capitalismo británico, sino la crisis de un modelo de producción que generalmente es llamado fordismo. En contraste, Nissan no representa sólo el éxito del capital japonés, sino un nuevo modelo de relaciones productivas, una tendencia actual denominada neofordismo o posfordismo. La crisis en British Leyland a mediados de los 70 es significativa no solamente porque era una compañía muy grande, sino también porque se presentaba como el estereotipo de la industria ligada al largo boom de posguerra. La gran mayoría del trabajo era repetitivo y requería escasa calificación. Todos los obreros estaban organizados en sindicatos y durante todo el largo período de boom, cuando cada auto producido se podía vender de inmediato, lograron obtener salarios relativamente altos y en ascenso constante.

Trabajo aburrido, repetitivo y no calificado en la fábrica, compensado por salarios relativamente altos: el típico pacto de la paz fordista se mantenía. La forma de producir el Modelo T por Ford marcaba una tendencia general no sólo por su utilización de la línea de montaje para la producción de automóviles, sino también debido a la forma en que se promovía el consumo al mismo tiempo como retribución por la producción y como su estímulo. Ford pagaba a sus obreros el elevado salario de cinco dólares por día a cambio del intenso y monótono trabajo en la línea de montaje. Con este salario podían tener los medios para comprar un auto barato, estimulando así la demanda para más Modelos T y más trabajo monótono, y así sucesivamente.

Dado que, generalmente, en este caso eran hombres quienes realizaban el trabajo en la fábrica mientras se veía a las mujeres como más directamente ligadas al consumo, este modelo de relaciones en el trabajo implicaba el desarrollo de determinado modelo de relaciones de género y de determinado tipo de sexualidad. El modelo de dominación en la fábrica se complementaba con un modelo de dominación en el hogar y sobre la base de estas relaciones se producían los autos: alienación en la fábrica produce alienación en casa, la cual a su vez estimula a salir hacia el trabajo alienado. La piedra angular de toda esta estructura eran los sindicatos y la práctica de la negociación colectiva. A través de las tratativas anuales de negociación colectiva el intercambio entre la muerte del trabajo alienado y la “vida” del consumo era negociado y renegociado con regularidad.

El largo período de prosperidad relativa permitió a los trabajadores afirmar una importante relación de fuerzas. En British Leyland la fuerza negociadora de los obreros (y las consiguientes limitaciones para la dirección de la empresa) se expresaron con la mayor claridad en el sistema de mutualidad. Bajo este sistema, la dirección aceptó que no se podrían introducir nuevas tecnologías o reorganización de las normas laborales sin el consentimiento previo de los delegados de departamentos. La mutualidad era una notable encarnación de la fuerza de los trabajadores dentro del equilibrio fordista: el principio de mutualidad no significaba una demanda revolucionaria de los obreros para controlar la producción, sino que simplemente establecía que los derechos de la dirección eran limitados y que se debía pagar por cualquier intensificación del trabajo. “Pagar por cambiar” era el principio clave del sistema de mutualidad.

El intercambio entre aburrimiento en el trabajo y “vida” afuera nunca podía ser completamente exitoso. Inevitablemente, había luchas en la fábrica que no entraban claramente en el modelo fordista: luchas no precisamente por mejores salarios, ni siquiera por el control de la producción, sino rebeliones contra el trabajo como tal: sabotaje, ausentismo, huelgas salvajes, etc. Rebeliones contra el trabajo en la única forma en que este existía: como muerte, como negación de la vida y la creatividad. No obstante, la base de sustentación del tratado de paz fordista era muy frágil (como la de toda armonía social en una sociedad de clases): por un lado, el equilibrio entre frustración y consumo siempre fue delicado; por otro lado, el conjunto del sistema presuponía la expansión del mercado, la venta relativamente fácil de los autos producidos.

En los últimos años 60 y primeros 70 todo el patrón de dominación y producción comenzó a sacudirse. El hastío acumulado se combinó con la confianza acumulada durante un largo período sin desempleo para determinar que fuera cada vez más difícil encerrar las frustraciones en el interior de la fábrica. La explosiva frustración se expresó en una alta tasa de rotación en el trabajo, crecientes ausentismo y sabotaje, y frecuente estallido de huelgas. Significativamente, la mayoría de estas huelgas no pedían mejores salarios, sino que se originaban en disputas sobre las condiciones de trabajo. La combatividad ascendente de fines de los 60 golpeaba en el núcleo central del fordismo: los altos salarios ya no bastaban para contener la frustración acumulada. Aquella autoridad que es la premisa de todo el sistema capitalista de producción, ya no funcionaba.

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